Crescencio Bustillo (segundo por la izquierda)

CRESCENCIO BUSTILLO. El otro maestro que le sustituyó, se llamaba Don Benito López Asenjo, un hombre ya mayor, de estatura pequeña, con bigotes retorcidos a lo «Dalí«, que después de unos años también se jubiló. Tenía una mujer alta y delgada que se mofaba de él en muchos momentos por la pareja tan desigual que hacían. Tenían en su haber 6 hijos ya mayores, mitad varones y mitad hembras, que en general salieron listísimos, quizás por el hambre que les tocó pasar, hasta que se hicieron mayores y se ganaron de por sí la vida. La mujer de este Maestro se llamaba Dña. Juana Sardina del Río, por lo que vulgarmente se la llamaba «la tía Sardina«. Esta «tía Sardina«, era muy glotona, cuando cobraba su marido la paga, en los primeros días del mes, se gastaba todo el sueldo en golosinas y chucherías. Después, el resto del mes mangaba a quien pudiera que fuese para salir adelante, por eso era célebre en el pueblo, por los «sablazos» que pegaba…


Crescencio Bustillo

Como éramos vecinos, a mi casa iba con frecuencia, sacando siempre algo que mi madre no tenía en cuenta, pues de siempre en mi casa hubo muy buenas relaciones con los maestros. El caso es que, unas veces cambiando algo u ofreciendo algún objeto en prenda echándole «cara», pocas veces salía de mi casa con las manos vacías. Me acuerdo que como era tan descarada, sin pedirle permiso a mi madre entraba por la mañana temprano en la alcoba donde dormíamos mi hermano Alfonso y yo y nos hacía levantar de la cama en medio de un jolgorio de risas y bromas que a nosotros, como chicos, nos encantaba, pues nos arreaba cada azote en el culo de mentirijillas. Y de paso nos tiraba de la «cola», que de chicos por la mañana, suele estar tiesa como un palo…

A mi madre y a todos les daba por reír y seguir la broma, ya que ella era así de revoltosa y no se la podía tener en cuenta, estos detalles, pues tenía un corazón de oro. Cuando tenía algo que ofrecer se lo brindaba al primero que se encontraba, o sea que no tenía nada suyo. Pero, claro, esto eran tan pocas veces, que el resto del tiempo, para poder vivir, tenía que ser dando «sablazos» a diestro y siniestro. Con este D. Benito es con quien más tiempo estuve en mi edad escolar. No sabía mucho, por lo que los últimos años que estuve con él, a mí y a otros chicos que éramos los primeros de la clase, ya no sabía que ponernos y nos repetía las lecciones.

Era muy «pegón«, daba cada bofetada que a veces se hacía daño en las manos. Entonces recurría a un «puntero» de madera y con él terminaba de dar el castigo. Esto lo hacía con los chicos pequeños y de mediana edad escolar. Con los mayores utilizaba otra clase de castigos, hablar con la pared, de rodillas y en cruz, etc, etc… A mí particularmente, que yo recuerde, solo me pegó una vez de pequeño por estar hablando y no hacer caso de lo que él estaba explicando. Me arreó unas bofetadas tan limpias y perfectas que me pusieron las orejas encarnadas. Yo aguanté sin decir nada en mi casa, porque si decía algo, en mi casa me volvían a zurrar. Después nunca más me pegó, pues era uno de los de mayor confianza para él, ya que cuando se retiraba un rato alejado de la clase, por la circunstancia que fuera, me encargaba a mí que velara por el orden en la misma.

A veces se salía a la calle sin decir nada, y claro, se formaba el alboroto. Pero el tunante lo hacía adrede y entraba de «sopetón» y cogía a los más escandalosos, por lo que los castigaba con los procedimientos que he señalado anteriormente. No es que fuera mal hombre, pero fuera de la escuela, como tenía tan poca presencia, más luego su mujer no lo ayudaba en nada, el respeto hacia él dejaba mucho que desear, por lo que se hacían chistes y comentarios acerca de su persona, de sus costumbres y de su familia…

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