CRESCENCIO BUSTILLO. Otro de los hombres celebres en Majadahonda que yo he conocido era el “Tío Tejero”, un hombre muy chistoso, que te estaba contando cuentos una semana sin parar y no se le acababa el repertorio. Tenía además una imaginación muy fértil y de cualquier situación que hubiere presenciado creaba una historieta. Imitaba a los personajes con ademanes y frases –a los protagonistas de tales situaciones– que parecía realmente verdad. Pero, eso sí, siempre adornadas con la picaresca humorística de su cosecha particular. Cuando yo le recuerdo tenía más o menos sus 50 años, era de talla media, más bien bajo, ni gordo ni flaco. Como dato significativo tenía un dedo tieso, el índice de la mano derecha, proveniente de un accidente laboral. Y como dato adicional diremos que le gustaba bastante el vino pero nunca se le veía borracho del todo. Acudía con frecuencia a las tabernas, jugando alguna vez a las cartas, pero no era este su fuerte.

Contaban del caso tan celebre que le pasó a este hombre, que demuestra la sangre fría que tuvo para no cometer un disparate. Como digo, este hombre, aunque no tuviera mucha cultura por no haber leído apenas, sí que había frecuentado y vivido en los barrios más populares y del bajo fondo de Madrid. Por eso, en materia picaresca se las sabia todas, desde las palabras más chulescas hasta las costumbres de estas gentes. Por tanto, tenía una filosofía propia que parecía ser cultura entre los demás.
Se casó parece ser con una mujer, hija de este propio ambiente, que le resultó desleal, como más adelante veremos. Este hombre también tenía un huerto muy bueno, situado en buen sitio, con aguas abundantes que le tenían ocupado una buena parte del año y del que sacaba bastantes beneficios, pues era de lo que principalmente vivía. En aquellos tiempos solían ir a buscar plantones de tomates, pimientos, berenjenas, etc. a los pueblos distantes del límite sur de la provincia de Madrid, rayando con la de Toledo. Esto se hacía por adelantar el cultivo de estas hortalizas veinte o treinta días antes que las que salían semilladas en el pueblo, de la misma forma que al recoger los frutos estos se cotizaban mejor por ser más tempranos.
El viaje lo hacían en el mismo día a lomo de una caballería (mi padre lo hacía todos los años para el huerto nuestro). Para ello tenían que madrugar bastante al objeto de adelantar la mañana y así darles tiempo a poder volver a casa en el mismo día. Se hacían estos viajes al principio de primavera que los días eran ya bastante largos. El “Tío Tejero” tuvo buen cuidado de avisar a su mujer para que le preparara las viandas para el camino, no ocultando a nadie el propósito que tenía de hacer aquel viaje al día siguiente. Llegada la hora se levantó, preparó la bestia, se despidió de la mujer y los hijos, que tenían tres que eran pequeños, y emprendió la marcha.


Con su santa paciencia le hizo recoger las cosas íntimas de ella y amenazándola con la navaja la sacó de su casa, toda la calle principal arriba, a la hora que todas las mujeres van a la compra y los hombres aún no se habían marchado al trabajo. El cuadro que representaban no podía ser más original: la empujaba con la punta de la navaja por detrás, dispuesto a clavársela a la menor desobediencia. Y con voz potente, para que se enterara todo el mundo, iba exclamando: «¡Ahí la tenéis!, ¡La mando fuera con su madre!,”¡Por puta y gamberra!», «¡Con billete de ida, para que no vuelvas!». Y así la paseo por todo el centro del pueblo y nadie se atrevió a decirle el porqué de aquella escena.








