Fuente Mágica de Montjuich (Barcelona). Crescencio (der) y su hijo Darío a su lado (1956 ó 1957)

CRESCENCIO BUSTILLO. Volviendo a mi vida de colegial, no puedo olvidarme de los juegos, a los cuales dedicábamos las horas libres de escuela. Eran tan diferentes a los de ahora, que me pongo muchas veces a pensar si los niños de ahora colmados de caprichos y de mimos, son tan felices como éramos nosotros en nuestra infancia. Por mi parte, si se pudiera desandar el camino y volver a ser niño de nuevo, no les cambiaría todos estos caprichitos por la libertad que teníamos nosotros, que no es pagada con ningún dinero…


Crescencio Bustillo

Eran tan variados y diversos los juegos, tan felices nos hacían, que aprovechábamos lugar, hora y circunstancia para así cambiar el juego que más convenía. No como ahora, que no saben los chicos otra cosa que «jugar al futbol». La gama de juegos era tan grande que no sé si recordaré todos ellos: el «peón o trompo», la pelota de mano, que siempre la llevabas en el bolsillo, las «balas» o bolas para jugar al «guá», o las «canicas», las «cartetas», el «inglés» y el «cholót» con perras de calderilla , el «siete y medio», el «tute», el «mus» y los «monazos» con las cartas de la baraja; el «chito» con los tejos de hierro… Y luego para hacer ejercicio estaba el «pídala», el «cuenta pasos», los «chorros», el «marro», «policías y ladrones», «escondite», «cuatro esquinas», «guerras de mentirijillas»… Y cuando se oscurecía jugábamos con las chicas a los «conejos» o a «los papás y las mamás»… Con todo este repertorio y alguno más que se me habrá pasado por el olvido, no podía uno estar nunca aburrido, por lo que vuelo a repetir, que considero que entonces los chicos éramos más felices sin tantos condicionamientos, con más libertad para escoger y expansionarse, porque disponíamos de tantos espacios libres como quisiéramos para fortalecer los músculos y llevar una vida sana y fuerte, sin tantas propagandas de alimentos preparados, ni tener que hacer gimnasia obligada, como el «¡Contamos Contigo!»…


Feria de Muestras de Barcelona (1956/57). Crescencio Bustillo (izq) y su hijo Darío (der)

También tenía uno los amigos adecuados para cada lugar y circunstancia, pero amigos «fetén», sin egoísmos ni picardías, que nos ayudábamos mutuamente sin más interés que el de ser útil la ayuda. Claro que en estas relaciones entre los chicos no todas eran de color de rosa. A veces surgían discusiones y altercados, por lo que se originaban peleas, pero siempre predominaba la buena fe, sin maldad. Dichas peleas solían hacerse por el «azuzamiento» de unos chicos a otros, también por el prurito de ser superior al contrario, de ahí el que con frecuencia se oyera el «slogan», para probar al que más presumía: «¿a qué no le mojas la oreja?… Mañana: siguiente capítulo: la vida en el campo trabajando de niño.

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