SIDA, Freddie Mercury y Diana de Gales: la emisión de su película biográfica en Tele 5 reaviva los orígenes de la «otra» pandemia

FERNANDO BRUQUETAS DE CASTRO. *Catedrático de Historia de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y autor de «Outing en España», primer libro sobre la visibilidad pública homosexual. El 11 de enero de 1979 el Boletín Oficial del Estado publicó la exclusión de la homosexualidad de la Ley de peligrosidad y rehabilitación social, y al año siguiente, el 15 de julio de 1980, se produjo la legalización del «Frente de Liberación Gay de Cataluña» por el gobierno de la UCD. En el mundo occidental, la aparición del SIDA supuso un corte dramático en el mundo feliz de los gays ochenteros, quienes –tras la dictadura– comenzamos a experimentar las bondades de la democracia, el amor libre, el poder de las flores que comunicaban influyentes pensadores de filosofía hippy y pacifistas, y que se había convertido en una tendencia lúdica muy generalizada. La juventud española de aquellos años, que se había contagiado del deseo de hacer el amor y no la guerra, vio truncada sus esperanzas y tuvo que replantearse el modo de realizarse como individuos y reconfigurar las relaciones entre las personas.


F. Bruquetas

Los delirios de las más retrógradas intentaron identificar al sida como una enfermedad que afectaba casi en exclusiva a los homosexuales, a quienes se señaló como «grupo de riesgo». De ese modo, la comunidad gay fue nuevamente atacada de un modo salvaje, al hacerla «responsable» de la peor pandemia que había infectado al mundo en la era de la globalización. Fueron acusados de la expansión de la enfermedad los negros haitianos, los heroinómanos y los homosexuales, pero las mentes más preclaras, que se hallaban tras la investigación médica, dijeron con contundencia que se trataba de una enfermedad inmunodepresora de las defensas del organismo. No eran las personas, sino sus «prácticas de riesgo» las que ocasionaban los contagios. Y el riesgo consistía en compartir las jeringuillas utilizadas para drogarse, las transfusiones de sangre, sin analizar previamente, o en practicar el sexo sin tomar ningún tipo de precauciones.

No obstante, una confluencia de situaciones vino a contrarrestar la campaña de difamación que se abrió contra el colectivo LGTBI debido a la irrupción del sida. Se le había querido culpar de la enfermedad, de hecho, se le quiso responsabilizar de ello, y esta circunstancia fue utilizada como un arma arrojadiza contra los gays y las asociaciones que habían proliferado por todo el mundo occidental. Los gobiernos conservadores de algunos países europeos y americanos, con esta política de desprecio e intolerancia, se podían comenzar a equiparar a las dictaduras comunistas en la represión hacia los homosexuales. No era exactamente lo mismo, pero la situación comenzaba a mostrarse bastante ofensiva debido a que los medios de comunicación comenzaron a hacerse eco de las declaraciones de algunos líderes sociales y religiosos, quienes expresaban sus sospechas de que el sida era un castigo divino o el resultado de la promiscuidad practicada por un colectivo marginal, sucio y depravado.

La pretensión de volver a estigmatizar a los homosexuales estaba alcanzando muy buenos resultados con esta política en los medios de comunicación y por ende en la sociedad, la cual dio pasos atrás en el proceso de tolerancia: volvió a surgir la crítica fácil, la burla y el desprecio hacia la visibilidad de los gays más afeminados, y el llamar «sidoso» a alguien se consideraba un insulto que, cuanto menos, era «merecido» por llevar el tipo de vida de los homosexuales. El drama era tan grande, que la propia consideración de la enfermedad como una peste «incurable» resultó ser un acicate para luchar contra ella y puso en evidencia la falsa premisa de que los homosexuales eran los culpables de su propagación. Así que, cuando parecía que nada podía hacerse y que sólo quedaba sucumbir ante las críticas y la propia enfermedad, los hados se confabularon para ofrecer una solución que si bien no era definitiva se mostró en buena parte eficaz. Mañana: Segunda parte.

 

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