
LA OBRA «ALMERIA» DE CARMEN PERUJO INAUGURA UNA COLECCION PRIVADA. Aún no se ha perdido la vieja y ancestral costumbre de regalar una obra de arte como símbolo de amor y amistad. Quizás eso sea eso lo único incorruptible y resistente al paso de los siglos. Es por ello que en mi familia hemos decidido obsequiar en el día de mi cumpleaños a mi hermana Belén y a Jose con la primera pieza de su colección de recién casados: una paloma de Carmen Perujo, pieza original que a buen seguro revaloriza los sentimientos de futuro. Mientras unos amontonan dinero, pisos, acciones y egoísmos, otros prefieren iniciar una colección que esté unida a la propia biografía. Y ese es el mejor legado que alguien puede trasladar a sus ancestros: el buen gusto. Yo me había imaginado que Carmen Perujo era más joven y creí entreverla así en la penumbra de una mañana majariega. Aquella mañana en que la conocí, ví que era blanca pálida, delicado alabastro, con ojos hermosos negros, y pelo liso gris. Sentada tenía una actitud de energía, brazos delgados, fibrosos, heridos siempre de su oficio duro. Y al mismo tiempo ¡tan frágil! Llevaba el alma fuera, el cuerpo dentro. Le dije al momento: «Carmen, es usted una artista grande por dentro y pequeña por fuera».
«En su arte, escultura, pintura, también estaba siendo oriental. Una desvelada imaginación una fantasía sinuosa y delicada, enfondada en ritmo redondo, misticismo sensual. Con una gran personalidad enmedio, centro, médula, eje», escribió Juan Ramón de la inmortal escultora de Las Rozas, Marga Gil Roësset. Carmen, a sus 90 años, se libra ya de los fatales parodias de la escultura máxima actual. Va a ella, se atrae a sí misma como un imán. Yo digo lo mismo de Carmen Perujo en la misma clave juanrramoniana y transformo sus palabras casi textualmente como recuerdo y admiración del genial poeta. Las dedicadas a la escultora de Las Rozas sirven para la artista de Majadahonda:
«Está siempre contenta, nueva, salida de sus nubes. Nos enseña generosa el regalo de cada día, de cada mediodía, de cada hora: esculturas, libros, fotografías, papeles, pinturas… Sin duda se encontraba a gusto exhibiendo sus trabajos con nosotros, trabajadores como ella. Era un ejemplo de vitalidad exaltada, de voluntad constante, de capricho enérgico. Trabaja hora tras hora con descanso, sentada o de pie. Manchada de yeso o pintura, punteados, los ojos de piedra cobraban una belleza ácida, una expresión ingente. Se iba a mediodía, paseando. Siempre andando, entrando, saliendo, subiendo, bajando». Y una copita de jerez como recompensa, néctar de los dioses que bañan Heliópolis y que tanto la cuidan. Si pensó que al morir no iba a ser bien recordada, te equivocaste, Carmen. Acaso te recordaremos pocos, pero nuestro recuerdo te será fiel y firme. No te olvidaremos, no te olvidaré nunca. Carmen, bien querida. Lea los reportajes sobre Carmen Perujo en MJD Magazin.







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