Imágenes: “dibujo del gran Leonardo y recuerdos de Majadahonda…” Jose Félix Saenz-Marrero, 3 generaciones de arquitectos de Tenerife, escribe sobre su reencuentro con Ana Fernández Mallo

JOSE FELIX SAENZ-MARRERO. “Quien sabe de dolor, todo lo sabe.” (Dante Alighieri). Para Ana Fernández Mallo, ex concejala de Cultura del Ayuntamiento de Majadahonda. Ayer sonó el teléfono fijo de mi domicilio. La línea la conservo por la nostalgia de las cifras: el número de cuatro cifras fue el teléfono de mi tío abuelo. El de seis de mis padres. El que tiene el prefijo 922 el mío desde hace más de cuarenta años. La llamada cogió de sorpresa a toda la casa. Al otro lado del teléfono sonó una voz que nos era muy conocida y por inesperada no menos inusitada. “Soy Ana…” y al reconocer aquel timbre de voz nos quedamos como dicen ahora “alucinados”. Nos pareció una voz de ultratumba. La conversación duró más de una hora. Ana era nuestra amiga de Majadahonda en los difíciles momentos de la espera del trasplante. La que nos ayudó incondicionalmente a acomodarnos a una nueva ciudad, la que nos hizo asequibles a sus nuevos habitantes, la que nos mimó dándonos ánimo y consuelo en la incierta espera que duró más de diez meses donde tuvimos que borrar todos nuestros anteriores registros y aceptar una nueva vida de incertidumbre.


El arquitecto Jose Félix Saenz-Marrero

Nos orientó hacia las carteleras del centro cultural Carmen Conde, nos llevó al auditorio de ese canario universal como Alfredo Krauss, la que nos ayudó a rebuscar en la Biblioteca Municipal y la que intermedió para nosotros una entrada amable en un complejo hospitalario descomunal como el Puerta de Hierro. Nos presentó a autoridades, nos enlazó con apoyos necesarios, nos indicó el camino desde supermercados hasta excursiones donde distraer nuestra zozobra. Nos obligó a hacer tabla rasa y una suerte de amnesia de nuestra vida pasada y nos hizo sentir aquella pequeña población como el mejor de los mundos posibles. Ana ocupaba cargos políticos en nuestro municipio de acogida. Eran años donde con mi mochila a cuestas y el oxígeno siempre cargado a cinco litros por minuto. Entraba a la librería Altazor de Majadahonda para leer a Marián Izaguirre, mi amiga novelista finalista del premio Nadal, en su “La vida cuando era nuestra” y que me firmase un ejemplar tras una buena conversación. O hojear “Nada” de una Carmen Laforet a la que posteriormente le pondrían una calle tras su muerte en esta ciudad. La promotora de tal idea fue Ana. Su labor por la cultura y su afán de hacer la vida sencilla y amable tanto como acogedora de las innumerables personas que forzosamente nos tuvimos que cruzar en su camino.


La librería Altazor de Majadahonda murió sin ayuda municipal

De Carmen Laforet supimos que murió en Majadahonda víctima del terrible Alzheimer, esa enfermedad que me aterra aún más que la propia muerte. Una de sus hermanos y una sobrina suya aún vivían en la pequeña localidad. Ana fue un ángel de la guarda. Se le escapó en la conversación telefónica un “he pasado por el infierno” no como queja sino como un grito callado e instintivo de superación. Nadie sabe lo difícil que es no caer en el desánimo cuando en febrero o marzo del 2013 le diagnosticaron un cáncer ramificado de muy mal pronóstico. Comenzó entonces su andadura por el hospital, sus cinco intervenciones quirúrgicas, su peregrinaje por todos los tratamientos oncológicos posibles y su lucha por la vida. Menos de 5 meses después llegó mi trasplante doble pulmonar y poco a poco nos perdimos de vista y dejamos de vernos.

La calle Carmen Laforet (Majadahonda) que promovió Ana Fernández Mallo

Acudíamos pacientemente al Centro de Mayores Reina Sofía, donde asistíamos a innumerables exposiciones, presentaciones y conferencias en el vano intento de volvernos a cruzar. Mientras ella pasaba una época terrible, nosotros avanzábamos hacia la vida. Superó 5 tumores, o lo que es casi igual, un cáncer ramificado. Quizás no sea la palabra más ajustada en términos médicos. Pero es una auténtica superviviente. Y desde hace 9 años, como yo, luchó y luchó hasta alcanzar la tan ansiada sanación. Hoy día disfruta de su familia, sus hijas, su nieta y su pareja y un día como ayer, 5 de noviembre de 2022, descolgó el teléfono para reencontrarnos. Si les digo la verdad, la dábamos por fallecida.

Ana F. Mallo: «Hoy día disfruta de su familia, sus hijas, su nieta y su pareja. La dábamos por fallecida «

Fue tan emocionante oír su voz que se quebró la mía y casi no supe como reaccionar. Hoy brindo por la generosidad humana, por el altruismo desinteresado, porque si no, no sería altruismo, por las buenas personas que al final reciben lo mucho que han dado y sobre todo por la amistad muy por encima de cualquier avatar. Esta emoción vale más que mil páginas de un libro y con la humildad siempre por bandera. Parafraseando a la mencionada Carmen Laforet en su novela “La mujer nueva” de 1955: “El amor es algo más allá de una pequeña pasión o de una grande, es más… es lo que traspasa esa pasión, lo que queda en el alma de bueno, si algo queda, cuando el deseo, el dolor, el ansia han pasado”. Yo hubiese cambiado su título por el de “Una Mujer Valiente”…

Majadahonda Magazin