BEGOÑA DELCLAUX. Marcó el número del domicilio y atendió al primer timbrazo una voz que sonó ansiosa. Era Rosa, la asistenta, que empezó a hablar sin parar en cuanto oyó la mención de la Guardia Civil. Fue tal chorro de palabras que Maura se echó hacia atrás de manera defensiva como quien ha descorchado una botella de cava. —He venido a las diez como siempre y mire —explicó como si ella pudiera verlo— , todo está como lo dejé el viernes y eso es muy raro, oiga, porque siempre me dice algo cuando va a marcharse a algún lado y a mí no me ha dicho nada y yo la he llamado al móvil y nada, nada de nada. Hablaba rápido y sin pausas. Resultaba agotadora. —Pero yo me he dicho —siguió— si no se habrá ido con don Alberto, que está fuera precisamente, y por eso le he llamado, pero nada, no está con él, y me ha dicho que la llame a su trabajo, pero tampoco, no estaba. Y dicen que el jueves se fue tan normal pero que el viernes no fue y no avisó ni nada. Eso no es propio de ella, no. Iba a ser muy laborioso destilar datos concretos entre tanta verborrea. Decidió interrumpir el discurso para respirar un poco y de paso concretar.


—¿Ha mirado si ha dejado alguna nota?
—No, no, ¡qué va, no hay nada! He buscado por todas partes. 

—O sea que el viernes no durmió ahí y el fin de semana tampoco. ¿Está segura de eso?
—Ya le digo que todo está como yo lo dejé. Ella es muy ordenada pero todos movemos cosas, sobre todo en la cocina, en la habitación y el baño. Como todo está intocado sé que el viernes no durmió aquí, ni el sábado ni ayer, claro. 

—¿Y el jueves por la noche? ¿Cómo sabe que durmió en casa? Lo digo porque nadie la ha visto desde el jueves por la tarde.
—Ya le digo que se nota.
—Pero usted no estuvo en la casa el jueves ¿verdad? 

—Verdad. Ya veo adónde quiere ir a parar, yo vine el viernes y no sé si había estado aquí una noche o dos.
—¿Tiene forma de saberlo?
—No sé… 

—¿La ropa para lavar?
—¡Claro! Voy a mirar.
Volvió nerviosa al minuto.
—¡Cómo se ve que es poli! En el cubo no hay más que una muda, una sola camisa, unas medias y tendría que haber dos, dos de todo y sólo hay uno. —Conclusión: el jueves no durmió ahí. ¿Ha mirado si falta su neceser, el cepillo de dientes, las cremas? 

—Es lo primero que he ido a ver. Está todo como siempre. 

—¿Puede buscar la matrícula del coche? Creo que es un Seat León, quizás en alguna multa.
Visiblemente orgullosa de probar su diligencia, respondió rápidamente:
—Voy a mirar en su mesa, las tiene ahí. 

—Busque también el teléfono de Cristina Orozco, debe tenerlo en su agenda. Al cabo de unos instantes volvía con las dos cosas, la matrícula y el teléfono. Había que reconocer que, aunque fuera una pesada, era lista y eficaz. —Pasaremos por allí en una hora más o menos —se despidió la sargento. Fue a dar la matrícula a Zafra a través del interfono. 

—Ya la tengo, mi sargento.
Lo siguiente era hablar con su trabajo, con el centro Príncipe de Asturias. La mujer que la atendió parecía muy nerviosa. Confirmó que la directora se había despedido el jueves alrededor de las siete como una tarde cualquiera. —No paramos de llamarla, pero no coge el teléfono.
—¿Desde cuándo?
—Desde el viernes, cuando vimos que no llegaba.
Quedaron en pasarse a lo largo de la mañana. (CONTINUARÁ). Lea los capítulos anteriores.

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