Una cremallera estándar tiene entre 100 y 300 dientes, alineados con exactitud para engranar sin fallo. El deslizador los guía sin motor ni energía, solo con la precisión de la geometría y la fricción. Cada uso es una coreografía silenciosa que pasa inadvertida. La cremallera no hace promesas: solo cierra. Y lo hace tan bien que ha sustituido a botones, broches y cordones, convirtiéndose en un ingenio invisible que conecta lo que debe estar unido y separa lo que debe abrirse.

MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 6 de agosto de 2025). Un Ingenio Invisible: La cremallera: el diente invisible de la modernidad. En una chaqueta, en una maleta, en un bolso o en una tienda de campaña: la cremallera está ahí, silenciosa, fiel, eficaz. La damos por sentada, pero es uno de esos inventos cuya genialidad se mide por lo poco que pensamos en ella… cuando funciona bien.
La cremallera es la fusión perfecta entre mecánica y necesidad. Su propósito es simple: unir o separar dos piezas de tejido con rapidez y firmeza. Su funcionamiento, en cambio, es una pequeña obra de ingeniería en miniatura.

Miguel Sanchiz y sus Encuentros con la Historia que este verano se transforman en «ingenios invisibles»

SU ORIGEN ES MÁS ANTIGUO DE LO QUE PARECE: la primera idea de algo parecido a la cremallera fue patentada en 1851 por Elias Howe, el inventor de la máquina de coser. Su diseño, rudimentario, no llegó a fabricarse. El paso decisivo lo dio Whitcomb Judson en 1893, con su “clasp locker”, un sistema de ganchos pensado para botas, presentado en la Exposición Universal de Chicago. Sin embargo, era incómodo y poco fiable. El verdadero inventor fue Gideon Sundback. El salto definitivo ocurrió en 1913 gracias a este sueco-estadounidense que lo hizo en la Universal Fastener Company. Sustituyó los ganchos por dientes metálicos en forma de Y, enfrentados en dos filas, que un deslizador unía o separaba con precisión. Patentado en 1917 como “separable fastener”, se usó inicialmente en botas militares y bolsas de correo. En los años 20, la marca B. F. Goodrich acuñó el nombre “zipper”, imitando el sonido característico del cierre.

LA MODA LO TRANSFORMA EN INDISPENSABLE: Durante décadas, la cremallera se consideró un elemento mecánico, no decorativo. Pero en los años 30 y 40, la alta costura comenzó a integrarla en vestidos, pantalones y faldas por su rapidez y comodidad.
Desde entonces, se volvió omnipresente: chaquetas, mochilas, tiendas de campaña, colchones, monos espaciales… Hoy existen versiones invisibles, impermeables, de plástico o metal, adaptadas a cualquier necesidad.

UN MILAGRO MECÁNICO: Una cremallera estándar tiene entre 100 y 300 dientes, alineados con exactitud para engranar sin fallo. El deslizador los guía sin motor ni energía, solo con la precisión de la geometría y la fricción. Cada uso es una coreografía silenciosa que pasa inadvertida. La cremallera no hace promesas: solo cierra. Y lo hace tan bien que ha sustituido a botones, broches y cordones, convirtiéndose en un ingenio invisible que conecta lo que debe estar unido y separa lo que debe abrirse.

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