CRESCENCIO BUSTILLO. Una costumbre perdida en Majadahonda fue la de correr las bestias el día de San Antón con motivo de su fiesta patronal. Aquel día se enjaezaban las bestias y se les daba una carrerita hasta la Ermita del Cristo, donde estaba el cura que les daba la bendición. Pero un año entre los romeros estaba el “Martinico”, que salió con su burra a participar en la fiesta. La burra estaba muy gorda, demasiado, y cuando terminó la carrera por el arenal se sofocó más de la cuenta, quedando muerta de repente a los pies de la ermita. La gente al comentarlo decía que se habían acabado los milagros por lo que nunca más volvieron a practicar aquella costumbre.


Crescencio Bustillo

También se perdió la costumbre de las “Cencerradas”, porque llegó el momento que en algunos pueblos se desarrollaron sucesos sangrientos debido a las mismas. La cencerrada consistía en dar el latazo a los novios hasta que estos se casaban. Estos noviazgos habían de ser mixtos, de novia soltera con novio viudo, de soltero con viuda o de dos viudos a la vez. Los solteros no entraban en esto, pues se celebraban las bodas normalmente como en todas partes. Generalmente las mujeres, porque en esto son más perspicaces, eran las que descubrían las relaciones amorosas que pudiera haber entre estos futuros cónyuges. Daban la voz de alarma y eran las primeras que empezaban la cencerrada.

Ilustración de la «Cencerrada»

Una vez comenzada ya no paraba, incrementándose por las noches cuando los hombres regresaban del trabajo. Para ello se empleaban toda clase de instrumentos improvisados que sirvieran para hacer ruido, desde los tubos de vidrio de los quinqués, los cuernos de toro echados en agua con la punta cortada, latas y cencerros, y como incensarios, recipientes llenos de paja y guindillas, que no había quien aguantara las humaredas que provocaban cuando se les prendía fuego. También se usaban los pellejos de vino viejos que al quemarse la colambre iluminaban la noche y producía un olor la pez y el azufre que era insoportable.


«Cencerrada» en Villa de Soto (León)

La duración de estas verbenas dependía de la prisa que se dieran los novios en casarse. Siempre acudían en secreto a la casa del cura, donde se celebraba la ceremonia. Y una vez terminada esta y casados ellos, lo hacían saber, terminando “ipso facto” la cencerrada. Muchas veces, si el novio era generoso, invitaba a los cencerristas, pero la mayoría de ellos se habían “embreado” demasiado, que no estaban para recibir felicitaciones de esta clase de músicos.

La fiesta o cencerrada consistía en agruparse la gente en las inmediaciones de la casa del novio o de la casa de la novia. Por lo regular se hacia dónde más se cabreaban. Allí se paseaban las orquestas arriba y debajo de la casa, entonando a voz en grito las consignas alusivas a la pareja: «¿Quién se casa?. Fulano ¿Con quién?. Con fulana. ¿Qué la va a regalar?. Un asnero. ¿Para qué?. Para que atine al agujero”. Y así, según el oficio de él o de ella, se improvisaban los eslóganes. Lea el cuento «La Cencerrada» de Vicente Blasco Ibáñez. Año: 1.900

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