Crescencio Bustillo recogiendo calabazas en Barcelona (años 50)

CRESCENCIO BUSTILLO. Volviendo a mis 15 años, continué en mi casa trabajando y perfeccionándome cada vez más en el oficio; dejando a un lado la aventura aquella de los lupanares. Es una edad que le dicen del «pavo», por lo que yo no iba a ser una excepción. Si te arrimabas a los hombres, no dejabas de ser un chaval, si lo hacía con los más pequeños, me daba vergüenza de que me llamaran «grandullón». Y con las chicas formales del pueblo de Majadahonda me daba un poco de vergüenza, por lo que me encontraba «corto» para alternar plenamente con ellas. Por otra parte yo no quería perder la libertad, y menos a dicha edad que empezaba a pensar e ilusionarme por la vida. Por esta razón, hasta que no hice el servicio militar poco bailé, ni alterné con las chicas de mi edad del pueblo, aunque no faltaban proposiciones de unos u otros sobre tal o cual chavala que me pudiera interesar, pero me mostraba indiferente a estas propuestas para no herir susceptibilidades. Y así fui capeando el temporal, evitando los compromisos que me salían al camino…


Crescencio Bustillo

En estos años de mozuelo cargados de ilusiones y tonterías, tuve mis manías más o menos extravagantes pero de las cuales, por pequeño que fuera, siempre sacaba alguna enseñanza. Una de ellas es que me dio por ser torero. Toreé algunas vaquillas y becerros en las capeas, que entonces había por los pueblos en sus fiestas mayores. Tengo que decir que no se me daba del todo mal, aunque a veces salía trompicado y arrollado por los cornúpetas. Por cierto, una vez otros tres amigos y yo con el mismo «gusanillo» de la afición, «el Eduardo», «el Genaro», y «el Carlos«, nos fuimos con muletas y capotes a «Romanillos«, una finca grande junto al río Guadarrama que estaba arrendada por los «nacionales», toreros estos de cartel que tenían becerros de recría para los entrenamientos de ellos. Cuando empezamos a torear a un becerrete que habíamos apartado de antemano se presentaron los vaqueros con intención de pegarnos por lo enojados que venían. Menos mal que hablando poco a poco se fueron aplacando y nos dejaron marchar, pues querían quitarnos los capotes y llevarnos detenidos hasta la casa principal. Por fin lo reconsideraron y nos dejaron marchar con la promesa de que no volveríamos.

Una tarde que había «tentadero» en esta mansión, me llevaron mis hermanos adrede para, si los «nacionales» daban permiso, ponerme a prueba. Y según como saliera, tornar una decisión sobre mí: si valía, me apoyarían, pero si no, que se me fuera quitando la chaladura de los toros y me inclinara por otra cosa. Aquella tarde iba yo dispuesto a todo pero al pedir permiso a los «nacionales» solo accedieron a que si quería torear, me incluyera con otros «maletillas» en un becerro que nos soltarían para todos. Este becerro cuando salió estaba ya toreado y sabía «latín«, por lo que no había forma de torearlo. Si lo citabas, se arrancaba al «bulto» en lugar de hacerlo al capote o la muleta…

Como se verá, mi prueba quedó tan inédita que ya no volvió a repetirse ante la actitud de mi madre, que del sofocón que pilló estuvo tres días en la cama sin quererme ver, diciendo que era un mal hijo que le quería matar a disgustos con la loca manía de querer ser torero. Tanto me afectó que desistí de ello, aunque siempre me ha gustado la fiesta y el andar alrededor de los toros. De mis dos hermanos, uno «el Rubio«, era partidario; pero el otro, «el Gumer«, no quería. Y como mi madre se puso tan imposible, lo dejé para evitar más disgustos.

Creo que lo único que saqué de esta chaladura fue copiar un poco la presunción de los toreros en el vestir, pues por muy maleta que sea siempre presumen de lucir el tipo, dándole aire a la ropa que visten. En mi caso he procurado que la ropa se me adapte al cuerpo, sacándole lo más airoso posible de esta fusión del hombre y la ropa, que es lo que hacen todos los taurómacos. Por otra parte, a las mujeres les gustaba esto, que el hombre fuera presumido, tuviera gusto en el vestir y fuera elegante en sus ademanes y movimientos. Yo en mi caso lo puedo afirmar porque lo notaba que me miraban a hurtadillas, fijándose en mi figura más de la cuenta…

Majadahonda Magazin