IGNACIO DEL RIO. (16 de octubre de 2024). Hace unos 40 años, durante mis vacaciones en la Costa Brava, descubrí en Cadaqués un restaurante de pescado que merecía mucho la pena no solo por sus excelentes preparaciones sino por el magnífico ambiente que se respiraba y al que asiduamente acudí durante decenas de años de manera sistemática cada verano. La especialidad de la casa era la Lubina al Hinojo. Excelente plato cuya degustación compensaba con creces los más de 100 km de difícil carretera que tenía que hacer para llegar a Cadaqués. Pero lo más interesante de este restaurante no era su carta gastronómica sino la posibilidad de estar comiendo en un salón rodeado por cuadros de Dalí. Al principio me llamó la atención y pensé que se podía tratar de copias, ya que estábamos en un pueblo monopolizado por este genial pintor y embebido en su obra, pero gracias a la confianza con los propietarios pude saber que se trataba de originales. Las malas lenguas del lugar decían que el genio catalán frecuentaba este lugar y no siempre pagaba, lo que significaba que cada cierto tiempo, cuando su cuenta alcanzaba un valor importante, se presentaba en el local con algún cuadro… y así durante años. O por lo menos es lo que se decía en los mentideros de Cadaqués. Por desgracia para los clientes y probablemente por suerte para los propietarios, este restaurante lleva años cerrado y sin posibilidad alguna de contemplar su colección de joyas dalinianas.
ALGO SIMILAR ME OCURRIÓ HACE UNOS 15 AÑOS EN ESTADOS UNIDOS, cuando visité por primera vez Las Vegas, la ciudad del pecado, y no precisamente porque yo sea amante del juego sino por la curiosidad de ver en directo aquello que en tantas y tantas películas hemos visto, ese ambiente único mezcla de juego, espectáculo y folklore. Y también con el deseo de visitar el Cañón del Colorado, excursión que se hace muy fácil partiendo de Las Vegas. Como no quería perderme nada, reservé una habitación en el hotel paradigmático donde se han rodado películas como «Ocean Eleven» y varias más: el famoso hotel Bellagio. Cual no fue mi sorpresa al encontrarme que el restaurante de este hotel se llamaba «Picasso«. Algo que imaginé sucedió por una decisión de sus propietarios en base a la admiración que sentían por este magnífico pintor español. Cuál no fue mi asombro al visitarlo y poder disfrutar de una cena rodeado de decenas de cuadros de don Pablo. Exactamente igual de originales que los de don Salvador en Cadaqués.
ESTO CREO QUE NO TUVO NADA QUE VER CON SALDAR CUENTAS, porque desconozco si Picasso visitó alguna vez Las Vegas, pero si así fue, seguro que no le dio tiempo a acumular cuentas por tan alto valor. Me inclino más por una millonaria inversión de los propietarios, pero es realmente asombroso poder disfrutar de obras pictóricas del calibre de las que estamos hablando comiéndose un «T Bone» o una «Lubina al hinojo«. Estas obras no están en ningún museo y solo se pueden o podían contemplar visitando estos restaurantes, en estos casos no tengo claro si se trata de museos no convencionales o de restaurantes muy originales.