CRESCENCIO BUSTILLO. Otra de las aficiones más importantes en Majadahonda era la danza y el baile. Desde pequeños, chicos y sobre todo chicas estaban siempre bailando, pero no bailes académicos o de arte, sino bailes corrientes, jotas, “agarrados”… que eran incansables en su danzar. No había fiesta en el pueblo que, por tradición o improvisada, no se coronara con bailes bulliciosos y prolongados para el agrado de la gente. Para ello había una sociedad recreativa, con todo el pueblo de socios.


Feria de Muestras (Barcelona 1956/57). Crescencio (izq) y su hijo Darío (der)

Y en el local de la misma se daban veladas de baile más días en el año que días que estuviera cerrado. Más luego, por las Fiestas, con las orquestas suponía que el pueblo casi siempre estaba de bailoteo. También había bastante afición al juego de naipes o cartas. Recuerdo que de pequeño se jugaba mucho al “monte”, uno de los juegos de azar más importantes en el que se podían ganar fortunas en poco tiempo o perderlas, según la suerte. En el pueblo había jugadores muy finos, montaban la banca en los casinos y se estaban jugando hasta altas horas de la noche o más bien de madrugada. Por mucho que se quisiera enmascarar, siempre se sabía el que ganaba y el que perdía, comentándose por el pueblo estas incidencias.

Recuerdo una vez que vinieron de Madrid jugadores profesionales, llamados “croupier”, que montaron una timba allí pensado que se llevarían los cuartos de los “catetos” como hacían en otros pueblos. Pero les salió el tiro por la culata, ya que les estuvieron observando y les calcularon una carta que tenía que repetirse con las que estaban en la mesa. Esta carta era una sota. Allí metieron los puntos todo su capital y salió la sota, quedándose de una pieza aquellos hombres porque nunca habían visto cosa igual, teniendo que pedir prestado al dueño del casino para poder pagar así como para marchare al otro día en el coche de línea. Hay que tener en cuenta que estos jugadores profesionales pertenecían al “Café Andaluz” de Madrid, que era una de las más importantes casas de juego de la capital. Después, la Dictadura prohibió todos los juegos de envite, si bien nunca se acabó de jugar, pero se hacía en la clandestinidad. Había otros juegos de envite como el mus ilustrado, el tute subastado, etc. Pero ninguno se puede comparar al “monte”.

Había otras aficiones y juegos pero de escasa importancia que no merece la pena ser destacadas aquí. Por tanto, vamos a pasar a las costumbres, muchas de ellas tradicionales, que han pasado ya a la historia, pero que por eso no dejan de tener su importancia para relatarlas. Así empezamos con el Carnaval, que se celebraba por las vísperas de la Cuaresma o principios de la misma, y que correspondía a los finales de febrero o principios de marzo. Había mucha afición por vestirse de máscara en el Carnaval, principalmente las mujeres, que se ponían toda clase de “adefesios” para llamar la atención y al mismo tiempo divertirse sin que las conocieran. Eran cuatro o cinco días los señalados y comenzaban del medio día en adelante, hasta que se ponía el sol. Cuando oscurecía o se hacía de noche estaba prohibido llevar la cara tapada. Entonces se acudía al baile con disfraces de ropas más elegantes y dentro de este baile de máscaras se autorizaba a llevar un antifaz, pero había que mostrarse al portero con la cara al descubierto para la identificación. Estos bailes se salían de lo normal, a veces se hacían grandes payasadas, imitando al personaje que con el traje representaba, por lo que la gente se divertía al cambiar un poco la monotonía de los bailes de siempre.

Majadahonda Magazin