En nuestro mercantilizado Majadahonda, el acoso publicitario es cotidiano. Es insoportable y, en mi opinión, está obsoleto. Seguro que me equivoco, porque si siguen molestando será porque les funciona. Buzones y parabrisas a rebosar de papeles, obras cinematográficas obstaculizadas, cartelería omnipresente… y esa práctica insufrible, el telemarketing.

ALBERTO VERA GUARDIOLA. (Majadahonda, 12 de noviembre de 2025) Majariego guionizando la machaconería. ¿No les da la impresión de que el telemarketing es una incursión indeseada en su intimidad? A las estafas y los fraudes de los delincuentes, se suman las falsedades escondidas en las incomprensibles cláusulas contractuales que las empresas nos lanzan, con la esperanza de que no las leamos. En nuestro mercantilizado Majadahonda, el acoso publicitario es cotidiano. Es insoportable y, en mi opinión, está obsoleto. Seguro que me equivoco, porque si siguen molestando será porque les funciona. Buzones y parabrisas a rebosar de papeles, obras cinematográficas obstaculizadas, cartelería omnipresente… y esa práctica insufrible, el telemarketing. Desprotegido y paciente, el majariego traga con todo. Televisión a la carta, internet en todos nuestros dispositivos móviles y todavía pretenden seguir fastidiándonos con una publicidad que, además, suele ser engañosa. Hagan como yo: nunca vean una película, documental o programa con anuncios, les estropearán el documento audiovisual; jamás compren nada por teléfono sin ver las condiciones en negro y blanco; practiquen una denuncia, con documentación fotográfica de su buzón y parabrisas si han sufrido desperfectos; nunca firmen o acepten nada sin leer el contrato; bloqueen todos los números cuyas llamadas les molesten… Por último, guarden una agenda con aquellos proveedores cuyos productos o servicios funcionaron bien… son muy valiosos. Tal vez, así, dentro de 50 o 200 años, dejen de incordiar. Porque, estimados publicistas, en ocasiones, el efecto deseado se transforma en el contrario: la marca pierde prestigio y a uno se le quitan las ganas de comprar el producto de por vida. Respecto al telemarketing, última modalidad de acoso publicitario, nunca digan su nombre completo, ni aporten dato alguno al que le inoportuna con una llamada telefónica promocional. Procedo a reproducir la última… una de tantas:

Alberto Vera Guardiola

—Buenas tardes, mi nombre es Fernando. ¿Podría decirme en qué compañía tiene contratado su servicio de X? —. Fibra, electricidad…
—No. Discúlpeme, pero estoy trabajando. Además, este es mi teléfono privado y no me gusta recibir publicidad.
—¿Podría decirme su nombre para dirigirme a usted? —. Ahora ya sé que te importa un bledo mi trabajo.
—No, porque no le conozco de nada.
—Por favor… es para poder dirigirme a usted educadamente. — Es un buen guion, el que aparece en su ordenador, pero más educado sería dejar de jorobarme.
—Acabo de decirle que estoy trabajando y que no quiero recibir su mensaje publicitario o promocional.
—Solo será un momento, se lo ruego. Yo también estoy trabajando. — Apelando a la compasión, tan española y recurrente en estos casos.
—Mi nombre es Alberto. Y, discúlpeme, pero voy a colgarle.
—Solo quería decirle que podemos mejorar el precio de su factura de X. Solo será un minuto.
—Cronometro.

¿No les da la impresión de que el telemarketing es una incursión indeseada en su intimidad?

—¿Cuánto paga usted de X?
—X.
—¿En qué compañía?
—No creo que sea un dato relevante.
—Nosotros se lo mejoramos. Veo es la empresa X la que le da servicio. Se lo dejamos en X euros, para siempre. Los próximos dos o tres años, usted tendrá el mismo servicio y pagará X.
—¿Dos o tres años o para siempre?
—Bueno, hasta la renovación o revisión de su contrato.
—De acuerdo, mándeme el contrato y lo revisaré con detenimiento.
—Entonces, ¿Está interesado?
—Se lo diré cuando lea el contrato.

A estafas y fraudes se suman las falsedades

—Es que, esta oferta, solo es válida hasta mañana. Además, si no lo hace usted ahora, otro compañero se llevará el mérito y la comisión.
—Dígame su nombre y pediré que contacten con usted, si me interesa.
—Mi nombre es Fernando García, pero, este dato no es suficiente para que contacten conmigo—. El motivo es que todos los chicos del departamento se llaman Fernando García. Así es como funciona.
—Deme el numerito o código que aparece en su mesa.
—Mejor le llamo mañana o cuando usted me diga.
—No. Llamaré yo. Envíeme el contrato y, por favor, no me envíen nada más.
—Lo tiene disponible en nuestra página web. ¿Qué día le llamo para comentarlo?
—¿No decía usted que la oferta caducaba mañana?
—Bueno, sí, pero como le veo interesado, se puede ampliar.

Guarden una agenda con aquellos proveedores cuyos productos o servicios funcionaron bien… son muy valiosos. Tal vez, así, dentro de 50 o 200 años, dejen de incordiar.

—¿Ha leído usted a Groucho Marx?
—No… no le conozco.
—Bueno, en todo caso, ya me pondré yo en contacto con ustedes, cuando mire las condiciones.
—¡Muy bien! Entonces, ¿Cuándo le llamamos?
—Nunca. Yo llamaré cuando me venga bien. Por cierto, si usted tuviese una pastelería en Majadahonda y la pastelería más cercana asediase a todos sus clientes asegurando mejor precio y calidad, ¿cómo se sentiría?
—No le entiendo. ¿Puedo volver a llamarle en otro momento?
—No, porque habré bloqueado este teléfono. Gracias por la información. Le deseo buen día.

 

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