

Julia Sáez-Angulo.
María Eugenia Martínez Gómez (Madrid, 1951) –Chena para su familia- es bioquímica y durante años ha investigado sobre bromatología e ingesta de alimentación, lo que le llevó a los Estados Unidos con sus hijos, a los que adora con la misma pasión de abuela que a sus tres nietos. De ellos habla con gusto y orgullo, porque los sabe guapos y de buena genética. Viaja periódicamente a Londres para ver a dos de ellos y trae fotos para mostrar a los amigos, al tiempo que cuenta anécdotas de su gracia y progresos. Yo la conocí en Toledo en los años 90, porque ambas somos miembros de la Cofradía Internacional de Investigadores de la ciudad imperial. Congeniamos y sin declaración formal alguna de tal, nos hicimos buenas amigas desde entonces. Como los amigos todo lo comparten, María Eugenia comenzó a hacerme partícipe de su casa y sus amigos, a través de cumpleaños y cocidos mensuales con sabor a menta, que prepara o dirige como nadie. Los amigos la queremos a fondo y conocemos muy bien sus virtudes y debilidades. Admiramos su generosidad, despierta nuestro espíritu de protección y envidiamos su talla 52, que ahora anda por la 50, a base de suelas y caminatas por la capital de España. Es disciplinada y constante en este sano deporte de andar y dice que con él duerme en la noche casi como una bebé.

La presidenta de la Tertulia Ilustrada pasa los tres meses de verano en Hoyo de Manzanares, un pueblo de la sierra madrileña que adora.
Viajera cosmopolita y globe-troter siempre acaba de llegar de un país o está dispuesta a viajar a una u otra ciudad. Por ella sabemos que en realidad siguen existiendo el Perú, México, Tailandia, Finlandia, Moscú, Berlín, Viena, Londres o Bélgica, por citar solo lo más reciente de sus escapadas, por supuesto siempre revisitado en varias ocasiones por la viajera. Su próximo objetivo es Lisboa, por quinta o sexta vez. Antes viajaba un poco como los japoneses, recorriendo ciudades y pueblos por horas, pero ya prefiere hacer pie en una ciudad y explorarla a fondo. Melómana de música clásica, cuenta con un abono anual al Auditorio, que a veces comparte con amigos, cuando sus viajes le impiden acudir a escuchar los conciertos. Hoyo de Manzanares ha sido su lugar de descanso y veraneo de toda la vida, porque allí lo hacían varios miembros de su familia.
Sus padres tenía una amplia casa con jardín, que María Eugenia también nos ha hecho disfrutar a sus amigos. Cuenta M. Eugenia con nostalgia las muchas películas del Oeste que se ha visto junto a su padre en la tele, después de almorzar con él. Cuando le faltó su progenitor sufrió un luto profundo que tratamos de consolar los amigos. La presidenta de la Tertulia Ilustrada sigue pasando tres meses del verano en Hoyo de Manzanares, porque necesita ese paisaje y pulmón de peñascales del pueblo serrano madrileño. Es una cuestión de fidelidad y querencia a la tradición familiar y el lugar. Sigue citándonos allí a los amigos. Cuando alguien de su equipo dice que son muchos años de Tertulia Ilustrada, ella replica que está dispuesta a presidirla hasta el final de los tiempos. Asistentes (la crema de la crema) no faltan y todos rinden pleitesía con cariño a la anfitriona.




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