Lecturas de Verano (Majadahonda 2021): «Amapolas y otros crímenes»

BEGOÑA DELCLAUX. Se subió al alféizar y saltó por la ventana. Al caer sintió las espinas en las plantas de los pies. Un aullido de dolor se le quedó atravesado y sólo escapó de sus labios un suspiro silenciado. La oscuridad era total, la luna oculta entre encinas, sauces y nubes. Escuchó el canto de un búho y el rugir del viento helado chocando contra los árboles, que acechaban como espectros en cada rincón del jardín, presunto jardín a esas horas y a cualquiera en realidad pues no era más que un solar cubierto de matorrales que crecían a sus anchas entre arbustos y zarzales. Escudriñaba las sombras tratando de anticipar el sonido de los pasos que pronto saldrían tras ella. Debía alejarse deprisa, pero no sabía adónde ni qué dirección tomar y, aunque el miedo supusiera un poderoso anestésico, cada paso era agonía.


Begoña Delclaux

Al fondo había un telón más negro que el propio cielo. Era el muro del solar. Parecía el fin del mundo. Allí nadie la vería y podría pegarse a él para acercarse a la verja.
 Empezó a distinguir matices en tonos azules y grises. Vio pájaros plateados en vuelos zigzagueantes que parecían frenéticos y alguno rozó su pelo. No eran aves, sino murciélagos, pero no se protegió. No eran ellos la amenaza y llegó a sentir envidia por su medio de transporte. Habría dado la vida por salir de allí volando. Se zambulló en la maleza y se abrió paso a arañazos sobre los brazos desnudos tratando de protegerlos con la gasa del fular que llevaba atado al cuello y procurando flotar sobre el enjambre de espigas.
 Librarse de los tacones le pareció en su momento una idea muy astuta, pero fue una estupidez.


Lecturas de Verano (Majadahonda 2021): «Amapolas y otros crímenes»

Debió pensarlo mejor. Se había metido en el baño fingiendo encontrarse mal. Así era en realidad, había sentido náuseas, pero más por angustia y miedo que por malestar físico. Todos estaban nerviosos e iban de aquí para allá alterados y confusos sin que nadie reparara en ella. En el baño respiró y logró hacer un esfuerzo para centrarse y pensar. Apenas había bebido un par de sorbos del whisky que ellos tragaban a mares. Empujó los zapatos al fondo de un cubo gris y los cubrió con un buen montón de papel. Pegó la oreja a la puerta y al final se atrevió a abrir una pequeña rendija. No vio a nadie y se deslizó, silenciosa y apenas rozando el suelo, hasta una ventana trasera al fondo del corredor. Intentó no respirar y nadie oyó su jadeo. Ninguno la vio saltar ni se percató de su ausencia. (Continuará).

 

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