CRESCENCIO BUSTILLO (1907-1993). Viendo el cariz que tomaban las cosas en Majadahonda (1936), que nadie quería saber nada acerca de la muerte de Santiago Millán Labrandero, sin darse cuenta del papel que se estaba ventilando en España, nos dirigimos al Ayuntamiento de Majadahonda, encontrando al alcalde, Candelas Gregorio, al Polo y a mi hermano Gumer entre otros contagiados e igualmente asustados, no sabiendo qué medidas tomar ante aquella situación, pues una cosa era la politiquería a que estaban acostumbrados, y otra era el dar órdenes en momentos difíciles, como verdaderos líderes revolucionarios.


Crescencio Bustillo (1907-1993)

Ante la duda de lo que pudiera pasar, pues no se podía contar con aquella gente atemorizada, y en previsión de que pudieran reaccionar los fascistas, le mandé al “Perico” que cogiera la bicicleta y se fuera a pedir refuerzos al pueblo de Aravaca, dándole de paso una nota breve, exponiendo la situación del pueblo, advirtiéndole al “Perico” que si era detenido la hiciera desaparecer para que no le encontraran pruebas. Así lo hizo, ya que el pueblo de Aravaca era el más revolucionario por aquellas fechas y yo sabía que estaban convenientemente armados, para de momento triunfar en su pueblo. No tardaron una hora en presentarse, el “Perico” acompañando a una camioneta llena de hombres completamente armados, que nos trajo la tranquilidad. Y con su ayuda se resolvió la situación sin tener que recurrir a la lucha.

Apenas llegaron les pusimos en antecedentes de cómo estaban las cosas. Y con un megáfono conminaron a rendirse al “Blusón” y a su hijo, que eran los que más resistencia habían hecho, prometiéndoles respetar sus vidas y entregarles en Madrid a las Autoridades pertinentes. Bajo esta promesa se rindieron, conduciéndoles en la misma camioneta hasta la Cárcel Modelo, sanos y salvos, hasta que más adelante se decidiera su suerte. No hubo más detenciones, ni tampoco más muertes o heridos como consecuencia de aquel cataclismo general que había sumido en el dolor y la lucha a toda la población española. Como los componentes de aquella ayuda que nos vino desde Aravaca eran una fuerza mixta pertenecientes a la U.G.T. y la C.N.T., estos últimos se interesaron por los detenidos de la noche anterior, que decían pertenecer a la C.N.T. Hablaron con ellos y después de hacerles promesas que apoyarían y lucharían por la causa antifascista, nos pidieron que les pusiéramos en libertad, cosa que accedimos en el acto, no guardando ninguna animosidad contra ellos sino todo lo contrario, procurando que se incorporaran de lleno en las filas de la clase trabajadora.

Hasta entonces en el pueblo no había prosperado esta organización, pero a partir de aquellas fechas, como en tantos otros sitios, fue la puerta para entrar y camuflarse la gente de derechas y otros de ideas indefinidas, que de haberse inclinado la guerra a nuestro favor se habrían justificado como luchadores a favor de la República. Pero cuando vieron que esta llevaba las de perder, la sabotearon desde dentro para acelerar su caída. Una vez que se llevaron al padre y al hijo detenidos, que eran los principales cabecillas en unión del muerto, de momento el pueblo se quedó tranquilo. Yo me dirigí a mi casa a descansar un sueño y relajarme un poco de la tensión de la noche. María, mi mujer, estaba preocupada como el resto de la gente, pero serena. Cambiamos algunas impresiones, recomendándome que actuara firme, pero con prudencia. Siguiente capítulo: La creación del «Comité Revolucionario de Majadahonda».

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