La casa del arrabal (1934) pintada por José Gutiérrez Solana

CRESCENCIO BUSTILLO. Por aquellos tiempos, con mis 14 años de edad físicamente era más bien delgado. Eso sí, era alto del todo pero me faltaba la consistencia de un hombre hecho y derecho. No obstante, como hacía tanto ejercicio tenía los músculos fuertes en progresión constante hasta la consolidación. Por eso cuando cumplí los 15 ya estaba completamente formado en apariencia física. En cuanto al intelecto, vendría después. Digo esto, porque a los 15 años, ya supe lo que era el contacto sexual con una mujer: fue por el verano, que estaban de moda las «charlotadas» nocturnas, que solían celebrarse las vísperas de fiesta. Por tal motivo se organizó una escapada desde Majadahonda a Madrid para ver una de estas becerradas. Mi madre, intuyendo lo peor, no me dejaba ir, pero un familiar mío, el «baculito», se ofreció a velar por mí. Esto convenció a mi madre, que confió plenamente en él puesto que era un hombre mayor de edad y digno de todos los respetos… Que poco se pensaba ella que precisamente este guardián sería el que me proporcionara la mujer de mi debut. Ahora, eso sí, de toda confianza.


Crescencio Bustillo

Como es natural, la aventura de la alternativa se prestaba a toda clase de «cachondeo», por lo que los componentes de la pandilla, que todos eran mayores que yo en edad, giraban los comentarios sobre como había salido la experiencia y cosas por el estilo… Desde luego fue una noche memorable y completa, comenzamos con la becerrada, que era el pretexto, y nos pasamos el resto de la noche visitando los «burdeles», así como las señoritas que hacían el «taxi». Hasta que de madrugada, regresamos al lugar, como si fuéramos unos chicos prudentísimos…


Las señoritas de Avignon (Picasso, 1907)

Según la opinión de aquella «jamona», me había mostrado un poco nervioso en mi afán de ser eficaz, pero estaba dispuesta a repetir la «suerte», tantas veces como quisiera… A partir de entonces, siempre que se presentaba la ocasión, volví a tener contactos carnales con estas mujeres pero nunca abusé de ellos por el peligro que representaban pues estaba aún por descubrir la «penicilina» y los casos de venéreas eran muy frecuentes con los consiguientes trastornos para la salud, que en muchísimos casos causaban la muerte o la ruina total de la persona. Así que había que ser prudentes y no dejarse llevar por la dulzura de aquellos placeres, que podían echar a perder la salud de uno para toda la vida. Quizás por estas prevenciones, hube de acudir lo menos posible a estos «lupanares«, asegurándose antes de entrar si la mujer que trataba de cohabitar conmigo estaba sana, o no, motivo por el cual nunca he tenido el más leve «resbalón» sobre este particular, saliendo de los trances tan sano como entraba y conservando por ello esta maravillosa salud que hasta ahora me ha acompañado.

Majadahonda Magazin