FERNANDO BRUQUETAS. A través de un simple mensaje de texto por teléfono, el editor Federico M. Utrera me pide que haga una recapitulación a modo de «making off» sobre el libro «Outing en España. Los españoles salen del armario». Estoy seguro que él comparte la letra del tango, que dice que veinte años son nada… pues esos son, precisamente, los que han pasado desde su publicación en el año 2000. No fue necesario otro mensaje para convencerme, porque un manantial de recuerdos vino a refrescar mi memoria, por otro lado, siempre tan selectiva. De pronto fue como volver a vivir experiencias, circunstancias, casos y cosas, que iré explicando a continuación. Todo se urdió, sin ninguna intención premeditada, tras una conversación distendida entre amigos en la plaza de Santa Ana de Madrid. Era la época en que realizaba trabajos de recopilación documental para mi tesis doctoral en los fondos de los archivos nacionales de España. En los momentos de descanso, al final de la tarde, solíamos quedar dos o tres irreductibles para comentar como habíamos pasado el día y si el destino nos proporcionaba alguna alegría extra en forma de descubrimiento histórico que al menos nos sacara de la monotonía. Como eso no suele ser lo habitual en la investigación archivística, nos limitábamos a comentar las anécdotas del trabajo cotidiano. Así que nada nuevo bajo el sol. 


Los históricos Manolo González y Olga Cerpa

Debía ser la noche de un viernes, porque la plaza estaba llena de gente. Federico y yo llegamos cuando Manuel González, alma, corazón y vida del grupo musical Mestisay, nos esperaba en la terraza de la cervecería Alemana. En aquel tiempo, Manuel González y Olga Cerpa decidieron dar el salto a la Península. Después de recalar en Atocha 53, Manolo fue a vivir a la calle del Mesón de Paredes, haciendo esquina con la Plaza de Tirso de Molina, y Olga eligió un piso más modesto en el vecino Lavapiés, por la bajada o subida de Jesús y María, según se mire; pero, la verdad, no sé si eso fue antes o después.

Pedro Zerolo y López Aguilar

El caso es que en Santa Ana nos pedimos unas cañas, cuando llegó rezagado Juan Fernando López Aguilar, que por entonces se «estrenaba» como diputado en las Cortes (Congreso de los Diputados) representando a la circunscripción de Las Palmas. Ya había tenido experiencia política en Madrid como director del gabinete del ministro Jerónimo Saavedra, tanto en el Ministerio de Administraciones Públicas como en Educación y Ciencia (1993-1996). Las copas ingeridas con moderación, y la cocacola, animaban la conversación, aunque Juan Fernando se había mostrado contrariado desde que llegó, porque en el diario «El País» se demoraban en publicar un artículo que les había enviado. Su queja era patente y esgrimía como argumento el agravio comparativo, porque él siempre se ha dado mucha importancia, como sabemos todos los que lo conocemos desde jovencito. El ministrable no daba crédito a que en «El País» relegaran su artículo y publicaran otros, que él consideraba de escasa o nula relevancia, como era uno que había escrito en aquellos días el conocido activista gay de origen canario Pedro Zerolo.


El catedrático Fernando Bruquetas narra los inicios del «incipiente lobby gay» en España

«No hay derecho» bufaba López Aguilar. «A cualquiera, y más si es gay, le ofrecen todas las posibilidades, mientras que a los heteros o machos que tenemos algo que decir nos dejan en lista de espera o simplemente se nos ignora». Esto lo decía la mano derecha o izquierda (nunca lo he sabido con certeza) del ministro Saavedra. La opinión de López Aguilar sobre la influencia homosexual en los medios de comunicación hispanos no era gratuita, pues, por su experiencia, sabía de sobra que existía connivencia, apoyo e incluso un incipiente lobby gay que alentaba la hermandad, aunque esta no fuera evidente para muchos. Ahí estaban los periodistas amigos, conocidos y entendidos que respaldaban las reivindicaciones más o menos desorganizadas de los homosexuales famosos y del famoseo general de entonces. Pedro Zerolo comenzaba también su carrera política en aquellos días y López Aguilar lo consideraba un rival que hacía peligrosa competencia al estar ambos en el mismo bando del partido. Próximo capítulo: Luis Antonio de Villena elogia el Outing: «una bella obra ligera»

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