
Otro personaje también célebre pero con más picardía en las bromas era el “Tío Tábano”. Actuaba solo y solía hacer de las suyas cuando salía de “mascarón”* (adorno arquitectónico que tiene forma de cara grotesca o deforme, se colocaba en la parte delantera de una embarcación). Una vez hizo el juego del “aliguí”, que consistía en coger las cosas u objetos con la boca, pero nunca con las manos. Se llamaba así porque ya se cantaba de antemano: ”¡Aliguí, Aliguí, con las manos no, con la boca sí!». Pues bien, el “Tío Tábano” aquel día salió provisto de unos “zorros” de quitar el polvo, de una atada de chorizos y de un palo corto o vara, atando un cordel a la punta. En el extremo del cordel ponía un chorizo y comenzaba el juego. Antes se fijaba donde había mozalbetes que les pudiera interesar, hacia un raya circular con la punta de la vara en el suelo, se metía en el centro del círculo, en la mano derecha empuñaba los zorros y en la izquierda la vara suspendida con el cordel y el chorizo, y por señas invitaba a los chavales que le cogieran el chorizo puesto de cebo.
Naturalmente los chavales acudían, se ganaban bastantes golpes con los zorros pero compensaba los chorizos que se comían. Todo esto en medio de las risas de los espectadores que veían como se le llevaban los chorizos con la boca, y los chavales salían corriendo para que no los alcanzara con los zorros. Entre los chorizos llevaba uno que no era tal, lo había puesto él llenándole y disfrazándole de mierda. El que picó era un chaval ya grandullón llamado de apodo “Patilique”, que al coger en el aire el chorizo con la boca y salir corriendo, lo apretó con los dientes y estallo dentro de su boca, saliendo por las comisuras de los labios dos chorretones de mierda blanda. Cuando el “Patilique” se dio cuenta de la pega por poco se muere de asco y cuando quiso reaccionar, el “Tábano” había salido corriendo aprovechado la confusión y se había encerrado en su casa que se encontraba cerca. Por tanto, todo el mundo dedujo que lo llevaba bien estudiado. El “Patilique”, al no poderle coger, empezó a pedradas con las ventanas y puertas de la casa no dejando ni un cristal sano, apagando así la ira, mientras juraba y perjuraba que lo había de matar. Pero el tiempo calma los espíritus y no paso de eso: amenazas.







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