LIDIA GARCIA. La periodista de Tele 5 Carme Chaparro, residente en Majadahonda, «desvela su peor pesadilla: sufrió amenazas de muerte anónimas. Un florero con arrugas y celulitis. Falsa y tramposa, te veo en Majadahonda y vomito como tus compañeros de Telecinco que no te soportan» fue la amenaza que testimonia «La Crónica de Salamanca». Asegura que no se lo contó a nadie. «Pensé que no se podía hacer nada. Pero vomitaba del miedo que tenía. Un día me fijé en los matasellos. El tipo mandaba las amenazas desde distintas ciudades de España. ¿Quién viajaba tanto?». Lo descubrí por casualidad, algo después, comiendo un día con una amiga a quien se lo conté. Día tal en Bilbao. Día cual en Valencia. Día pascual en Cádiz. Y resulta que los lugares y las fechas coincidían con la gira promocional de alguien que trabajaba cerca de mí. Los anónimos eran cada vez más amenazantes y dos o tres meses después empezaron las amenazas de muerte. Muy concretas. Con muchos datos personales», puntualiza la periodista. La presentadora comparte que nunca le dijo nada y ahora se arrepiente. «Hoy creo que tenía que haberlo hecho. Y no sólo eso, sino denunciarlo en la policía. Exponer al monstruo». Lo que no se imaginaba la persona que la estaba amenazando es que al descubrir al remitente, ella se sintiera más poderosa, «porque ese tipo es un mierda que necesita amenazar y asustar para creer que es alguien y que tiene el control»


El periódico salmantino documenta así este extraño caso que aún no tiene culpable, pero sí víctima: «La periodista y escritora Carme Chaparro cuenta el sufrimiento que vivió cuando fue amenazada de muerte por una persona hace 20 años. La primera amenaza que recibió decía esto: «Estás cada día más vieja, pelleja y eres una inútil como presentadora. Un florero con arrugas y celulitis. Falsa y tramposa. Te veo en Majadahonda y vomito, como tus compañeros de Telecinco que no te soportan». La periodista afirma que el hombre que lo escribió, hace casi 20 años, le estará leyendo: «Sé que fuiste tú. Y sigues siendo un mierda. Llegó a casa por correo postal, con mi nombre intencionadamente mal escrito. No le di más importancia. De hecho, pensé que lo había tirado. Un, o una, imbécil más». Luego llegaron más anónimos. Con faltas de ortografía demasiado evidentes como para ser reales. Alguien intentando parecer inculto», concluye.

 

 

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