CRESCENCIO BUSTILLO. De todas las aficiones de Majadahonda, la más importante era la taurina y parece ser que no se ha perdido del todo en los tiempos actuales. Como pasaba la cañada por el pueblo, teniendo la Laguna para abrevadero del ganado al paso del mismo, por aquellos tiempos pasaban miles y miles de cabezas de ganado vacuno procedentes de toda la sierra del Guadarrama y de la parte de Salamanca. La mayor parte destinadas al matadero de Madrid, que estaba situado hacia Carabanchel. Otras veces eran corridas de toros completas para lidiarlas en la Plaza del mismo, pero todas tenían un denominador común: eran reses bravas. A estos conjuntos de reses los llamábamos “vacadas”, vulgarmente “novilladas”, que había días que se pasaban en diferentes horas hasta diez puntas de estas vacadas, que como promedio llevaban cada una 500 reses o más.


Una curiosa anécdota relacionada con esta cuestión es la de Rolán. Este se había enterado que había un toro desmandado hacia una zona de viñas llamada del “Cristo”, por estar cerca de la ermita. Rolán era un entusiasta de Belmonte, había leído su biografía y cuando toreaba en Madrid acudía a verle aunque se tuviera que empeñar la camisa. Por eso al enterarse de donde más o menos pudiera estar el toro se preparó una muletilla y se dispuso a emular las aventuras de su héroe. Para ello se quitó la camisa y a la luz de la luna, como el trianero, se fue a buscar al toro, solo, sin decir nada a nadie para no tener que compartir la gloria. Cuando lo encontró, lo citó. El animal, naturalmente, acudió al desafío. Lo que no se sabe es si llegaría a darle algún lance, pero sí que lo derribó, lo atropelló y tuvo la gran fortuna de camuflarse encogido cuanto pudo en el hoyo que se hacía alrededor de la cepa, puesto que estaba dentro de una viña. La fiera lo acosó allí, pero como no podía empitonarlo bien le mordió y se ensució encima de él. Cuando se cansó, se fue alejando, cosa que aprovecho el Rolán para salir corriendo asustado hasta el pueblo, donde contó la aventura que acababa de pasarle. Los que le atendieron contaron que traía las espaldas moras y peladas de los varetazos de los cuernos y de los bocados de la fiera, entre la lengua rizosa y los dientes inferiores, pues ya es sabido que todos los rumiantes no tienen dientes en la parte superior de la boca.






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