JOSE Mª CASTRO. «Relación de personas majariegas que fallecieron o que en la actualidad viven o que son conocidas más por sus apodos o motes que por sus nombres propios, seudónimos que usaban los antiguos con nombres de pájaros, aves y varios más y que aún se siguen conociendo a efectos de su identificación. Esta relación de apodos está hecha por «Julita la Viruta». Con esta leyenda se encabeza un cuadro que la legendaria y famosa Julia Gallego «Viruta», recientemente fallecida en Majadahonda a la edad de 91 años, tenía en su casa. Reproducimos el citado cuadro y queden para la memoria constancia textual y gráfica del municipio estos 160 nombres, muchos de cuyos descendientes aún viven en esta ciudad, entonces pueblo, y conservan con orgullo esa otra denominación popular. Esta información la acompañamos de otra referencia a la misma materia que dio a conocer el también ilustre vecino fallecido, Crescencio Bustillo, que en sus «Memorias de Majadahonda» publicadas el pasado verano por este mismo periódico, aludía en un capítulo de las mismas a ellos. Ambos testimonios podrían servir como material para una futura Historia de Majadahonda del siglo XX.
CRESCENCIO BUSTILLO. Como ahora se verá, el personal del pueblo de Majadahonda estaba lleno de remoquetes o apodos. Cada familia tenía el suyo y algunos más favorecidos en este sentido tenían alguno más, por lo que para identificarlos era más fácil hacerlo por el apodo que por el nombre verdadero. La mayor parte de estos apodos tenían su razón de ser y provenían de algún hecho o situación que diera lugar al nacimiento del apodo. Otras veces por alguna frase o comentario del individuo daba también lugar a que tuviera estos sobrenombres, siendo tan variados y tan numerosos que prácticamente no había vecino o familia del pueblo que no los tuviera. Ahí van unos pocos como muestra: “los Melones”, “los Cabezotas”, “los Patiliques”, “los Verrines”, “los Mancos”, “los Patateros”, “los Dupones”, “los Cachicanes”, “los Pincha Uvas”, “los Pichús”, “el Tío Galdorro”, “el Tío Rompeligas”, “el Tío Sabiondo”, “las Pedorras”, “las Borregas”, “las Boquicas”, “las Gilinas”, “la Gorriona”, ”la Mareso”, “la Bosca”, la.., el,…,las…, los… En fin, sería interminable el poder nombrar a todos.
Había, como no, tipos que se los tenía por célebres por diversos motivos, unos como casi héroes. El caso del “Tío Ventura”, que era famoso en el pueblo porque no tenía miedo a nada. Cuando yo le conocí era un hombre ya mayor. Contaba sus aventuras de la guerra de Cuba, de la que había tomado parte, habiendo sido herido varias veces, perdiendo un ojo en estas lides. Se había quedado viudo y vivía con una hija, ya casada con tres hijos pequeños, que un día le dio por suicidarse, teniendo que cargar el “Tío Ventura” con los nietos para poderlos sacarlos adelante, pues el yerno era un holgazán borrachín que fue el causante del suicidio de la Saturnina, su esposa. A su propia hija la tuvo que sacar del pozo que se había tirado y por la noche la estuvo velando solo en el depósito del cementerio, hasta que la hicieron la autopsia, cumpliendo una vez más con la tarea que le habían impuesto en el pueblo de sacar o rescatar a los suicidas. Y de velarles en el cementerio para defenderles de cualquier animal que hubiera osado atacarles. Se comentaba la sangre fría que tenía, se acostaba con una manta al lado de los cadáveres sin importarle lo más mínimo.
Contaban también que una vez en el pueblo de Las Rozas, de cuya brutalidad ya he dado referencia, estando presenciando la corrida de toros en su fiesta, se quedaron sin toreros, pues el toro los había cogido y herido. Por otra parte, el toro tampoco quería entrar al toril, por lo que le pidieron al “Tío Ventura”, dada su fama de valiente, que se tirara al toro por detrás, lo sujetara momentáneamente, que luego ellos lo ayudarían echándose sobre la res y así rematarla. Parece ser que el “Tío Ventura” no se fío mucho de las promesas de los rozeños, como así fue, encargando a sus hermanos, que eran varios, y a los demás del pueblo que asistían al festejo que estuvieran atentos a lo que pudiera suceder. Llamaron al toro para distraerle y el “Tío Ventura” se tiró por detrás agarrándose a las orejas por detrás de los cuernos y pegándose al cuello del toro, que era grande y bravo, le estuvo sujetando cuanto podía. El toro cabeceaba y lo levantaba del suelo, retorciéndose el animal para sacudirse de él, pero el “Tío Ventura” no lo soltaba, pues sabía de antemano que si lo hacia su muerte era segura. Como la lucha se prolongaba, la batalla cada segundo que pasaba se hacía más desigual. Los rozeños se reían de esta escena pensando en su interior –como eran tan perversos y falsos– que el toro lo hubiera cogido y matado en el acto, para así acabar con la valentía de los majariegos.
Viendo los hermanos lo que pasaba se tiraron en su ayuda, así como otros del pueblo, y entre todos acabaron con la fiera. El “Tío Ventura” se vio libre de aquella aventura, que tan cara le pudo costar, pues, según decía, le iba faltando oxígeno y las muñecas le empezaban a fallar. Ante la mala jugarreta que habían hecho los rozeños, surgieron discusiones tan acaloradas que se lió una “batalla campal” . Como ellos estaban en su pueblo llevaban ventaja porque de todas partes salían piedras u otros objetos para agredirles. Entonces dieron la voz de «¡Todo el mundo fuera!, ¡Todo el mundo a las eras!». Allí se hicieron fuertes, pues había algunos que eran “honderos”, manejaban la honda mejor que una escopeta, donde ponían el ojo ponían la piedra. Y como la honda las arrojaba con tanta fuerza, estas eran verdaderos proyectiles cuando salían disparadas por manos tan expertas. Contaban que con las hondas hicieron una verdadera carnicería, al que le daban en la cabeza se la partían en dos, si les daban en otras partes del cuerpo les ponían fuera de combate. Total que hubo muchos muertos y heridos y llevaron tal paliza que jamás se atrevieron los rozeños a plantear otra batalla, si bien no se les olvidó y estaban siempre recelosos.
El tejero y el lunar, me suenan, jeje
Que curioso!