Antigua fotografía de falangistas en la guerra civil española del siglo XX

CRESCENCIO BUSTILLO. No habíamos hecho nada más que abandonar el Ayuntamiento de Majadahonda y reemprender la “ronda”, cuando sentimos un disparo, que retumbó como un cañonazo, seguido de voces, gritos alaridos de dolor, y una carrera desenfrenada de otra de nuestras patrullas, procedente de la calle contigua a la que estábamos. Esta patrulla nos alcanzó en medio de una tensión nerviosa, que apenas nos pudieron hablar y transmitir lo que había sucedido. La patrulla esta se componía de un tal Frutos que la comandaba, buen elemento, de ideas sanas y liberales; un tal Pilar, joven impetuoso de ideas radicales, y el Antonio de los Esteban, primo como ya sabemos de mi mujer María. Al juntarse estos dos últimos con nosotros, en medio de su nerviosismo, -sobre todo el Antonio lo acusaba más- dijeron que había un falangista muerto debido al disparo que se había producido entre ellos. No dijeron quien lo había matado, ni nosotros les preguntamos tampoco, pero por la forma de proceder y adivinando al resto, comprendí que el autor de la muerte había sido el Antonio.


Crescencio Bustillo (1937 o 1938)

El muerto era el hijo del terrateniente mayor del pueblo, un muchacho fanfarrón y creído de sí mismo. Se llamaba Santiago Millán Labrandero («Santi») y era uno de los jóvenes falangistas más destacados en el pueblo, que según dijeron después, encontró la muerte por su propia arrogancia. Había heredado la “mala leche” de su abuelo, el famoso “Tío Fraile”, por lo que en el plano popular gozaba de pocas simpatías en el pueblo. A partir de la muerte aquella noche del falangista, entre gritos, voces, insultos y disparos, el pueblo se convirtió en una guerra interna, por lo que se hizo sumamente peligroso andar por las calles centrales donde vivían la mayoría de los caciques, so pena de exponerse a recibir un tiro sin saber de donde te podían disparar. Así, entre disparos y más disparos, unas veces con más frecuencia que otras, se fue pasando la noche en medio de la mayor zozobra.

Las partes exteriores del pueblo las controlábamos nosotros y podíamos movernos libremente por ellas, pero el centro era un continuo fogueo, sin saber quién finalmente vencería. Afortunadamente no hubo más víctimas, pues el principal cacique, Ángel Millán («Blusón»), tío del muerto, y su hijo Julián («Patata»), otro destacado falangista, se encerraron en su casa, que era el principal comercio del pueblo, y desde los balcones de la misma, convertidos en fortaleza, estuvieron tiroteando toda la noche a todo lo que se movía en el radio de acción que les alcanzaba la vista, bien provistos de un arsenal de armas y municiones.

Según las referencias que yo pude obtener, el falangista muerto se hallaba en la puerta de su casa, sentado en una piedra que servía de banco a la entrada de la misma. Cuando iba a pasar la patrulla se levantó en actitud provocativa, estos le conminaron a que se metiera en su casa, y se fuera a descansar, tal y como se había dado la consigna de despejar las calles del pueblo para evitar incidencias. No sé las palabras que se cruzarían, cargadas más o menos de intención. El caso es que el muerto dijo que a él no le mandaba nadie, pronunciando además alguna palabra despectiva al insistir para que obedeciera. Este se subió al escalón de la puerta empuñando el picaporte con la mano izquierda y entreabriendo la misma, mientras que con la mano derecha, empuñaba una pistola con el firme propósito de hacer fuego y meterse refugiado en su casa. No le dio tiempo a consumar sus propósitos, un escopetazo certero del Antonio se lo impidió, llenándole el cuerpo de postas, cayendo a la puerta de su casa y empuñando el arma que no le había dado tiempo a disparar por escasos segundos de diferencia.

Esta es la principal y verdadera historia de la noche trágica del 18 de julio (1936) en el pueblo. Durante el resto de la noche anduvimos deambulando, pero a medida que se acercaba la mañana, por donde se paraba uno la conversación giraba sobre lo mismo, señalándose un terror rayano en el pánico, pues la gente no acababa de de digerir el momento histórico que estábamos viviendo, sino que pensaba que habría repercusiones más que profundas, al haber matado al más rico del pueblo, pues dada la fuerza que siempre habían tenido, no se iban a conformar con estar de brazos cruzados. Próximo capítulo: Al encuentro del alcalde de Majadahonda, Candelas Gregorio Millán.

[FELIÚ GÓMEZ, PILAR. «Natural de Majadahonda. Detenido por los franquistas, fue condenado a la pena capital en consejo de guerra, acusado de participar en la muerte de Santiago Millán Labrandero. Fusilado el 16 de octubre de 1942, junto a 5 personas más, en las tapias del cementerio del Este, en Madrid. Fuentes: Archivo General e Histórico de la Defensa (AGHD), Tribunal Militar Territorial Primero, fondo Madrid, sumario 61.841; Archivo Histórico del PCE (AHPCE), Represión política, caja 44, carpeta 41/2; García Muñoz, Manuel: Los fusilamientos de La Almudena. Madrid, La Esfera de los Libros, S.L., 2012, pág. 281; Núñez Díaz-Balart, Mirta y Rojas Friend, Antonio: Consejo de guerra. Los fusilamientos en el Madrid de la posguerra (1939-1945). Madrid, Compañía Literaria, 1997, pág.156», según la web La Historia en la Memoria. PULGAR MARTÍNEZ, FRUTOS fue también fusilado el 19 de julio de 1940 en el Cementerio del Este de Madrid].

 

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