El escritor italiano Curzio Malaparte fue uno de los grandes amigos de Agustín de Foxá, al que incluye en algunas de sus novelas, aunque el final de esa amistad fue algo abrupto, según cuenta el periodista Cristóbal Villalobos en la revista «Jot Down»: «Tras la aventura italiana desembarcaría en Helsinki, como ministro de España, en un país aliado de la Alemania nazi que libraba una guerra atroz con la Unión Soviética, en la que el frío y el terreno estaban del lado de los finlandeses. Allí coincidirá con Curzio Malaparte, que andaba por allí como corresponsal de guerra, otro heterodoxo, que lo convertiría en personaje literario de su célebre Kaputt, para muchos una de las mejores novelas que ha alumbrado el siglo XX sobre la barbarie de la guerra».


«Malaparte y Foxá se convertirían en inseparables durante la estancia de ambos en el país nórdico. El italiano, otro escritor sin pelos en la lengua, resulta un aliado imprescindible durante las aburridas cenas y fiestas del cuerpo diplomático. Así se muestra en Kaputt, en la que el escritor italiano reproduce una gran cantidad de diálogos que concuerdan con la personalidad del español. En muchas ocasiones Malaparte intenta contener al conde cuando sus bromas, a veces potenciadas por el alcohol o por el orgullo, les ponen en un aprieto ante los altos mandos militares finlandeses y alemanes. Foxá no solo acompañaría a Malaparte en sus correrías por Helsinki, sino que también irá con él al frente en varias ocasiones. Además de hacer cómplice a Foxá de algunas de sus aventuras en diferentes capítulos de Kaputt, Malaparte ofrece su propia visión sobre el diplomático hispano», señala Villalobos.

Y añade: «Así, al italiano le resulta muy interesante cómo, a pesar de pertenecer al bando franquista, Foxá analiza las razones del bando republicano y le habla de los diarios del presidente de la República, Manuel Azaña, destacando como este se había distanciado de los acontecimientos y de los personajes que lo rodeaban. Que fuera el representante de la España de Franco en Finlandia (Hubert Guérin, ministro de la Francia de Pétain, llamaba a De Foxá «el ministro de la España de Vichy») no le impedía reírse con desprecio de Franco y su revolución. De Foxá pertenecía a esa joven generación de españoles que había intentado encontrarle un fundamento feudal y católico al marxismo y, como él mismo decía, una teología al leninismo, conciliar la vieja España católica y tradicional con la joven Europa obrera».

«Pasado el tiempo, se reía de las ambiciosas ilusiones de su generación y del fracaso de esa trágica y ridícula tentativa. No sabemos lo que ocurrió después entre ellos, pues Malaparte se referiría a él en términos poco agradables en «La piel», la otra gran novela del italiano y, cuando se le preguntó al español por él, este contestó: «prefiero a Bonaparte». Lo cierto es que su personalidad le llevó a convertirse en personaje literario de esas grandísimas obras. Tras la Segunda Guerra Mundial seguiría su periplo por diferentes países en tareas diplomáticas hasta enfermar gravemente en Filipinas, su último destino. La enfermedad no le restó ni el humor ni el talento. Cuando le subían en camilla al avión que le llevaría a morir en España susurró: «Soy el último de Filipinas».

Y concluye: «Foxá, como diría Umbral, era un dandi cínico que escribía mejor que nadie y que se burlaba, más o menos, de todo el mundo. Tuvo incluso el atrevimiento y el ingenio de condenar el régimen franquista, comparándolo con una tribu que pone moldes en los cráneos de sus miembros para que todos tengan la cabeza igual de cuadrada. El artículo, Los cráneos deformados, le valió el premio Mariano de Cavia, solo que todos pensaron que se refería a la Rusia comunista y no a nuestro país. No mucho antes de fallecer, escribiría estos versos con los que, al igual que él terminó su vida, nosotros concluimos nuestro artículo. Un enorme poeta tras una máscara de cínico. Leer más.

Melancolía del desaparecer

Y pensar que, de después que yo me muera,
aún surgirán mañanas luminosas,
que bajo un cielo azul, la primavera
indiferente a mi mansión postrera
encarnará en la seda de las rosas.
Y pensar que, desnuda, azul, lasciva,
sobre mis huesos danzará la vida,
y que habrá nuevos cielos de escarlata,
bañados por la luz del sol poniente
y noches llenas de esa luz de plata,
que inundaban mi vieja serenata
cuando aún cantaba Dios bajo mi frente.
Y pensar que no puedo en mi egoísmo
llevarme al sol ni al cielo ni en mi mortaja;
que he de marchar, yo solo hacia el abismo,
y que la luna brillará lo mismo
y ya no la veré desde mi caja.

(Agustín de Foxá)

 

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