GREGORIO Mª CALLEJO. Se ha producido este fin de semana un pequeño “incidente” periodístico que realmente no tiene demasiada importancia, pero que me lleva a una reflexión (apresurada y seguro que poco hilvanada) sobre el fútbol, la importancia que tiene de manera cada vez más avasalladora la imagen, la autocensura a la que nos someten las redes sociales y, en fin, sobre los entrenadores de fútbol. El incidente es conocido. En la crónica escrita en La Voz de Galicia apenas acabado el partido del Rayo Majadahonda con el Deportivo de la Coruña, se decía que “el equipo coruñés jugó nervioso, blando, ofuscado…frente a un Majadahonda sin nombres, al tiempo que dirigido por un entrenador feo y tan poco mediático que se llama Antonio Iriondo”. Me desagradó leerlo. Me pareció poco elegante esta forma de menosprecio de baja intensidad, que por lo demás estaba inserto en una crónica que reconocía que el Majadahonda había sido superior, y que publicaba un medio que había hablado con mucho respeto del Rayo. Me sorprendió leer luego que la crónica tenía nueva redacción. Ahora Antonio Iriondo ya no es feo, ni poco mediático, simplemente «carece de glamour».


Gregorio Mª Callejo

Unas cuantas críticas en redes sociales habían bastado para producir en el cronista el demoledor veneno de la autocensura, rectificando la redacción de modo no mucho más agradable. El tema, en realidad, es baladí, no hay que tener la piel tan fina como para hacer cuestión de todo esto. En primer lugar el Rayo no es precisamente un equipo que carezca de “nombres”. Difícilmente puede sostenerse esto en un club que tiene en plantilla a un Zidane y para remate a Aristóteles. En el Barcelona juega Messi, pero carecen de Kant o de Platón en sus filas, y el Real Madrid por mucho Bale, Modric o Ramos que tenga, no puede presumir de que en su plantilla jueguen Heráclito o Santo Tomás de Aquino. En cualquier caso, fuera del chiste malo, quizás el cronista se harte en años próximos de oír los nombres de algunos de los chicos de nuestra plantilla.

En cuanto a lo de Iriondo «hombre feo y no glamuroso», el monopolio del sentimiento de ofensa le corresponde sólo a Antonio, que es el único que puede decidir si se siente o no herido en su honor. Y más bien yo creo que todo esto le importa bien poco. Soy enemigo del mundo de las zascas y la agresividad en prensa y en redes sociales. Más bien intento ser un tipo que busca la concordia. De hecho, creo que ni siquiera el artículo tenía propiamente mala intención. Quiero pensar que de algún modo quería alabar al Rayo. En primer lugar porque a veces lo hace expresamente, en segundo término porque, si bien de modo torpe, puede interpretarse que está destacando los méritos de un equipo modesto. Sería demasiado sorprendente que quisiera decir algo así como “vaya, hemos perdido, si al menos el entrenador rival fuese guapo me hubiera dolido menos”.

Así que mi objetivo no es criticar al redactor, pero sí destacar, con base en predicar de Antonio la fealdad y la ausencia de glamour, algunos valores que la afición del Rayo asocia al hecho de ser del Rayo. Lo que algunos llaman en redes sociales “El Carisma” y que van muy unidos a la figura de Antonio Iriondo. Llevamos ya una etapa muy larga en la que ha cambiado la imagen y la puesta en escena de los entrenadores. Ya no son aquellos tipos rudos de los años sesenta y setenta que tenían una cierta impronta castrense (a veces cuartelera) en sus formas.

Paralelamente los futbolistas fueron cambiando también su imagen y su discurso. Dejaron ya (sin ser Cánovas del Castillo en sus entrevistas) de vomitar esos discursos hueros y lerdos que magníficamente parodiaban Gomaespuma (recuerdo una entrevista desternillante a un futbolista ficticio que sólo contestaba a cualquier pregunta que le hicieran “es un partido muy bonito y vamos a salir a ganar”). Ese modelo se fue marchitando, pero comenzó a florecer uno más peligroso: el del entrenador que se sentía catedrático y académico de una supuesta ciencia llamada fútbol. Realmente, este virus, según me parece a mí, lo introdujeron los entrenadores de baloncesto, que comenzaron a hacer en los años ochenta discursos ininteligibles llenos de palabros en inglés. Pero se exportó al fútbol, y acabó moldeando algún tipo de entrenador bastante escondido en tecnicismos, bien trajeado y en algunos casos hasta guapo. Es decir, el modelo de entrenador que el periodista gallego parece que hubiera deseado que les ganara el sábado.

Frente a estos entrenadores, normalmente de corta carrera en cada club, el Rayo presenta un entrenador de largo recorrido en nuestra ciudad. Ya entrenó al Rayo hace años y lleva ya, variastemporadas con nosotros. Nos subió de tercera a Segunda B, y de ahí a Segunda A. Antonio Iriondo es un tipo además al que resulta interesante y agradable escuchar en cualquier entrevista (véase la de Euskal Telebista de hace un par de semanas). Es buen conversador, dice cosas interesantes sobre su manera de ver el mundo y de afrontar la vida y el fútbol. Y, en general, busca una cosa tan sencilla de formular como difícil de llevar a efecto: que el futbolista aprenda por sí mismo a gestionar las situaciones de manera inteligente. Algo así como lo que Heidegger decía que debía ser un buen profesor, simplemente aquel que “deja aprender” al alumno.

A los majariegos nos importa poco que sea más o menos guapo o que no vista de Armani. Le queremos. Le queremos porque Antonio, con su manera de ser (que no excluye el que a veces se coja unos cabreos descomunales en la banda) nos ha ganado. Nos ha ganado con su modo de entender el juego y no podemos dejar de tirar un paralelismo entre él y Fergusson. Así le vemos muchos, como el Fergusson del Rayo. Se le quiere, y esa relación humana entre grada y técnico y jugadores es muy propia de nuestro club. Parte de la afición identifica al Rayo como un equipo quijotesco, capaz de llevar a cabo el juego más exquisito y de cometer errores garrafales. Esa afición adora a un jugador como Morillas, lleno de pundonor y garra y también capaz de cometer fallos casi trágicos. La semana pasada, una encuesta en twitter preguntaba cuál era el mejor lateral izquierdo del mundo, y varios rayistas dijeron entre la ironía y el orgullo: ¡David Morillas! Y no, no mienten. Para nosotros es el mejor.

Muchos reivindicamos como patrimonio del Rayo esa relación casi artesanal con los nuestros, ese apego tan especial a la afición que tienen muchos jugadores, y desde luego tener un entrenador que sabe la torta de fútbol y que lleva años con nosotros. Jugar con tres delanteros en el Sadar y en Riazor, jugar de tacón hasta marcar goles de frotarse los ojos. Y castigarnos con goles que vienen de una empanada espantosa en defensa. Ser un club modesto de una ciudad dormitorio, en la que la mitad de la gente no sabe ni qué es el Rayo. Eso es lo que creo interpretar que por aquí llaman “carisma”, y desde luego, forma parte de él nuestro feo y poco glamuroso entrenador. Así que, sin ira, sin rabia y sin “zascas”, gracias en realidad al cronista de La Voz de Galicia por recordarnos lo grandes que somos siendo tan pequeños. Por recordarnos que tenemos el mejor de los entrenadores posibles para este equipo alocado, exquisito, soñador, a veces desesperante y siempre seductor que es nuestro Rayito de Majadahonda.

Majadahonda Magazin