
Marx: «No confunda mis ideas con su aplicación deficiente. Yo hablé de la emancipación del trabajador, de la abolición de la explotación. No de estados totalitarios que usaron mi nombre para justificar crímenes. La lucha de clases sigue siendo la clave. Sin ella, el poder siempre permanecerá en las mismas manos». Smith: «Pero la lucha de clases solo perpetúa el conflicto. ¿No sería más sensato reformar el sistema en lugar de destruirlo? Un mercado bien regulado puede corregir sus fallas. La competencia, si es justa, puede ser un motor de progreso sin necesidad de revolución».
MIGUEL SANCHIZ. (21 de junio de 2025). En la biblioteca infinita de la Francisco Umbral (Majadahonda), donde los libros se alinean en estanterías que parecen perderse en el horizonte, dos figuras emergen entre los anaqueles. Uno, con su inconfundible barba espesa y mirada desafiante, es Karl Marx, el pensador que denunció la explotación del proletariado. El otro, más sereno, con una pluma en la mano y una expresión analítica, es Adam Smith, el padre del liberalismo económico. En este Más Allá, el debate está servido. Marx: Señor Smith, he esperado largo tiempo para esta conversación. Su Riqueza de las Naciones sembró las bases del capitalismo, el mismo sistema que ha sumido a millones en la miseria y la explotación. Smith: (Esboza una leve sonrisa) Ah, Karl Marx… esperaba su acusación. Pero permítame aclararle algo: no creé el capitalismo, solo lo describí. Como naturalista de la economía, observé cómo las fuerzas del mercado impulsaban la prosperidad. La mano invisible no era una invitación a la codicia, sino una explicación de cómo los intereses individuales pueden, en conjunto, generar bienestar.
Marx: ¿Bienestar? ¡Mire la historia! Su «mano invisible» no es más que un puño de hierro que aplasta a los trabajadores. ¿Cómo puede justificar un sistema que se basa en la explotación de unos para el beneficio de otros? Smith: No niegue la capacidad del comercio para elevar el nivel de vida. Es cierto que el capitalismo ha tenido sus excesos, pero también ha traído innovación, prosperidad y crecimiento. En mi tiempo, jamás imaginé que los empresarios se convertirían en meros acaparadores de riqueza. Yo defendía una competencia justa, no monopolios ni explotación. Marx: Su ingenuidad es asombrosa. El capitalismo siempre devora su propio ideal. La burguesía que usted elogió solo fortaleció su dominio sobre los medios de producción. El trabajador sigue siendo un engranaje en una máquina que no le pertenece.
Smith: (Asiente pensativo) Pero su alternativa, el comunismo, ha tenido sus propios fracasos. Los regímenes que han intentado aplicarlo han terminado en dictaduras, donde el Estado se convierte en el nuevo opresor. ¿No es acaso la centralización del poder una amenaza mayor que la desigualdad económica?
Marx: No confunda mis ideas con su aplicación deficiente. Yo hablé de la emancipación del trabajador, de la abolición de la explotación. No de estados totalitarios que usaron mi nombre para justificar crímenes. La lucha de clases sigue siendo la clave. Sin ella, el poder siempre permanecerá en las mismas manos.
Smith: Pero la lucha de clases solo perpetúa el conflicto. ¿No sería más sensato reformar el sistema en lugar de destruirlo? Un mercado bien regulado puede corregir sus fallas. La competencia, si es justa, puede ser un motor de progreso sin necesidad de revolución.
Marx: (Cruza los brazos) Y sin embargo, después de siglos, los ricos siguen gobernando y los pobres siguen luchando. Su teoría jamás impidió la explotación, solo la adornó con términos elegantes. La historia ha demostrado que el capitalismo, sin control, solo profundiza las desigualdades.
Smith: Y la historia también ha demostrado que los intentos de abolir el mercado han llevado a sociedades estancadas y regímenes corruptos. Quizá la solución no sea elegir entre capitalismo o comunismo, sino encontrar un equilibrio entre ambos.
Marx: Tal vez, pero ese equilibrio no se logrará sin lucha. La historia no avanza con concesiones, sino con revoluciones.
Smith: Y yo diría que avanza con el pensamiento racional y el progreso gradual. Pero supongo que en esto nunca estaremos de acuerdo. (En la biblioteca infinita, los libros parecían observarlos en silencio, testigos de una discusión que continuaría resonando en el mundo de los vivos. Porque la lucha entre ideologías no muere… solo se transforma.)