Arriba, el Doctor Calero, Doctor Bastos y Doctor Pérez Gallardo, Abajo, médicos de Medicina Interna del Hospital Puerta de Hierro Majadahonda

VICENTE ARAGUAS.*Poeta y escritor majariego, autor de “Enseñando Poesía en la Escuela” (Magíster/ Pigmalión). 20 abril de 2024. Entonces, la década de los setenta se acababa pero la juventud tenía el plus de la insolencia, Majadahonda era pequeña como el guisante de la princesa del cuento. Veinte y pico mil habitantes, no sé, una insignificancia, pero tan sabrosa como los platos preparados de “Au jardín des gourmets”. O los pollos al espeto del “Pío, pío”. O el balcón de madera de “El balcón de la luna”. O el techo con espejos de “El cóndor”. Adonde íbamos con la cara cosmopolita de quien va a un piano-bar. Y Umbral andaba por allí con cara de risa, y la melenita esponjada de quien se sabe reconocido y ahí me las den todas. Manuel, quiosquero, alguacil y alguna cosa más, nos vendía la prensa en los altos de lo que enseguida pasaron a ser los Jardinillos, y cerquita estaba un señor con boina en un quiosco pequeñito, casi como una nube cautiva. Ese señor, luego lo supe, hacía maquetas y venía de Las Matas, eso oí decir, y ya nadie habla de él. Y a veces pienso si no habrá sido un sueño aquella Majadahonda de mis veintiocho años.


Vicente Araguas

La atención médica de entonces, pequeña y tan entregada. En los pueblos siempre hay calles que recuerdan a los médicos que ejercieron en ellos tan sagrado (sic) mester o ministerio. En el callejero de la Majada veo al Doctor Calero, Doctor Pérez Gallardo, Doctor Ciriaco García (a este lo conocí, fue el médico de mi hija, “pequenina como un grᾶo de arroz” cantaría Amália Rodrigues; afable, generoso, profesional). Los veo y me siento agradecido. Aparte el inmenso traumatólogo republicano, Doctor Bastos, represaliado, incautada su Huerta Vieja. Otra historia. Otra Historia, cruenta, cruel. Majadahonda, y el centro de salud de Avenida Guadarrama, luego amplificado en Avenida España, ahí sigue, al borde de una carretera que no era, no existía, en los primeros ochenta. Primavera, senderos de tierra florecidos, entonces, y yo copiloto en la motocicleta de “cross” de Óscar Outeiriño, quien vivía en Santa Beatriz de Silva, vecino del ventrílocuo Moreno. Y yo, ahogado de clases y de clases particulares.


Nombramiento del Doctor Ciriaco García como médico de Majadahonda en 1965

Majadahonda, ya se ve, triplicada y más aun. Y vino Puerta de Hierro, adonde íbamos caso de urgencia, para otras cosas estaba Quintana; un horror aquella sala lúgubre del viejo “Puerta” en la que la espera se hacía multitud a la luz como de posguerra. Y vino Puerta de Hierro, tan nuestro ya, tan hospital de cercanía, con un personal impecable; eso siento yo, por edad con unas cuantas presencias, alguna bien comprometida, en Puerta de Seda, en mano de Hierro, salutífero, digo. Y vino Puerta de Hierro, y yo quisiera nombrar a cuantos de quienes lo hacen a diario han pasado ante mí, mejor, yo por ellos, en los últimos años. Esa gente hermosa que cree en la medicina sicosomática. Como el mítico Doctor Marañón, calle también en nuestra Majada, majariego yo también luego de cuarenta y cinco años, ¿si no de qué?, Rof Carballo, García Sabell, de aquellos que con San Juan de la Cruz curaban “con la presencia y la figura”.

Esquela del Doctor Bastos en el ABC (1973)

Y pues no puedo nombrar a todos espigaré cuatro nombres que me han devuelto el ánimo, la voluntad, las ganas de vivir, la fuerza para escribir, nadar, caminar, ver, escuchar. (Como dijo el otro: “La vejez es la pérdida de la curiosidad”, y por ahí no me pierdo, no). En gran parte gracias a doctores ejercientes en Puerta de Hierro como Viky Molnar, Pablo de la Cuadra, Marta López Valcárcel e Hildegarda Godoy Tundidor. La primera me durmió como nadie lo ha hecho jamás con este insomne crónico. El segundo recompuso mi hombro izquierdo con habilidad de escultor del “Cinquecento”. La tercera no solo me convenció que de este lado del espejo se está mejor que de la parte oscura, y me puso en manos de quienes –como ella- saben, pueden y quieren. E Hildegarda, “jardín de sabiduría”, galena radical y bienhumorada, además. Conviene, a veces, personalizar. Y alzar una voz por una medicina pública como la nuestra. Viajo bastante, viajo mucho, y juro que en el país de la autocrítica perenne, tenemos lo que muchos quisieran. No se pierda. No.

Majadahonda Magazin