JOSE Mª BABOT VIZCAINO. Veo una ardua y difícil tarea en ser o ejercer el cargo de alcalde en una ciudad como Majadahonda o de censo similar e incluso menor. Lo veo y es dificilísimo. En las ciudades de primera categoría en censo es otro grado, es diferente. Todavía más dificultosa. Primero han de luchar dentro de la sede de su partido al que pertenecen para lograr ser el favorito del presidente. Una vez que se hayan desligado de las trabas, empujones, pisadas, zancadillas y descalificaciones de sus «compañeros», ya tienen asegurada la primera posición en las listas para las elecciones. Todo ello se produce siempre para lograr situarse al lado del presidente de la sede de su partido, a no ser que seas una excepción de valía personal.


Babot Vizcaino

Cuando llegan las nominaciones de los partidos, el júbilo es tremendo. La sonrisa se les amplía el doble, el color les viene a la cara, la simpatía sale a raudales y los convites y demás agasajos aparecen por sí solos. Llegan a casa sonrientes, contentos, salen de paseo con la familia, se dejan ver, saludan y siempre con la sonrisa y el buen semblante en la cara. Cuando llegan las elecciones han de darse a conocer, como ocurre aquí, presuntamente, en Majadahonda, y en todas las poblaciones, claro. Van al Ayuntamiento para hacerse ver y notar, preguntan, invitan a fumar, a cervezas, incluso se ofrecen a dar algún recado a personas del Ayuntamiento que sean de relevancia, para que se acuerden de ellos, etc.

Una vez celebradas las elecciones, si ha salido electo su partido, ya están como alcalde. Y si su partido ha tenido mayoría, miel sobre hojuelas. Si no, pues a aliarse con otro para lograr ser investido alcalde. Se vuelven a casa sonrientes, saludando por doquier, llegan a casa, dan unos besos a su familia, comen más que bien, se fuman su pitillito -si lo hacen- y se toman su cafelito y copichuela. Duermen una siestecita y a la calle, a ver cómo respira la ciudad. En Majadahonda no sé si ha sido así, pero es lo normal, o casi lo normal, hablo desde mi experiencia como concejal que fui en un lugar donde el alcalde electo lo hizo normal, lo que suele pasar en el resto de poblaciones de España.

Una vez que los partidos -nunca los electores- han designado a sus concejales, en la intimidad y en secreto (¿?), llega el día de la toma de posesión de la alcaldía. Ese día rebosan juventud, alegría, se han vestido con sus mejores galas y, acompañados de su familia, van a que les cedan la vara los alcaldes salientes. Ya la tienen entre sus manos. La ofrecen al pueblo, simbólicamente, y se termina la sesión entre abrazos, sonrisas, apretones de mano, besos en las dos mejillas, y demás parabienes. Y a casa, a celebrarlo con un ágape, con sus padres, suegros, hijos, hermanos y puede que alguien más. Todos más que contentos y felices, menos en los padres, por veteranía, claro, pues les aparecen algunas arrugas en la frente, sabiendo de antemano lo difícil de su elección.

Al día siguiente, después de una noche agitada por la emoción que les espera, se levantan. Y al Ayuntamiento a empezar su gran labor. Les suele recibir a la entrada del edificio la guardia municipal que hay de servicio. Y les esperan para darles la bienvenida el secretario del Ayuntamiento y algunos concejales de sus partidos. Les acompañan hacia su despacho y entre risas, gracias, saludos y alguna que otra nota jocosa, les dejan solos para que tomen asiento en sus sillones delante de sus mesas. Una vez finalizada toda la parafernalia lo primero que suelen hacer, como es obligado, además, es llamar a sus secretarios del Ayuntamiento, que son los que verdaderamente mandan en la ciudad, puesto que tiene la llave de ella, ya que obran en su poder las ordenanzas, las leyes, los datos bancarios, sus fichas privadas, créditos y deudas, las interioridades del pequeño comercio, etc, etc…

Y los secretos que hay bajo las alfombras, esas alfombras que nunca se barre por encima sino que se echa todo debajo de ellas. O se guardan en determinados cajones, claro, de los cuales estas personas, más que avezadas en su labor, saben distribuirlos adecuadamente, en su momento y cuando les interesa. Una vez aposentados, a estos alcaldes les llega la ingrata labor de preguntar a sus Secretarios cómo está la ciudad. Les informan éstos de las prioridades y necesidades. Es entonces cuando los alcaldes les piden a los secretarios y concejales que han de hacer lo que prometieron en las elecciones y les indican por donde se empieza. Los secretarios les ponen al día y los alcaldes elegidos ven, con rareza y extrañeza, que de momento no puedan hacer lo que se prometió, puesto que cuando los alcaldes dicen «vamos a hacer esto», los Secretarios le pueden responder que, o hay otras cosas de necesidad más perentoria, o que ya están empezadas otras, o que, simplemente, no hay dinero para atacar esas obras.

Ahí les suele venir a los alcaldes una desazón bastante grande y es donde empiezan a darse cuenta del «vía crucis» que han de recorrer. Pasando los días, ya no sonríen tanto, la cara se les va avinagrando poco a poco y empiezan a ver la realidad de su cargo. Poco después empiezan los problemas ciudadanos, que si les piden esto, que si les recuerdan lo que se les prometió… Comienzan a llegar las cartas acuciantes, insultadoras o echándoles en cara algunas cosas que preferirían no tener que leer. Ya no van a casa sonrientes, y, a veces, procuran pasar desapercibidos por las calles, por si les dicen algo, que de todo hay en la viña del Señor. Y se empiezan a dar cuenta del por qué se empecinaron en ser alcaldes. Y si, por casualidad, a alguno se le quitan las ganas, están detrás los de su partido que le apoyan y «le dan ánimos» para seguir adelante.

Van sorteando, como buenamente pueden los sinsabores diarios, ya no sonríen casi nada, ya no salen a pasear tanto, ya se van quedando sentados en su despacho despachando los papeles que les presentan los verdaderos mandatarios de la ciudad: los secretarios de los ayuntamientos, a los cuales se les debe agradecer muchas de las cosas hechas en sus ciudades porque son verdaderos maestros y magos. Por eso, cuando algunos vecinos escribimos solicitando o pidiendo algo, hemos de hacer una reflexión y sopesar si es viable o no lo que se pide al alcalde. ¿Entendida esta carta?. Me alegro.

Majadahonda Magazin