
David Uclés, nacido en 1990 en Úbeda (Jaén), como Muñoz Molina o Joaquín Sabina, o, ya puestos, cuna de la primera tumba de San Juan de las Cruz, antes de su traslado a su emplazamiento actual, mausoleo ostentoso, en el Convento de Carmelitas Descalzos segoviano.
VICENTE ARAGUAS. (3 de agosto de 2025). «La península de las casas vacías». Reclamándose con una portada obra de Rafael Zabaleta (el pintor jiennense, no el cronista, Juan, tampoco el arpista, Nicanor), «La península de las casas vacías» (Ed. Siruela), de David Uclés, se ha convertido en todo un “best-seller”, aun tratándose de una novela de nada fácil lectura. No lo es porque si bien aborda un tema socorrido, la Guerra Civil, –la española, digo–, lo hace desde una óptica tan sumamente fantástica que contradice las fórmulas realistas al uso. Las habituales cuando aparece el fantasma literario de nuestra última contienda civil. Tema socorrido, ya se dijo, y ojo que durante mucho tiempo fue asunto si no tabú, sobre todo desde la mirada interior, –el exilio ya era otra cosa–, parece que hubiese pocas ganas de mojar la pluma en cuestión tan delicada.
De hecho, el enorme éxito de la trilogía de José María Gironella –“Los cipreses creen en Dios”, “Un millón de muertos” y “Ha estallado la paz”– tuvo que ver con el aparente descaro temático del hoy tan olvidado autor catalán. Luego vino la eclosión y “Nuestra Guerra”, por decirlo con un título del “heróico Lister”, (estoy citando a Don Antonio Machado, –“A Líster, jefe de los ejércitos del Ebro”–), se convirtió en tema recurrente. Desde sus múltiples ángulos. Particularmente me quedo con “San Camilo 1936”, del gran Camilo José Cela, hoy en el purgatorio de los escritores muertos en tiempo relativamente próximo. Otro “purgado” es el inmenso Miguel Delibes, de quien su novela bélica-civil “377 A, madera de héroe” no es lo mejor de una producción, donde –para mí, naturalmente– brillan “El Camino”, “Los santos inocentes” y “El hereje”. Otras historias.

David Uclés nació en 1990 en Úbeda (Jaén), como Muñoz Molina o Joaquín Sabina (o, ya puestos, cuna de la primera tumba de San Juan de las Cruz, antes de su traslado a su emplazamiento actual, mausoleo ostentoso, en el Convento de Carmelitas Descalzos segoviano)
Pero vuelvo a Uclés, y su novela, lectura veraniega, como veo en las listas de libros más comprados, si bien ya lo había sido en estaciones anteriores por el personal en tiempo de ocio. Unos lectores que se van a encontrar con fantasía a cascoporro, hay quien le llama realismo-mágico, aquel invento hispanoamericano que tenía bases y certezas en nuestros fabuladores, Álvaro Cunqueiro y Joan Perucho, cuando David Uclés practica, en puridad, el esperpento. Un poco a lo Valle-Inclán como visto con unos prismáticos invertidos pero también con reminiscencias de la inimitable película de José Luis Cuerda, “Amanece que no es poco”. Y es que David Uclés, nacido en 1990 en Úbeda (Jaén), como Muñoz Molina o Joaquín Sabina (o, ya puestos, cuna de la primera tumba de San Juan de las Cruz, antes de su traslado a su emplazamiento actual, mausoleo ostentoso, en el Convento de Carmelitas Descalzos segoviano), resulta desmesurado en su intento. No es otro que fotografiar toda la Guerra Civil a través de un conjunto de retablillos hiperbólicos donde cabe de todo. Desde el cadáver de José Canalejas (asesinado en la Puerta del Sol madrileña en 1912), reaparecido en el 36, o la imagen del padre de los Franco fracturando el brazo masturbador de su hijo primogénito.

El pintor Rafael Zabaleta, “leitmotiv” de la novela, y no solo por la portada, quien va y viene por ella como Pedro por su casa
El incorrupto de Santa Teresa tiene su valor esperpéntico, igualmente. Acompañó a Francisco Franco, luego de ser intervenido en el equipaje del general republicano Villalba, cuando la toma de Málaga. Y tuve ocasión de ver su paso por Ferrol, cuando la década de los sesenta iniciaba andadura, con estos ojos cansados a lo largo de las 700 páginas de la novela de David Uclés, quien bien pudiera haber gastado bastante menos pólvora en sus salvas, más de feria con barracas que de artillería con apuntadores alojados en barracones. Con la mitad de una novela llena de verdades, medias verdades, travesuras, ocurrencias y chafarrinones hubiera sido suficiente. Aparte el pintor Rafael Zabaleta, “leitmotiv” de la novela, y no solo por la portada, quien va y viene por ella como Pedro por su casa. Sí.
Fantasía a cascoporro!
Exactamente. A tono con el léxico manchegazo del joven Uclés. Fantasía a cascoporro. Como tal. También porque salen cascos y porros (tontos de pueblo.) Un libro castizo, entre Cela y la Vidente Amparo. Que todos compran. Que todos lean: lo dudo.
Una novela magnífica. Y su crónica fatua, farragosa e infumable
Gracias, Doña Isabel, por leerme. Que hablen de uno aunque sea bien, ya sabe.