

Como diplomático fue destinado a Sofía y a Bucarest, publicando en 1933 su primer libro de poemas, “La niña del caracol”, editado y prologado por Manuel Altolaguirre. Dice Umbral que en aquella época los miembros de la Generación del 27 y los escritores falangistas, de los que Foxá sería pieza clave, andaban mezclados, pues eran la misma cosa, aunque él se alejaría de ellos tras la contienda con su artículo acusatorio “Los Homeros rojos”, en el que Sender, Cernuda, Altolaguirre, Alberti o Miguel Hernández eran «tristes Homeros de una ilíada de derrotas». Asiduo a las tertulias de “La ballena alegre”, formó parte de la llamada «corte literaria» de José Antonio junto con Rafael Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo, José María Alfaro, Jacinto Miquelarena o Pedro Mourlane Michelena, entre otros.
Con algunos de ellos compondría la letra del “Cara al sol”, momento que narra en su propia novela, “Madrid, de corte a checa”, en la que se atribuye a sí mismo los versos con los que comienza el himno: “Cara al sol, con la camisa nueva, que tú bordaste en rojo ayer”. Tras publicar su segundo libro de poemas, “El toro, la muerte y el agua”, con prólogo de Manuel Machado, la guerra le sorprende en la embajada de Bucarest, que abandona para sumarse al bando de los sublevados tras hacer de doble agente durante varios meses. En Salamanca, Foxá escribiría su novela más conocida concibiéndola como un episodio nacional, al modo de los de Galdós, a la que se sucederían otras dos: “Misión en Bucarest” y “Salamanca, cuartel general”. La primera de ellas se publicaría a la muerte del autor, la segunda, tercera de la trilogía, desaparecería y no llegaría nunca a editarse.
Cuentan numerosas crónicas, así que suponemos que será verdad, que estando en una cena con diversos miembros del cuerpo diplomático y del gobierno italiano, el conde Galeazzo Ciano, ministro de Asuntos Exteriores de Mussolini —además de su yerno—, se le acercó y le reprochó a Foxá sus desmanes con la bebida cosa que, por otra parte, no constituía ninguna novedad, a lo que el conde de Foxá, molesto, respondió con una gracia que le acabaría por costar el puesto y casi la cabeza. La escena ocurrió más o menos de esta manera: Ciano: Señor de Foxá, la bebida acabará matándolo. Foxá: Al menos a mí no me matará Marcial Lalanda. Ciano tenía fama de cornudo en toda Italia y Marcial Lalanda era el torero de moda durante aquellos años en España por lo que, cuando se le tradujo la ocurrencia a Ciano, entró en cólera y allí mismo intentó retarlo a duelo.
Se da el caso de que Foxá acusaba al italiano de lo mismo que a él le habían reprochado en España hasta la saciedad, solo que él se lo tomaba con más humor. Serrano Súñer, homólogo español del conde italiano, y cuñado de Franco, «el cuñadísimo», cuenta en sus memorias políticas cómo Ciano presionaba de forma vehemente para que se expulsara a Foxá de Italia, llegando incluso a acusarle ante el gobierno español de espía de los aliados. Serrano, que era amigo de Foxá y buen conocedor de su carácter y de sus ocurrencias, acabó, en una llamada telefónica con Ciano, por sentenciar el asunto: «El camarada Foxá saldrá de Italia por chistoso, pero no por espía». Leer más.









