
«Mientras algunos se enriquecían especulando y a través de opacos negocios inmobiliarios que dio lugar después al «caso Gurtel» en Majadahonda y sus derivadas en esa deshonesta relación que subsiste entre la política y la empresa, somos unos cuantos los que fuimos apartados de nuestro entorno y familia cuando decidimos emanciparnos»
ALBERTO VERA. (Majadahonda, 16 de octubre de 2025). Los Majariegos Desterrados. Mientras algunos se enriquecían especulando y a través de opacos negocios inmobiliarios que dio lugar después al «caso Gurtel» en Majadahonda y sus derivadas en esa deshonesta relación que subsiste entre la política y la empresa, somos unos cuantos los que fuimos apartados de nuestro entorno y familia, cuando decidimos emanciparnos. En mi caso, fue a los 24 años, hace 27 años. Tal vez, el problema de la vivienda tenga mucho que ver con la desvinculación familiar y la consiguiente pérdida de valores. Es una conversación recurrente. Todos éramos emprendedores, estábamos ilusionados y merecíamos cobijo, desde ese artículo 47 de nuestra Constitución que, como hemos ido comprobando a lo largo de nuestra ya extensa pero inmadura democracia, solo es una declaración de intenciones. La gestión urbanística local apenas existe… solo importa el negocio. Y mientras eso sucedía, nosotros fuimos acompañando al lápiz por un mapa impreso, buscando alojamiento compatible con nuestro salario ordinario. El lápiz se alejaba cada vez más. La Comunidad de Madrid estaba a punto de desaparecer… el planisferio se agrandaba. Después de un par de alquileres, que ya representaban más de la mitad del sueldo, muchos accedimos a la hipoteca, pues vivimos en un país donde arrendamiento y compra cuesta prácticamente lo mismo. Pagar el préstamo suponía renunciar al ocio, la comida de calidad… y a 5 o 6 graditos de calefacción, entre otras muchas vicisitudes.
LA BURBUJA SE EXPANDE SIN COMPASIÓN Y LA VIVIENDA NUNCA FUE TAN INACCESIBLE. Pasó un año de insomnio forzado, puesto que mis vecinos de Torrelodones trabajaban en el casino y la construcción tenía, como la mayoría, finos muros de rasilla para proporcionar la indispensable intimidad. Me levantaba a las 6 de la mañana, padecía 1 hora y pico de cola hasta Embajadores, 1 hora y media de vuelta y llegada a las 10 de la noche. No obstante, por fin fui acreedor de los devaneos inmobiliarios de mi indolente patria. El piso se había revalorizado y podía echar a correr de aquella tortura, disfrazada con la respetabilidad que se le confiere al ciudadano obediente. Compré parcela en Valdemorillo y me fui alejando del trabajo en la capital. Pasé, de un día para otro, de un puesto de administrativo jefe, con corbata y protocolario aperitivo, a la agotadora obra, la jardinería, la fontanería y toda esa gama inagotable de faenas con las que la construcción nutre a las anunciadas burbujas y al denostado trabajador. Las Rozas y Villanueva del Pardillo comenzaban a repuntar… Villanueva de la Cañada, ahora una suerte de pueblo estadounidense en alza, estaba tan desangelada que no me llamó… Tuvimos que desdoblar el plano.
POR AQUEL ENTONCES, VALDEMORILLO ESTABA AL FINAL DE UNA CARRETERUCHA MAL ASFALTADA Y LLENA DE CURVAS. Las descuidadas urbanizaciones eran muy bellas. Gallinas, patos, ovejas, cabras y perros habitaban sus jardines. Las casas, sencillas, pero robustas. Las zonas verdes rodeaban estos peculiares asentamientos y los jabalíes pululaban a voluntad por las agujereadas callejuelas. Por la mitad de precio de lo que costaba un piso de 60 metros cuadrados en Majadahonda, construí una casa de casi 200, en un jardín de más de 1.000. La mayoría de los majariegos optaron por adquirirlas de segunda mano. Otros, se decantaron por el alquiler de pequeñas viviendas en la urbe o en los pueblos más cercanos. A los que nos fuimos tan, pero tan lejos, se nos tachaba de insensatos, de hippies campechanos… A los 2 años se había revalorizado un tercio. Ahora, cuesta casi el triple.
MIS ENCANTADORES VECINOS ME AYUDARON MUCHO A ACOMODARME. Ellos, y disculpen mi dispersión, ya se planteaban vender, porque aquellos pinitos que se plantaron por todos lados iban creciendo y empezaban a suponer una amenaza. Ya saben, somos víctimas de un falso ecologismo y estas plantas no autóctonas que antes se talaban a los 30 años para aprovechar la madera, ahora son intocables. La consecuencia es que, 22 años después de mi llegada, esos pinares descontrolados y sin mantenimiento alguno, impiden el crecimiento de las plantas verdaderamente autóctonas (encinas, robles…) y menos peligrosas, porque el pino lo mata todo y es altamente inflamable… El día que haya aquí un incendio, difícil será evitar una gran tragedia.
A PESAR DE LA PENOSA Y CACIQUIL GESTIÓN DEL AYUNTAMIENTO DE VALDEMORILLO, los majariegos y otros desterrados fuimos habitando las urbanizaciones, donde vive la mitad de la población de este pueblo. Quedaban muchas parcelas por construir y muchas casas por comprar. Después de la pandemia… ni una. Las urbanizaciones se fueron civilizando: Internet, zonas deportivas, asfaltado… vigilancia, garita, barrera… y una autovía que comienza justo antes que el puerto. En 20 minutos llegamos a Majadahonda, de donde nunca hubiese salido. Llegaron los cochazos, las casas de estilo ibicenco y los jardines aristocráticos. La burbuja se expande sin compasión y la vivienda nunca fue tan inaccesible.