GREGORIO Mª CALLEJO. El tema es frecuentísimo y especialmente recalcado en Quevedo. Con sentido crítico también Cervantes, “pues si este oficio tantas buenas partes requiere, ¿por qué se ha de pensar que de más de veinte mil escribanos que hay en España se lleve el diablo la cosecha, como si fuesen cepas de su majuelo? No lo quiero creer, ni es bien que ninguno lo crea; porque, finalmente, digo que es la gente más necesaria que había en las repúblicas bien ordenadas, y que si llevaban demasiados derechos, también hacían demasiados tuertos” (El Licenciado Vidriera).


Gregorio Mª Callejo

“…Si bien que decir mal de uno no es decirlo de todos; sí, que muchos y muy muchos escribanos hay buenos, fieles y legales, y amigos de hacer placer sin daño de tercero; Sí, que no todos entretienen los pleitos, ni avisan a las partes, ni todos llevan más de sus derechos, ni todos van buscando e inquiriendo las vidas ajenas para ponerlas en tela de juicio, ni todos se aúnan con el juez para «háceme la barba y hacerte he el copete», ni todos los alguaciles se conciertan con los vagamundos y fulleros, ni tienen todos las amigas de tu amo para sus embustes. Muchos y muy muchos hay hidalgos por naturaleza y de hidalgas condiciones; muchos no son arrojados, insolentes, ni mal criados, ni rateros, como los que andan por los mesones midiendo las espadas a los estranjeros, y, hallándolas un pelo más de la marca, destruyen a sus dueños. Sí, que no todos como prenden sueltan, y son jueces y abogados cuando quieren” (El Coloquio de los Perros).

Los abogados se describen como meros intrigantes dispuestos a saquear a los inocentes y a intrincar el procedimiento, la figura del verdugo se percibe como corruptible y despreciable. Así en El Buscón, el padre de Pablos azota con mayor o menor rigor a los ajusticiados en función del soborno que antes haya recibido de ellos. El oficio de verdugo se vive por el protagonista como un estigma que le hace imposible progresar socialmente. El tormento se utiliza de manera regular y así “…está malo de lo mucho que se burló el verdugo con él hasta hacerlo músico”, se dice de un amigo de Guzmán, es decir, de lo mucho que lo atormentaron hasta que “cantó”. (Guzmán parte 2ª, III, cap 7). En el mismo capítulo se especifica que lo descomponen “en el ansia” (tormento del agua, consistente en tapar la nariz con un paño y echar agua a chorro en la boca). Al mismo preso, cuando se le traslada a galeras y para que confiese sobre un hurto, se le aplican cordeles en los testículos (parte 2, III, cap 8). Próximo capítulo: el soborno judicial, el “ridículo y despreciable” condenado y el respeto a la Inquisición.

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