F. UTRERA. La política se suele definir como «el arte de lo posible» pero tras más de 30 años observándola de cerca en todos sus innumerables niveles (local, autonómico, nacional, europeo) creo que consiste, además de eso, en decir las cosas sin nombrarlas, en ocultarlas subrayándolas, en votar que «sí» con el discurso del «no» y viceversa, en utilizar las abstenciones o las ausencias como argumento, en crear comisiones para dilatar las urgencias y en urgir problemas para crearlos. Eso y tantas otras mañas, buenas o malas, que hacen de esto oficio cosa de artistas, buenos y malos, donde el disimulo, «arte de reyes», no es fauna menor. Mi oficio es juez de políticos y ya decía Blasco Ibáñez que era incompatible con la política, profesión que por otra parte él ejerció y que yo adoro y respeto al máximo, pese a la leyenda que asegura que me desayuno con vísceras de políticos.


Mis bisabuelos y abuelos fueron ocasionales o perennes políticos de distinto signo y entiendo y conozco la dificultad de su cometido. Pero como en los médicos, los abogados o los gasolineros, hay que premiar a los buenos y castigar a los malos, según el leal saber y entender de cada cual y la trayectoria que a cada uno acompañe en la compleja tarea. De ahí que mi libro sobre «Los leones del Congreso» (La Esfera de los Libros), que recoge mis memorias parlamentarias, lo abra con una cita de mi admirado dramaturgo y escritor Ramón Gómez de la Serna: “siempre consideré que había unos hombres probos, de tipo especial, con condiciones especiales, que eran los políticos. Llevaban gabanes que olían a frío honrado –en verano no se les veía– y llevaban a España admirablemente bien, sin muchos chanchullos, sin tiranía, sin demasiado robar, pues la condición del político es la de abrevar su ambición pero no hartarla. Aún no había brotado la gusanera”. Y es que el poder político se opone a todos los egoísmos desmedidos menos al suyo.

Viene siendo habitual que en el pleno de Majadahonda no entren los grandes asuntos en los que la ciudad entera se consterna, ni siquiera cuando alcanzan notoriedad nacional: la «macro borrachera» del Recinto Ferial, la interpretación musical de «Mi Princesa Roja» (biografía lírica de una amante de Primo de Rivera), la masiva filtración de datos privados municipales en poder del partido político Somos, el cambio de portavoz en Ciudadanos, el caso de los 2 polémicos concejales de Cs a raíz de su controvertido acceso a la presidencia de un club deportivo y su financiación, la venta de alcohol en los «chinos» a menores denunciada por Telemadrid… El último escándalo ha sido la polémica interpretación teatral de estos 2 ediles naranjas sobre la figura del homosexual, tópica y de mal gusto para unos, intranscendente para otros. ¿Debate? En la calle y en los colectivos todos opinan del vídeo de Majadahonda TV y hasta la asociación gay Arcópoli llevó el caso al “Observatorio contra la LGTBfobia” de la Comunidad de Madrid, con opiniones también diferentes en su ámbito. En el pleno de Majadahonda, sin embargo, el silencio más espeso. O por mejor decir: eufemismos.

Nadie aludió a esta polémica en el saloon del Ayuntamiento, en otra escena con olor a «biscotto» como la que tuvo lugar en anteriores sesiones. Y pareciera que los dos aludidos buscaban el duelo en OK Corral, ya que no se cortaron ni un pelo en comparar al alcalde con Franco inaugurando pantanos o al cesado portavoz socialista con Don Nadie, singular protagonista de ese banquete que el no menos genial dramaturgo Ramón Gómez de la Serna ofreció en el Café de Pombo. El tiro, de momento, no les salió por la culata pero eso sí, se vivió la política en su más pura esencia: «¿Culo o codo?», repetía Juancho Santana queriendo decir lo que no dijo y refiriéndose a otro asunto que nada tenía que ver con la cuestión. A muchos se les encendió la bombilla y aún más cuando advirtió de esa masiva «salida del armario». ¿De quien?. No, no eran los dos ediles naranjas sino los del PP declarándose abiertamente «de derechas», algo que ha dejado de estar políticamente proscrito o incorrecto. Incluso Irene Salcedo (Somos) apeló a la «transexualidad»: «soy mujer… de momento», confesó. Y hasta el alcalde, Narciso de Foxá, le recordaba con sutileza a uno de los actores-concejales «naranjas» que protagonizaban la curiosa obra que él no estaba «para hacer el ridículo». Guiños, gestos y amagos que rememoraban el lenguaje de los mudos en el que según decía Cervantes se había convertido el uso de la libertad de expresión en España. Han pasado cuatro siglos pero hay cosas que no cambian nunca.

Esta especie de «omertá» más propia de la serie «Fariña» que del mayor y más importante lugar de debate publico que posee la ciudad, aleja a los representantes de los representados y otorga a los medios de comunicación una proyección y espacio de libertad impropio de una democracia moderna. Cuando hay menos cortapisas en los Media que en los partidos algo falla en el sistema, perfeccionado en la era analógica del siglo XX pero que la revolución digital amenaza con renovar con más intensidad. Las cifras de audiencia de este diario, auditadas internacionalmente, así lo acreditan. No es con opacidad y ocultismo como se afrontan los debates políticos sino a la luz pública –»con luz y taquígrafos» se solía decir en el siglo XX–, pero algunos al «pianista en el burdel» que describe Juan Luis Cebrián en su magistral libro sobre el origen de la prensa y sus funciones, solo le obsequian con balas. Sergio Leone lo ponía en sus espaguetti-western a tocar el piano en medio de tremendas balaseras pero hasta los más feroces forajidos respetaban la música.

De ahí la no menos recurrente frase de «nunca matar al mensajero», acción con la que los sátrapas persas creían ahuyentar las malas noticias. Y de ahí la sensibilidad a flor de piel que poseen los periodistas con respecto a la libertad de prensa, información y expresión, garantizada constitucionalmente incluso con 2 artículos específicos como son el secreto profesional y la cláusula de conciencia. De ellos tuve el honor de ser ponente en el Congreso de los Diputados en representación de la Asociación de Periodistas Parlamentarios (APP), organización en la que más de 200 periodistas políticos –los de mayor influencia y «colmillo retorcido», por seguir con los tópicos– me eligieron primero vicepresidente y luego secretario general durante 8 años. Un periodo máximo de mandato tras el cual todos los cargos dimiten voluntariamente.

Decía con sorna mi maestro Juan Goytisolo, Premio Cervantes, Nacional de Literatura y Europalia, que tuvo la generosidad de incluirme en sus Obras Completas dentro precisamente del volumen de “Guerra, Periodismo y Literatura” (Tomo VIII. Ed. Galaxia Gutenberg) que, como en los tiempos de Larra, «una cosa es lo que se piensa, otra lo que se dice, otra lo que se escribe y otra lo que sale publicado». Hoy, en la era digital, todo sale publicado y hay que darle la vuelta como un calcetín al genial aserto y proclamar que «una cosa es el grano y otra la paja». La verdad –que no es sino la trayectoria visionaria más certera, eficaz y luminosa entre el resplandor epidérmico de las balas de fogueo– es tan difícil hoy de encontrar como una aguja en un pajar. Mi condición de hombre libre conquistada a duras penas invita a la modestia y cada vez más, parafraseando a Goytisolo, a conocer el peligro que posee la libertad de expresión, que no es la de decir lo que uno quiera –que es la acepción más común– sino lo que más riesgo entraña.

La obra de teatro que representaron con mejor o peor fortuna en un escenario público los dos concejales de Ciudadanos, frente a los que crean que debe prohibirse o declararse proscrita, debería volver a escena. El contribuyente que tan generosamente mantiene esa Casa de la Cultura de Majadahonda (Madrid), tendría que poder valorarla de nuevo. Pocos la vieron y aún menos la enjuiciaron, aunque conozco algunos testimonios de personas solventes que salieron del teatro enrojecidos por vergüenza ajena. Pero la mayoría se divirtió con las parodias a los homosexuales y ahí están las risas del público asistente que recoge el vídeo de Majadahonda TV. No era el «gag» de unos humoristas sino la interpretación –aunque fuera amateur– de 2 concejales de Ciudadanos (Cs) a los que el mundo de las tablas –y también al parecer de la televisión, según noticias que nos llegan– les encandila tanto o más que el de la política. Les encanta salir en la foto y estar en el candelabro, de ahí que sus constantes viajes con sus innumerables imágenes en las redes sociales y todas sus actuaciones –deportivas y extradeportivas, comerciales y/o humanitarias o lúdicas– hayan sido incluso objeto de referencias en el pleno o en internet. Así que, visto lo visto, entre tanta obra de teatro y eufemismo político, solo queda exclamar: ¡Bienvenidos al Club de la Comedia!

 

Majadahonda Magazin