«Carta contra argumentos gitanófobos emitidos por los «okupas«: «Cuando el racismo aparece en los peores momentos» es el título del artículo que el historiador experto en minorías étnicas, Rafael Buhigas Jiménez, ha remitido a MJD Magazin en el que tilda de «gitanófobos» a los «okupas» de las Casas Rojas por haberse jactado ante los medios de comunicación de haber echado a los vecinos de etnia gitana «que traficaban con droga» y que no eran ni «ordenados» ni «limpios». En cualquier caso, «esto no debe entenderse como una justificación de la delincuencia en todas sus expresiones bajo el telón de una excusa como la supervivencia social. Al contrario, debe entenderse como un llamamiento a saber que hay personas de toda condición y en diferentes contextos que se encuentran abocadas a sobrevivir por medio de actividades ilícitas. Pero debemos entender y discutir abandonando el lanzamiento olímpico de insultos y opiniones sin base científica. Solo así, quizás, comprenderemos que quien va a la cárcel o es desahuciado no es el hecho abstracto de la “venta de droga” o de la “okupación”. Son personas forjadas al calor de un contexto que solamente les ofreció un camino posible y en nuestras manos está cambiarlo», señala Rafael Buhigas Jiménez, que además ha sido vecino de los «okupas» ya que vive en esta misma zona. Este es el texto del artículo.


RAFAEL BUHIGAS. Estos días la localidad madrileña de Majadahonda ha acontecido al despliegue y medidas habituales tomadas para ejecutar un desalojo. En este caso el de las conocidas como Casas Rojas, nombre que recibe de una infraestructura que nunca vio acabar el proyecto que la puso en marcha. Derivando así en una situación legal compleja que ha sido utilizada históricamente como espacio de resistencia en el ámbito urbano, convirtiéndose en un auténtico fenómeno digno de investigar por los estudiosos. Ahora bien, este artículo no tiene como pretensión analizar la “okupación” —mucho menos en términos políticos, a favor o en contra—.

Lo que sí está claro es que este dilema se torna como delicado porque en su base se encuentran personas siendo desprovistas, por la razón que sea, de un entorno en que poder vivir y desde el que construir un proyecto de futuro, como se recoge constitucionalmente. No obstante, cuando temas que discurren a alta velocidad por vías éticas se pretenden solucionar desde una tribuna política, sin preguntarse primero en términos filosóficos, históricos, antropológicos o sociológicos, tiende a cometerse uno de los mayores errores en las sociedades en que estamos insertos actualmente. Este desacierto no es otro que el de hablar sin entender y someter el entendimiento a una visión céntrica que excluye al “otro”.

Decimos que las actitudes racistas aparecen también en los peores momentos —y no es casualidad que ante el pleno funcionamiento de la maquinaria económica— porque de quien cabe esperar un ejercicio de empatía muestra todo lo contrario. En una de las notas de prensa se recoge lo siguiente. “Durante su tiempo residiendo en las Casas Rojas, tal y como ha explicado el portavoz de la comunidad okupa, Ángelo Santangelo, no han tenido ni agua ni luz ni gas. Según dice, cuando llegaron a la urbanización expulsaron a unas familias de etnia gitana y remodelaron las viviendas, que hoy permanecen ordenadas y limpias.” (EL MUNDO, 2017).

Solamente arrojando una vista superficial sobre este extracto nos damos cuenta de cómo se manifiesta la visión estereotipada y prejuiciosa sobre la comunidad gitana. Ahora las viviendas permanecen ordenadas y limpias, puesto que se sobreentiende que los gitanos deben ser sucios y vivir en una suerte de caos constante que también se refleja entre las paredes de su hogar. Es curioso porque cuando se asciende en la escalera discursiva y se llega a ámbitos académicos, los antropólogos que han estudiado profusamente esta minoría dicen que en sus hogares extrema el orden y el cuidado. Es más, afirman que el “escrúpulo” es una constante dentro del colectivo y mucho más aprehendido que entre la mayoría paya.

Poco hay que decir, realmente, de la necesidad de especificar el origen étnico de las personas a las que se “hubieron de expulsar”. Si bien, vuelve a denotar un racismo que —con mayor dolor para quienes trabajamos estudiando todo tipo de discriminación— es utilizado por quien se considera un desposeído para lograr un objetivo personal en detrimento, en esta ocasión, de una minoría mucho más perjudicada. Si este fuera el caso y al que yo me opongo en todas mis intervenciones, hablo aquí de establecer un sistema de culpas o una pirámide de sufrimiento, los gitanos siempre ocuparían el último de los puestos sí se analiza con perspectiva histórica.

Desahuciados de sus establecimientos y formas de vida en España desde el siglo XV, los gitanos han enfrentando una larga lista de órdenes, leyes y pragmáticas que les persiguieron. Aventurándose por primera vez a un “reconocimiento” concedido —que no conseguido— durante la transición democrática de 1978. Teniendo que enfrentarse todavía hoy a una sociedad desconocedora de su historia. Por ende, a una mayoría desprovista de una herramienta para comprender que solamente un escaso porcentaje de lo que ellos ven como “gitanos” corresponde a la realidad y, en ocasiones, ni siquiera es así. De la misma forma, los propios gitanos establecen una confrontación contra sí mismos, al ser protagonistas de ciertos mecanismos de resistencia desarrollados para autodefenderse y que, sin embargo, complica la inclusión.

El periodista Jorge Rubio (MJD Magazin), autor del reportaje que cita Buhigas, en las Casas Rojas

En el medio de comunicación popular de Majadahonda, a diferencia de en El Mundo, se ha recogido lo siguiente. “Antes de que nosotros llegásemos aquí estos edificios estaban llenos de personas de etnia gitana, personas que se dedicaban a delinquir y al tráfico de estupefacientes. Cuando llegan las familias antes que yo, hacen una limpieza de todo esto a las malas. Llegaron a la violencia por la necesidad ante la crisis, personas que se quedan sin casas por las hipotecas. Se logra depurar todo eso y a partir de entonces tenemos mucho apoyo moral de los vecinos de los alrededores. Desde que nosotros hemos llegado ha vuelto la tranquilidad a la calle Neptuno. Antes los coches no podían aparcar en esta calle porque les robaban los radiocasetes, rompían los retrovisores… Desde que llegamos nosotros, familias que realmente necesitábamos un lugar donde vivir, están los coches perfectos” (MAJADAHONDA MAGAZIN, 2017)

Vuelve a reproducirse lo mismo que se ha comentado hace un momento pero se incorporan dos ejemplos factuales que vienen a justificar el prejuicio. Esto es, la droga y el robo. Quien afirma esto es un vecino que basa su discurso en el de las familias que llegaron antes que él. Haciendo una búsqueda también superflua para un hecho tan escandaloso como este no hay ninguna noticia emitida por las autoridades, ni por el Ayuntamiento. Da la casualidad de que yo mismo, mucho antes de ser historiador, he sido vecino de la zona y una de las cosas que me ha llevado al estudio de las minorías —además de por propio interés familiar, personal o como quiera denominarse— es la observación constante de las familias que integraban mi alrededor.

Sería muy sencillo que los jóvenes de la calle Santa Isabel hubiéramos desarrollado un pensamiento que relacionase a todos los payos con los que tiraban piedras a nuestros bloques. Creo que esto es lo suficientemente ilustrativo como para no tener que extenderme en una explicación de cómo se construyen los prejuicios. Como digo, yo mismo he sido vecino de la zona y, junto a mi entorno, he pasado largas horas alrededor de las Casas Rojas sin problemas, donde sí había coches aparcados. De forma que, por este simple dato, debe cuestionarse el argumento de la visión única y plegarse al ejercicio de entender al “otro”.

Una práctica que debe empezar por conocer que, como comentaba, desde 1425 hasta bien entrado el siglo XIX, no se reconocieron como legales aquellos oficios que los gitanos practicaban, destacando el comercio de caballerías. La delincuencia, como cualquier otro fenómeno social, es también un producto histórico. Esta no puede ser pensada en los mismos términos que hoy para un análisis de los siglos pasados. Hubo —y hay— gitanos ladrones, igual que payos, moros y judíos. Pero, en este caso, el prejuicio tiene una procedencia diferente.

Más allá de lo anterior, si me gustaría reparar en la asunción de que “desde que llegamos nosotros, familias que realmente necesitábamos un lugar donde vivir” se acabaron los problemas. Llegado a este punto me resulta paradójico que, aquellos que claman contra las autoridades por dejarles sin donde vivir, se arrojen para sí el poder de decidir sobre quién lo necesita. Es fácil pensar, con ciertas pretensiones morales, que quien vende droga no merece “okupar” una casa. Pero si partimos del mismo hecho solidario con los actuales vecinos desalojados, ¿no cabría pensar que quizá se venda droga o se robe por supervivencia social? Está claro que este interrogante para el sector político reaccionario de cualquier sociedad no tiene validez pero sí debería tenerlo para una supuesta izquierda que llega, incluso, a personarse en estos acontecimientos. Lo que lleva a introducirnos a otro campo donde preguntarse si verdaderamente la política que se despliega ante nosotros se corresponde con aquello que debería ser.

Fuentes
Peiro, Marta. “Desahucio de 27 familias de okupas en un bloque de Majadahonda”. El Mundo, Abril 24, 2017.
Rubio, Jorge. «Hablan los “okupas” de Majadahonda». Majadahonda Magazin, 2017.

Majadahonda Magazin