
Pelé confesó que su primera relación sexual fue a los 14 años, con un hombre.
FERNANDO BRUQUETAS DE CASTRO. Para mi cuenta, el proceso de documentación del libro ya había terminado, y empecé a celebrarlo con júbilo, cuando el editor me recordó que el volumen quedaba cojo, si no se decía algo sobre el Outing en el deporte. Mi gozo en un pozo, pensé, y entonces llegó lo del diseñador Jesús del Pozo y el cantante Enrique del Pozo, que también. Ambos estuvieron a la altura de su profesionalidad, sobreponiéndose a los vituperios de los intolerantes. Y continuaron sus carreras pese a la guerra mediática que les hizo la envidia y la competencia y, al final, cada uno ganó en lo suyo. Su obra sigue siendo tan bella como admirable. Es cierto que faltaba saber sobre el armario de los deportistas de nuestro país, porque un libro sobre el outing en España no podía dejar la faceta deportiva sin documentar. Entonces, indagando, encontré que el problema que se suscitaba con los artistas, a los que sus representantes o casas de discos les obligaban a callar, en el mundo del deporte se amplificaba hasta extremos inconcebibles. Hablé con nadadores de piscina y de alberca, con saltadores de trampolín y palanca, con atletas de tierra, mar y aire; con los futbolistas entendidos y desentendidos, con amigos de copas y de cama. Vamos, que hablé con todo bicho viviente que alguna vez se hubiera dedicado a dar golpes a una raqueta, palos al agua y patadas a las pelotas; pero nadie dijo ni mu.

Fernando Bruquetas.
Dudé mucho sobre este asunto. Quizás, me dijeron, era que preguntaba donde no debía, pero no era así. Se trataba del momento histórico y no de otra cosa, porque todavía hoy el deporte sigue siendo remiso a reconocer la sexualidad gay y lésbica entre los deportistas. La razón de que el armario del deporte siga cerrado es que, sobre todo en los deportes de equipo y de contacto, se huye, como del fuego, de la simple presunción de homosexualidad. Esto podría ser explicable porque en los vestuarios se comparte la visión del cuerpo desnudo de compañeros y compañeras, y con ello cabría la posibilidad de sorprender alguna mirada desviada hacia el sexo del otro o de la otra, con las connotaciones que eso puede tener dentro de un vestuario. Traten de ponerse en situación y lo entenderán, porque los deportistas no suelen ser los seres más maduros del mundo. En la escuela, instituto o la universidad, los equipos deportivos se comportan en los vestuarios como eternos adolescentes, y las miradas al sexo de los demás solo suelen darse para el cachondeo general, me dicen, porque yo no me acuerdo.
El otro argumento tiene mucho más peso, ya que el deporte es una actividad que genera mucho dinero. Demasiado para mi gusto. No entiendo que se gane tanto por hacer tan poco o por hacer algo tan irrelevante. Lo entendería, sin necesidad de compararlo con la ciencia, si se hiciera algo que de verdad valiera la pena… Solo lo entiendo en el boxeo y los deportes relacionados, porque la gente se parte la cara, pero en lo demás… Creo que es exagerado lo que ganan los deportistas. Ya sé que alguno dirá que no todos ganan lo mismo. Claro que no, pero entenderán mi cabreo cuando sepan que un jugador de fútbol de primera división, generalmente, gana al mes lo que un catedrático de universidad en un año. Eso es cuanto menos escandaloso. Por eso es fácil entender que las empresas que controlan el deporte y que mueven tanto dinero no quieren dejar de ganar ni un céntimo, y la sola posibilidad de que un crack caiga por una «confesión» pone los pelos de punta en los despachos donde se juegan las carreras deportivas de los divos. Lo demás, después, de ahí para abajo es pura y vulgar imitación.





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