JOSÉ Mª ROJAS CABAÑEROS. El efecto de la turba (ni siquiera “masa” en el plano orteguiano) y el pensamiento único se ha materializado en EE.UU y otras partes del mundo, con linchamiento intelectual de los discrepantes. Como es conocido, el 25 de mayo de este año 2020 fue asesinado George Floyd (afroamericano estadounidense) en Powderhorn (Minneapolis, Minnesota, EEUU), por un agente de policía local que se arrodilló sobre su cuello durante un arresto. Y también es conocida la ola de protestas (muchas de ellas violentas) que inmediatamente sacudieron EE.UU y el mundo occidental.


Jose Mª Rojas

Estas reacciones han sido lideradas por los movimientos Black Lives Matter (conocido por las siglas BLM, en inglés: Las vidas negras importan) y Antifa (basado en el grupo alemán e internacional Acción Antifascista -Antifaschistiche Aktion-), formado por grupos autónomos de extrema izquierda estadounidenses que tienen como objetivo lograr cambios mediante el uso de la acción directa en lugar de reformas políticas. El protagonismo de los dos movimientos en la vida civil norteamericana ha seguido la clásica dialéctica hegueliana acción vs reacción, motivada por diferentes incidentes de violencia policial. Y por la llegada al poder de Donald Trump y la normalización de elementos neonazis, neofascistas y supremacistas blancos, con la inclusión de la llamada derecha alternativa (alt-right), confluyendo ambos movimientos en acciones similares de revisionismo histórico.

Como suele ocurrir, una motivación genuina de repulsa ante un acto de vulneración de la dignidad humana provoca unos efectos que contradicen la ética de la justificación inicial. Así, en EEUU los manifestantes derribaron los monumentos de los confederados Williams Carter Wickham y Jefferson Davis en Richmond (Virginia) y Albert Pike en Washington D.C. También se vandalizaron, pintaron o derribaron las estatuas de Cristóbal Colón en Saint Paul (Minnesota), Richmond (Virginia), Baltimore (Maryland),​ Boston (Massachusetts), Waterbury (Connecticut) Miami (Florida) y Houston (Texas). La efigie de Colón en San Francisco (California) fue dañada tres veces y, finalmente, fue retirada por las autoridades locales, que a su vez aprobaron retirar los bustos de Isabel la Católica y de Cristóbal Colón del Capitolio de California. También se manchó con pintura roja la estatua de Juan Ponce de León en Miami (Florida) y se intentó derribar otra de Juan de Oñate en Albuquerque (Nuevo México) que las autoridades posteriormente retiraron. En el Parque Golden Gate de San Francisco (California) se derribó la efigie de San Junípero Serra y se cubrió con pintura roja un monumento a Miguel de Cervantes.

Varias imágenes de expresidentes de EEUU sufrieron agresiones: así, en Portland (Oregón) se tiraron estatuas de Thomas Jefferson y de George Washington; en Washington D.C. se intentó derribar la del presidente Andrew Jackson;​ en Nueva York se tiñeron con pintura roja dos estatuas de George Washington y se retiró la efigie del presidente Theodore Roosevelt del Museo de Historia Natural, mientras que​ en San Francisco derribaron el monumento al presidente y general de la Unión durante la Guerra de Secesión, Ulysses S. Grant.​ Esta locura iconoclasta continuó en otras partes del mundo occidental (somos imitativos, como todos los simios): en el Reino Unido tiraron la imagen de Edward Colston en Bristol, dañaron las efigies de Winston Churchill en Londres y de la reina Victoria en Leeds, mientras que las autoridades retiraron la estatua de Robert Milligan de Londres.

En España se tiñó con pintura roja una efigie de San Junípero Serra en Palma de Mallorca y se vandalizó en Madrid, con un grafiti que ponía “asesino”, el monumento a Alexander Fleming (descubridor de la penicilina), mientras que en Italia se hizo lo mismo con la estatua del periodista y escritor Indro Montanelli (anti-fascista y preso de los nazis) en Milán. Esta barbarie, que recuerda la destrucción de las estatuas de Buda por los talibanes en Afganistán y el revisionismo más estalinista, es reflejo de la profunda incultura de base (con la facilidad de manipulación que conlleva) del puritanismo actual en la falsa moralidad de lo políticamente correcto donde, siguiendo la lógica de Isaiah Berlin, la libertad positiva de la “turba” trata de coaccionar la libertad negativa de los ciudadanos y reescribir la historia. Además, ha encontrado su expansión en las redes sociales -donde el pensamiento se reduce a los eslóganes de un tuit-, llegando, como era previsible, al mundo académico.

El Dr. Steven Arthur Pinker es “professor” (catedrático) en la Universidad de Harvard y es un reputado psicólogo experimental, científico cognitivo y lingüista. Impulsor de la psicología evolutiva y de la teoría computacional de la mente, plasmada en numerosos artículos científicos, es autor de libros seminales: “El instinto del lenguaje”, “La tabla rasa”, “Los ángeles que llevamos dentro”, “En defensa de la Ilustración”, etc. Todo ello le ha supuesto premios y distinciones, llegando a ser miembro de la National Academy of Sciences USA. Ideológicamente participa del liberalismo progresista anglosajón y es amigo del lingüista y gurú intelectual de la izquierda norteamericana, Noam Chomsky, y de los biólogos evolucionistas Daniel C. Dennett y Richard Dawkins. En 2004 fue elegido por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del mundo y en 2005 uno de los 100 intelectuales más destacados por Prostect y Foreign Policy.

La base de sus argumentos ha sido la fuerza de los datos y la estadística. Con todo esto, recientemente y siguiendo la ola BLM, un grupo de 400 académicos de Estados Unidos firmaron un manifiesto solicitando que se retire a Steven Pinker el título de “Distinguished Academic Fellow” de la Linguistic Society of America. Le acusan de racismo, en función de sus escritos sobre la violencia plasmados en varios libros y en 6 tuits bastante antiguos, sin contexto, y llenos de saltos lógicos e insertando algunas verdades no demostradas como incuestionables: la razón no es otra que Steven Pinker ha refutado con datos estadísticos varias de las ideas esenciales de ese “puritanismo de lo políticamente correcto”. Y queda en evidencia que cada vez hay más cosas de las que “mejor no opinar para evitar problemas”.

Es muy improbable que la Linguistic Society of America haga caso de esa petición e inmediatamente han surgido múltiples testimonios de apoyo de académicos norteamericanos, incluyendo Noam Chomsky, así como una carta en favor de “La justicia y el debate abierto” en Harper’s Magazin firmada por un gran número de intelectuales de todo el mundo. Sin embargo, el nocivo precedente y el daño ya están hechos. La ciencia se basa en el contraste de las ideas y las hipótesis sólo se refutan con la fuerza de los datos, siguiendo la teoría de la “falsabilidad” de Karl Popper. Cuando estos datos se niegan frente a las ideologías/morales temporalmente imperantes, la ciencia se prostituye y se convierte en esclava del pensamiento único: justo lo opuesto que se podría pensar del razonamiento científico.

Majadahonda Magazin