Entrada al Puerta de Hierro de Erika Mejía

LIDIA GARCIA. «A día de hoy, Erika Mejía permanece en la Unidad de Cuidados Intensivos. Su estado sigue siendo crítico. Los sanitarios la colocan bocabajo para mejorar su respiración. Creen que la obesidad que padece desde niña puede ser uno de los motivos que el virus la haya atacado a ella con tanta dureza. En ocasiones, el jefe de Servicio de Cuidados Intensivos, Dr. Juan José Rubio, de 67 años, le habla para ver si responde. A veces mueve la cabeza, semiinconsciente. El médico explica que el coronavirus es desconcertante. “Se comporta de forma extraña. Me sorprende cada día. Da miles de problemas. Afecta a la coagulación, la piel, genera problemas neurológicos, trastornos hematológicos, infartos asociados, ictus, y en pacientes jóvenes y sanos como Erika no te lo explicas”. —Llevo 40 y pico de años en intensivo. He pasado la colza, el sida… Y, sin embargo, esto es lo más grave que me he cruzado nunca. —Yo también, y eso que no llevo tantos años, le contesta su compañera en esta crisis, Ana González, jefa de anestesiología y reanimación. —Todavía estás a tiempo de vivir una más gorda. —Espero que no. Esto ha sido durísimo». El periodista Juan Diego Quesada recoge esta conversación en el diario «El País» un reportaje donde incluso el fotógrafo Jaime Villanueva Sánchez capta la llegada al hospital Puerta de Hierro de Majadahonda (Madrid) de la paciente Erika Mejía, que hasta ese momento estaba ingresada en el hospital universitario de Guadalajara, el viernes 17 de abril (2020). El traslado le salvó la vida. De hecho titula el artículo «Salvar a Erika Mejía: “Debe de ser alguien importante”: El sistema de salud se moviliza para el difícil traslado desde Guadalajara a Madrid para ingresar a una mujer hondureña de 37 años».


Dr. Juan J.  Rubio

Erika Mejía se quedó sin empleo en noviembre de 2018. Aunque ese tiempo duró poco. La hija de su antigua empleadora, Inés Samaniego, la contrató en diciembre como asistenta de hogar a media jornada. 20 horas semanales. Un trabajo en el que estaba contenta, según sus conocidos, cuando contrajo la covid-19. Al principio, se manifestó como un molesto dolor de oído. En los días siguientes comenzó a sufrir dolor de estómago y mareos. La fiebre le subió a 40 grados. Los pulmones dejaron de funcionarle con normalidad. En solo cinco días, Erika Mejía se colocó en el umbral de la muerte. La situación de Erika continuó empeorando. Antes de ingresar en la unidad de cuidados intensivos del hospital universitario de Guadalajara, el 12 de abril, le envió un mensaje por WhatsApp a su sobrino: “Dile a tu madre que creo que me van a meter a la UCI y me van a intubar”. Los médicos llamaron a su hermana Alma por teléfono y le dijeron que se preparara para lo peor.


Alma Mejía, la hermana de Erika, muestra una foto de ella, en su casa de Guadalajara, España, la semana pasada. ©Jaime Villanueva Sánchez

A la vez, la dirección del hospital pidió su traslado urgente al Puerta de Hierro de Madrid, donde podrían conectarle un Ecmo, un soporte artificial que sustituye la función que el pulmón no puede hacer. Solo de esa manera podría continuar con vida. En ese momento no fue posible porque los hospitales de Madrid estaban desbordados. Dos días después, desde Guadalajara, se insistió en la petición: o se llevaba a cabo de inmediato o la paciente no aguantaría más. La dirección del hospital de Guadalajara pidió su traslado urgente al Puerta de Hierro de Majadahonda, donde podrían conectarle un Ecmo, soporte artificial que sustituye la función que el pulmón no puede hacer. Solo de esa manera podría continuar con vida. En ese momento no fue posible porque los hospitales de Madrid estaban desbordados. Dos días después, desde Guadalajara, se insistió en la petición: o se llevaba a cabo de inmediato o la paciente no aguantaría más: «Se puso entonces en marcha una operación a gran escala para rescatar a Erika Mejía. Se trató de uno de los traslados más complejos entre hospitales y comunidades autónomas de toda la crisis de la covid-19. En medio de una pandemia que ha puesto en jaque a una nación entera, con más de 23.500 muertos en España hasta este martes, el sistema se puso en marcha para salvarla».

El Dr. Rubio está feliz: pudo al menos salvar la vida de Erika

«A las 8 de la tarde del pasado 17 de abril, un helicóptero del Summa 112, el servicio de urgencias de la Comunidad de Madrid, se posó en el helipuerto del hospital para recoger a dos médicos intensivistas y dos enfermeros perfusionistas. “Había que intentarlo”, recuerda el Dr. Juan José Rubio. A esos cuatro profesionales se sumaron otros dos que viajaban en ambulancia por carretera. Era la primera vez que el personal de este hospital colocaba un Ecmo fuera de sus instalaciones. En las condiciones de salud de Erika Mejía, el traslado en ambulancia era muy delicado. Estaba dormida cuando los médicos entraron por la puerta. Iban vestidos con trajes especiales. Prepararon las zonas que bordeaban su cama con paños estériles. Después se llevó a cabo lo que los profesionales consideran “una agresión al cuerpo”: la introducción de dos cánulas gruesas por las venas (la yugular y la femoral) localizadas previamente con un ecógrafo. Las vías se conectaron a la máquina. Al minuto, su oxigenación mejoró», señala.

«Había que intentarlo», declara el Dr. Rubio

Y concluye: «Era de noche cuando sacaron a Erika Mejía por la puerta, postrada en una camilla. Iba rodeada de cables y tubos. La subieron con cuidado a la ambulancia. “¡Muy bien!”, dijo en alto una de las médicas cuando la paciente quedó acomodada en el interior. El vehículo encendió las luces de sirena y enfiló a baja velocidad la carretera oscura. De madrugada, Mejía quedó instalada en la nueva UCI donde se iban a ocupar de ella a partir de ahora. Dos máquinas, el Ecmo y el respirador, respiran por ella y dan descanso a sus maltrechos pulmones. La noche del traslado de Erika Mejía, cuatro mujeres con bolsas en las manos observaban la escena en la puerta del hospital. Vieron la ambulancia en la que introducían a la paciente, más otra de apoyo con material médico necesario. A eso se añadían dos vehículos más con profesionales del Summa, por si había alguna complicación. Una pareja de guardias civiles en moto escoltaba la imponente caravana: —Debe de ser alguien importante, dijo una de las mujeres. Dentro iba Erika Mejía, hondureña, 37 años, vecina de Guadalajara, asistenta de hogar a media jornada, con el sueldo de quien trabaja 20 horas semanales y no le da más que para vivir en un piso que comparte con otras dos familias, donde siguen con entusiasmo las telenovelas turcas en televisión y salen a bailar ritmo punta» un baile hondureño, en la sala Rumba, regentada por un español.

Majadahonda Magazin