
Ocurre esto con “La Novela de un Literato”, espectacular trilogía del periodista y escritor Rafael Cansinos-Asséns, que retrata en primera persona y de testigo, como hizo Goya en sus “Fusilamientos”, a toda la Generación del 98. Y tras ese genial trasfondo literario (Blasco Ibáñez, Colombine, Juan Ramón Jiménez, Villaespesa, etc…) asoma toda una época con sus intrigas políticas, efervescencias sociales, paradojas, disparates y asombros. Algo parecido es el “Pombo” de Ramón Gómez de la Serna, como también lo son en Francia las memorias del delincuente Eugene Vidocq, que se pasó a la policía y hoy está considerado el padre de la criminología moderna. Tuve el placer de entrevistar a su traductor al español, David Cauquil, para conocer por qué sus memorias inspiraron luego a Victor Hugo para “Los Miserables”, así como a Edgar Allan Poe o Balzac.
Otra de esas memorables memorias que he tenido el placer de leer este verano gracias a la casi siempre estéril polémica política española son las de Agustín de Foxá. “Madrid de Corte a Checa” es un libro cuyo título a priori disuade por prejuicios ideológicos o políticos, pero una vez se adentra uno en su primera página atrapa el lector de principio a fin. Son los mismos motivos por los que enganchan las de Cansinos-Assens, Ramón Gómez de la Serna o Eugene Vidocq. Y Foxá lo logra no solo porque sea un magnífico escritor muy bien dotado para este arte sino por sus inéditos retratos de época: testimonios directos de las puestas en escena de Jacinto Benavente o Valle-Inclán son difíciles de encontrar a pesar de que aún viven algunos de sus contemporáneos –estoy pensando en el madrileño Rafael Flórez “Alfaqueque”, a quien podríamos incluir entre estos geniales memorialistas desconocidos y a quien perdí la pista en 2015– porque incluso al de las barbas de chivo lo conoció de niño cuando ayudaba en la cervecería de su padre en Tirso de Molina. Gracias a su memoria, por cierto, reconstruí en un breve ensayo “Musa Musae”, la primera tertulia literaria celebrada en Madrid tras la última guerra civil española.


No menos certero es su relato del estreno en la actual Plaza del Callao de Madrid de “La Edad de Oro” con guión de Salvador Dalí, cuyo título y autor Foxá no recuerda, aunque sí se refiere al cineasta que lo rodó: “Al día siguiente se reunían todos en el “Cine de la Prensa”. Acudían intelectuales y damas de izquierdas. Vibraba en el telón de plata la última cinta de Buñuel. Aquel hombre de aire abrutado y encrespado cabello había fotografiado el subconsciente. Todo era turbio como entre incienso, gasas de sueño o fondo de mar; alcobas lentas de solteras, con tormentas en los espejos del tocador y una pesada vaca lechera con cencerro sobre el edredón de la cama nupcial, simbolizando el aburrimiento. Y escorpiones en la costa de la isla, en cuyos acantilados cantaban, entre el viento y las gaviotas, unos esqueletos revestidos de obispos, con báculos recargados y mitras sobre las calaveras. En los descansos se hablaba de Freud, de Picasso, de los amigos de París. Subían por la alfombra roja del pasillo Alberti, Neruda, Bergamín y María Zambrano. En el anfiteatro, Rivas-Cherif y Margarita Xirgu; se les acercó a saludarles García Lorca. Proyectaban después “Un chien Andalou”. El público se escalofriaba, haciendo crujir las butacas, cuando un ojo enorme aparecía en la pantalla y lo rasgaba fríamente una navaja de afeitar, saltando sobre el acero las gotas de liquido del cristalino. Se oían gritos histéricos”.
Tengo para mí que la Generación del 27 –un “invento literario” que hizo fortuna como el de la “Generación del 98”, el “Movimiento Impresionista” o “Cubista” en pintura– debe actualizarse sin los tintes dogmáticos con que los bautizaron sus inventores. Poetas como Leopoldo Panero, Luis Rosales, Vicente Aleixandre y escritores como César González Ruano o el propio Agustín de Foxá merecerían un hueco si observamos la historia literaria sin anteojeras. En el “Madrid de Corte a Checa” aparecen los fumaderos de opio –“Es como meterse en otro planeta. Duelen las cosas, el tiempo no existe y se oyen los ruidos más sutiles”-, descripciones valientes y políticamente incorrectas por excluyentes sobre los pobres, feos, analfabetos, discapacitados y descamisados, pero también sobre los abusos de las clases altas o el común desprecio a la cultura:

Lo mejor del libro de Foxá es su retrato –a veces autorretrato, pues el autor se cuela en el cuadro como en las Meninas– de la Corte de Madrid. La segunda parte, cuando se transforma en Checa, ya es menos interesante pero no por ello más conocida: la sucesión de horrores de la guerra civil del siglo pasado no es muy diferente a los de las guerras del XIX o de las actuales “analógicas” de Asia y Africa donde la atrocidad compite para formar parte de esa Historia de la Crueldad que está compilando el juez y escritor Gregorio María Callejo. Foxá describe con detalle los pactos secretos entre Azaña (“la serpiente”) y Lerroux (“el león”) tras sus enfrentamientos públicos en el Congreso o los horrores a los que llevó la descomposición de la retaguardia de la II República, un régimen sin separación de poderes que además sembró el pánico entre sus adversarios:
“Porque de allí había surgido el radio de Giral felicitando a los feroces marineros del “Jaime” después del asesinato de sus oficiales, ordenándoles cínicamente: “En cuanto a los cadáveres, el Gobierno de la República dispone que sean arrojados al mar con respetuosa solemnidad”. La orden fue interpretada erróneamente por la marinería insurrecta: eran tirados al agua con pompa y boato sí, pero vivos y con una piedra al cuello, como ocurrió en Almería, según cuenta con horror el gobernador civil republicano Juan Peinado Vallejo en su libro de memorias editado en su exilio de México.

“En cuanto a los arranques violentos de tu genio para que mencionar lo que todos sabemos. Sin embargo, para la Historia ya eres: cristiano viejo, caballero de Astorga, esposo inolvidable, paladín de los justos. Y también en todo eso hay algo de verdad. Sin duda eras un tipo raro y bien curioso. Rojo para unos, amigo de Vallejo, condenado en San Marcos, y azul para los otros, amigo de Foxá, poeta del franquismo. “La caterva infiel de los Panero, los asesinos de los ruiseñores”, que airadamente escribió Neruda. Y tu final —gordo y escéptico—, con tus trajes ingleses que tanto te gustaban y tu whisky en la mano, trabajando para una compañía norteamericana. Y años después canonizado en revistas y libros”. Descanse en paz.










