FERNANDO BRUQUETAS DE CASTRO. En aquel momento en que hace 20 años escribía el libro «Outing en España«, resultó sorprendente que algunos políticos se ofrecieran a salir del armario, tal como estaban las cosas para los gays. Hay que recordar que antes no era la fiesta que hoy se celebra con orgullo, aunque no lo sea para todos. Conozco homosexuales de toda la vida, y no pocos por cierto, que consideran las cabalgatas del día del orgullo gay, de la manera que algunos las están organizando, como una verdadera afrenta. Sí, amigos, una afrenta para los gays, porque no todos son, ni somos, así de maricones… Si a eso unimos la pérdida de papeles de ciertos energúmenos, que solo van a los desfiles para pavonear su excentricidad, y que el culmen de su alarde es discriminar a los gays de derechas, porque pactan con quien les sale del con quienes les sale de su democrático gusto, pues el resultado es bastante contraproducente, por no decir violento y prejuicioso. Esa suma de circunstancias les desautoriza y, de seguir así, puede convertir la manifestación del orgullo en una sucia y sospechosa marcha de nuevos inquisidores.


Fernando Bruquetas

Ahí lo dejo, por ahora, porque prefiero acordarme de los buenos días que nos dieron al salir en mi libro del Outing personajes como Francesc López Guardiola, teniente de alcalde en Badalona por el PSC-PSOE o Ernesto Gasco, concejal del Ayuntamiento de San Sebastián, y otros tantos, entre los que se encontraba Miguel Iceta, que reconoció su estatus de hombre heterodoxo al ser nuestro primer político abiertamente homosexual. Le debo una a Iceta, desde mucho antes de su famoso baile. También fueron muy elocuentes las intervenciones de Josep Borrell, para alejar de sí las sospechas, pero con simpatía y sin ofender a nadie. Cuestión de estilo. Y, curiosamente, fue Luis de Grandes, quien ejercía de portavoz del Grupo Popular en el Congreso, quien nos dio la clave para la aprobación del matrimonio homosexual. Él venía «quemado» con José Carlos Mauricio, porque este había prometido una ley de parejas muy amplia, y que, decía, ya venía trabajando Coalición Canaria.

Por eso no se aprobó aquella votación en la que el PP necesitó de los votos canarios por falta de mayoría absoluta. Luego no hubo nada y en aquel vacío cayó la ley de parejas de hecho. Luis de Grandes, no sé si en compensación por aquello, nos aportó el matiz terminológico que faltaba y nos abrió los ojos: «Solo tienen que cambiar una palabra del código» dijo… Y después, Pedro Zerolo movió todo lo que pudo y, al final, Juan Fernando López de Aguilar, el mismo personaje que provocó que escribiera el libro del Outing al sentirse agraviado comparativamente por los gays, aprobó, como ministro de Justicia, el milagro del matrimonio gay en España. ¡Quién lo iba a decir! Pero esas son las paradojas que nos da la vida… Otros dicen que quizás fue lo único bueno que hizo Zapatero. Como tampoco lo sé, lo dejo para que lo estudien los politólogos, que ya va siendo hora.

Manuel Azaña, primer presidente del Gobierno español gay

En los años noventa todavía eran pocos los que se atrevían a salir del armario, por eso era raro encontrar algún candidato en las listas electorales y, cuando lo había, casi siempre se trataba de gente de segunda o tercera fila. La evidencia de que los tiempos han cambiado es que hoy no existe una candidatura que se precie que no lleve a un gay de reconocido prestigio, bien sea de ámbito local, autonómico e incluso nacional. Ahí tenemos a «nuestros» representantes en las Cortes, en los altos tribunales del Estado e incluso en el Consejo de Ministros, aunque esto último no sea de ahora, pues ya antaño los hubo. No hace falta que nombre a Jerónimo Saavedra para recordarlo, seguro que también hubo otros más atrás. En la Presidencia del Gobierno, sin ir más lejos, me viene a la memoria histórica Manuel Azaña y por hoy paro de contar.

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