«Pontedeume, pocos topónimos que engañen menos, tiene un puente largo y elegante».

VICENTE ARAGUAS. (25 de agosto de 2025). Pontedeume Vila Do Libro. Y allá que me fui, una vez más (y las que aún me quedan, espero) a Pontedeume, dominio tan de los Andrade, en su momento, cual lo fuera ese Betanzos que amo, y al que le dediqué reciente espacio en Majadahonda Magazin. Esta vez no lo hice caminando, como suelo, el tiempo apremiaba y debía participar en una mesa redonda, “Pontedeume Vila do Libro” en espacio callejero, bajo un sol difícil, apenas tamizado por un toldo. Pero estuvo bien (hacer cultura, esto es, patria, siempre conforta), acompañado por Iago Ebrero, Nico Vidal y Marta Villar (de Malpica de Bergantiños, me aclara, que –bien lo sé- hay también Malpica del Tajo).

Vicente Araguas

EL PÚBLICO, DOS VECES MÁS MUJERES, ESTUPENDO, AGUANTANDO LA SOLANERA CON BUEN TALANTE. Por supuesto, antes y después me moví por esta villa medieval, con calles en cuesta, y algunas plazas para acomodarlas. Pontedeume, pocos topónimos que engañen menos, tiene un puente largo y elegante sobre ese tramo de agua que indica que el río, esa hermosura que deja atrás unas bellas fragas (bosques bien organizados, en gallego), está a punto de hacerse mar. Tomando así parte en la Ría de Ares. Al fondo, a la derecha, ya en el municipio de Cabanas, respaldada por el pinar de la Magdalena, una de las playas más señoriales de Galicia, regocijo vespertino cuando a ella llegamos con los escolares de “Logos” en el “Camino Inglés”. A los que Pontedeume acoge, diez años de hospitalidad, en “A Casqueira”.

«Debía participar en una mesa redonda, “Pontedeume Vila do Libro” en espacio callejero, bajo un sol difícil, apenas tamizado por un toldo. Pero estuvo bien (hacer cultura, esto es, patria, siempre conforta), acompañado por Iago Ebrero, Nico Vidal y Marta Villar (de Malpica de Bergantiños, me aclara, que –bien lo sé- hay también Malpica del Tajo)».

PONTEDEUME ES BLANCURA EMPINADA, SOPORTALES Y MIRANDAS, iglesias en lo alto, anunciando esa subida a Breamo que más que romper calienta piernas. Pontedeume es una estación de tren en un espacio ten bucólico que bien pudiera será estación poética como aquellas que regulé hace ya bien de años en la Casa de Galicia, de Casado del Alisal, en ese Madrid tan belleza, Museo del Prado, y tan naturaleza urbana, ¡ah, El Retiro! Pontedeume contiene bares recoletos y restaurantes acomodados a todos los gustos, y es –también- la Torre de los Andrade, hoy, Oficina de Turismo, donde Silvia resulta cordialísima regente de un reinado que se remonta a la Edad Media, con aquel Fernán Pérez de Andrade “O Bo”, quien en Betanzos duerme el sueño terrenal pues lo escoltan el oso y el jabalí que tanto abundaban en estas tierras. Hoy queda el “porco bravo”, tan ya de nosotros que a veces merodea y se interna en las ciudades gallegas, con ese andar de príncipe desganado que se hace el interesante para ver si lo seguimos queriendo. Que sí, naturalmente.

Pontedeume, a un paso del Cenobio de Caaveiro. San Juan de Caaveiro, joya tan esculpida en la naturaleza, tan como un ángel con las alas quebradas.

EN UNA ESQUINA DEL PUENTE EUMÉS PODEMOS VER LA MOLE PÉTREA DEL VIEJO JABALÍ, UN TANTO DESMOCHADO, Como el tiempo que hace que llegué a Cabanas, por vez primera, con mi abuelo Vicente, y comíamos en “El Abisinio”, que ya no existe sino un hotel en su lugar. Que ya lo dijera Giuseppe Tomasi di Lampedusa: “cambiar algo para que nada cambie”. Y es que hay lugares, físicos y en la mente, que no debieran mudar jamás. Cabanas y Pontedeume, por ejemplo. Unidos por dos puentes, el de ferrocarril, azul en su estructura vertiginosa, el de piedra, el que tiene tantos ojos como miradas el río. Esas que hoy reparaban en la buena gente, gente guapa, que dedica un día de agosto a escuchar a unos creyentes en la cultura como salvación si el periodismo se ocupa de la literatura. Y, mira por dónde, este medio tan majariego como el cielo azul cobalto de los atardeceres, ¡también!, hace semejante cosa. Entre muchas otras. Pontedeume, cerca de Neda. Pontedeume, a un paso del Cenobio de Caaveiro. San Juan de Caaveiro, joya tan esculpida en la naturaleza, tan como un ángel con las alas quebradas.

Majadahonda Magazin