FERNANDO BRUQUETAS DE CASTRO. Corría el año 1.999 y para documentar mi libro «Outing en España. Los españoles salen del armario» quedaron pendientes en Madrid algunas entrevistas con famosos y famosillos que dilataban el encuentro más de la cuenta, por lo que tuve que volver a Canarias. En Las Palmas me presenté en la sede de Gamá, la asociación de gays y lesbianas, que se hallaba bajando la calle Buenos Aires en un local angosto que pagaba el Ayuntamiento. ¿Desde cuándo? Pregunté. Desde que gobierna el alcalde del PP, José Manuel Soria. Dijeron… Otra vez parecía que aún no me había caído del guindo. «A ver, explícame eso, por favor» inquirí al joven y alto Ricardo González, que luego se convirtió en sempiterno dirigente de los gays canarios. Su contestación me dejó más atónito si cabe: «Es que José Manuel Soria nos facilita el local y cubre todos los gastos». Soria, quien luego fue ministro con Rajoy, que mintió una, dos y tres veces antes de que cantara el gallo, era el que subvencionaba las actividades del colectivo gay de Las Palmas, cuando todavía ni siquiera teníamos Ley de Parejas de Hecho. ¡Sublime!


Fernando Bruquetas

¿Acaso era porque Soria también tenía veleidades gays?, me atreví a preguntar, esperando que alguien me confirmara el armario del alcalde, pero nada más lejos de la realidad. Al fin y al cabo, yo sabía que Soria no perdía aceite, como él dijo una vez de Jerónimo Saavedra, porque lo conocía de atrás (a Soria, no a Jerónimo, que también) y no en sentido literal, sino desde hacía tiempo… Soria siempre se caracterizó por ser el macho de las cañadas, cuando mi hermano Carlos y su primo Sigfrid lo dejaban. Cuando era un jovencito lo acredité para que entrara gratis en la discoteca San Agustín Beach Club, donde se reunía prácticamente toda la isla de Gran Canaria los fines de semana en todos los veranos. Allí también hizo estragos entre las veinteañeras, como todo el mundo sabe. Sigo con los chicos de Gamá, porque no quiero dejar la historia ahí, sin contar algo interesante que pasó entonces y que era definitorio del activismo gay de entonces. Les mostré mi interés por los asuntos internos de los afiliados y simpatizantes. Me inscribí o afilié, con llevadera cuota mensual, y comencé a hacer amigos y reconocer a otros de toda la vida, que tenían aquel lugar por punto de encuentro. Llevé libros y revistas, y colaboré en la realización de algunos documentos.

Así estuve colaborando con los compañeros de Gamá un tiempo. En esas estaba cuando se realizó la primera asamblea general a la que asistí emocionado. Vino gente hasta de Telde. De lo más que se hablaba y discutía entre los gays era de la Ley de Parejas de Hecho, que teníamos que reivindicar, para conseguir la equiparación con los heterosexuales. Es verdad que había problemas más urgentes y evidentes, como eran las palizas que recibían algunos muchachos en los colegios y los barrios. Las expulsiones de menores de sus casas, porque sus padres no querían un hijo maricón, y otras muchas situaciones que ponían los pelos de punta, y nos contaban los chiquillos, que buscaban refugio o asistencia en aquel local. La mayor parte de las veces solo se marchaban con un número de teléfono y una charla tranquilizadora para quien la daba. Esta asamblea general de los gays canarios la veía como una oportunidad de hablar de estos temas y de participar aportando alguna solución o buscar vías de arreglo entre las familias, dar charlas en los colegios, cooperando con la sociedad para hallar soluciones a la discriminación, sobre todo a la que se evidenciaba a través de la violencia. Tengo que hacer una pausa, para reflexionar, porque fue muy fuerte el impacto, para mi sensibilidad de antiguo activista. Entonces, cuando todos estábamos reunidos, Ricardo, que presidía la asamblea, tomó la palabra para centrar el tema de la reunión. El único punto del orden del día era qué hacer el próximo fin de semana: ¿baile o acampada? Perdonen, porque todavía estoy conmocionado.

Majadahonda Magazin