
«Transcurren las Navidades y la familia de “Padre no hay más que uno” se enfrenta a nuevas y divertidas peripecias. Los niños rompen accidentalmente una figurilla del Belen de colección de su padre y deben conseguir por todos los medios una igual, el problema es que es una pieza única de anticuario». El cinéfilo e intelectual Miguel Marías reivindica la saga
MARIANA BENITO. (Majadahonda, 29 de diciembre de 2025). Miguel Marías es hermano de Javier Marías, el popular novelista que falleció prematuramente a los 70 años en la Fundación Jiménez Díaz de Madrid de una neumonía bilateral provocada por complicaciones derivadas del COVID-19 siendo un fumador empedernido e «irreductible» que se sentía a gusto rodeado de humo. Este hijo del legendario filósofo Julián Marías, y de su madre, Dolores Franco, hermana de Jesús Franco, otra leyenda del cine español, fue director de la Filmoteca Nacional y es noticia porque ha escrito un libro sobre el cineasta Luis Buñuel: «Acostumbrado a dormir entre 4 y 6 horas, Miguel Marías (Madrid, 78 años) tiene unos 50 libros apilados en una silla como lecturas pendientes —entre montañas de más libros— y se disculpa porque el despacho de su domicilio en Majadahonda esté hecho “una leonera”, pero el saber, a fin de cuentas, ocupa lugar. Sonriente y afable, el crítico y ex director de la Filmoteca parece un personaje de su querido Leo McCarey: sabemos que es buena gente solo con lo mucho que se alegra cuando entra al salón Sopa, perrita que su nieta bautizó en honor a su plato preferido.
ESE ÁNIMO DESENFADADO es el que Miguel Marías reivindica en el ensayo «Otro Luis Buñuel» (Athenaica) para acercarse a la obra de un cineasta, a menudo, más divertido de lo que el lenguaje académico puede dar a intuir. La historia de cómo la publicación del libro se alargó más de 50 años es también buñueliana», escribe Jaime Lorite Chinchón, periodista cultural que este 29 de octubre (2025) ha publicado en El País una entrevista donde confiesa que conoció a Buñuel: «Sí, en el rodaje de Tristana. En lugar de estar como algunos, histérico, trabajaba tranquilo gastando bromas. Fingió que me confundía con mi padre, diciendo: “Caray, con la de libros que tienes, ¡no pensé que serías tan joven!”. A Fernando Rey le pasaba líneas de diálogo con palabras raras y se escondía en una columna a reírse. Aparte, veías la seguridad que tenía y lo bien que sabía los movimientos, no se sentaba a pensar, lo tenía muy claro».
¿Qué añade su visión a la amplia bibliografía sobre Buñuel?. Miguel Marías: –He pensado siempre que los libros de Buñuel eran demasiado serios, pretenciosos y metafísicos. Hacen una descripción que no me resulta apetecible ni se me parece a sus películas. Para mí, es fundamental el toque de humor que tiene. Me acuerdo de cuando se estrenó «Ensayo de un crimen», que fui con otro crítico, Paco Llinás. En el cine había un silencio solemne, como si fuese a empezar una misa. Al rato, nos estábamos riendo a carcajadas y empezaron a chistarnos, alguno incluso dijo: “¡Son saboteadores!”. Nos dejó claro que esa gente no entendía nada. P. ¿Lo cómico, aparte de ignorado, tiende a subestimarse? R. Se menosprecia como ligero, pero eso ha ocurrido siempre, que la tragedia parece más respetable. Por ejemplo, yo las películas de «Padre no hay más que uno», de Santiago Segura, encuentro que son muy divertidas y cuentan cosas de la vida cotidiana que las películas serias no cuentan. Ocurre lo mismo con el melodrama. Hay una serie de géneros que son olímpicamente despreciados y no aparecen como materia de estudio para tesis doctorales, y que, sin embargo, si te dedicas simplemente a verlas con atención, vas viendo que salen temas que están pasando todos los días de los que normalmente no se habla.

Miguel Marías. «Lo cómico se menosprecia como ligero, pero eso ha ocurrido siempre, la tragedia parece más respetable»
P. ¿Por qué ha tardado tanto en ver la luz? R. Cuando tuve una versión definitiva, de 63 páginas, Buñuel se murió [en 1983]. El editor me llamó porque quería aprovechar el tirón, pero yo odio esa publicidad necrófila, así que dije que no. Todo se quedó parado, hasta que [José Luis] Garci me ofreció publicarlo. Resulta que las 63 páginas famosas y la copia de carbón se las había dejado a dos amigos y se habían muerto sin devolvérmelas. Me dio vergüenza ir a la viuda de uno y los padres de otro a pedírselas, me parecía terrible. Tiempo después, me encontré con que había tenido la prudencia de hacer una fotocopia. Estaba muy borrosa, pero el editor de Athenaica consiguió digitalizar el documento. A partir de ahí, he podido continuar. En realidad, no he estado cincuenta y tantos años escribiéndolo, está escrito en 1969 y reescrito más veces. Pero sí he seguido pensándolo. P. ¿Ha variado su opinión desde entonces? R. Hay cosas que me gustan menos en Viridiana o las coproducciones con Francia y, en cambio, aprecio sus películas más menospreciadas, que son las mexicanas. La primera que vi de Buñuel, sin saber que era suya, fue su versión de Robinson Crusoe, que me parece una maravilla. En ese periodo aparentemente hace un cine comercial, de encargo, pero no se valora lo que, dentro de esos límites, consigue hacer. Otro hubiera llegado diciendo: “He sido el vanguardista número uno de Europa, no me venga con que haga comedias charras”. Admiro que alguien excelente en una profesión tenga esa modestia toda su carrera.
LA DICTADURA Y LAS PELÌCULAS DE LUIS BUÑUEL. P. Al ser Buñuel anatema para la dictadura, ¿tuvo problemas cuando empezó a escribirlo? R. No dejaban mencionar casi nada de Buñuel, es la típica cosa que te sulfura. Hay gente que dice que durante el franquismo se vivía bien: si no se quería hacer nada, ver nada ni leer nada, supongo que algunos vivirían bien, pero si querías hacer algo ibas listo, porque casi todo te lo prohibían. Por esos gestos vagamente aperturistas, en el Festival de Valladolid de 1969 incluyeron dos películas de Buñuel, con la instrucción oficiosa de no darles ningún premio. Los jóvenes críticos nos inventamos un Premio Luis Buñuel para dárselo a La Vía Láctea. En el local donde se celebraba el cierre, antes de leer el acta, me llevaron en volandas entre dos policías. El comisario lee el papelito y me dice: “Así que La Vía Láctea le parece la mejor del festival”. Un policía, que debía de ser cinéfilo, dice: “Sí, ha sido la mejor, estoy de acuerdo”. El comisario le regañó: “¡¿Usted por qué tiene que opinar?!”.

«Buñuel fingió que me confundía con mi padre, Julián Marías, diciendo: “Caray, con la de libros que tienes, ¡no pensé que serías tan joven!”.
P. Esa frontera entre el humor y el drama a veces es difusa en Buñuel. De los protagonistas de Nazarín, Viridiana o Simón del desierto, ¿cree que se compadecía o se burlaba? R. Yo creo que Buñuel elogia, sobre todo, la coherencia y la cabezonería. No sé si es un mito, pero se supone que los aragoneses son muy empeñados y testarudos. En el caso de Nazarín, se nota que es un tipo que le cae muy bien. Le sale todo realmente mal, pero él sigue en sus trece y no se arredra ante ningún fracaso. Biográficamente, es un poco lo que le ocurre a él. P. No hay muchos ensayos de cine que acaben con un poema. R. Era mi manera de acercarme al elemento de comicidad de Buñuel. No pretendo que esté logrado, pero, como Buñuel me resulta gracioso y yo no soy gracioso, un poema te da la libertad de no seguir la sintaxis de la prosa. Si lo lees en voz alta, como si estuvieras leyendo a Rubén Darío, salen bromas sonoras divertidas: “Es la artimaña del artista maño…”. LEA LA ENTREVISTA COMPLETA PINCHANDO AQUÍ.








Recuerdo el Madrid del «franquismo» haciendo de todo… Mis hermanas mayores al Price a conciertos de melenudos, como se decía, de guateque en guateque, la Gran Vía llena de gente que iba al cine y al teatro y a los bares y sus terrazas, el Parque de atracciones con el «pulpo» y la montaña rusa Siete Picos… Yo subiendo a esquiar con mi colegio a Navacerrada. Librerías por todas partes para el que le gustara la lectura… Los Bravos, Los Pequeniques, los Brincos…
Hasta vinieron los Beatles a las Ventas…Dice este señor, que no se hacia nada…
Sería usted y los de su calaña, rumiando a diario el haber perdido la guerra.