MANU RAMOS. Dos ilustres personajes de la escena pública española han muerto en el Oeste de Madrid y su fallecimiento ha causado honda conmoción entre la intelectualidad y la política. El abogado, escritor y periodista Javier Castro-Villacañas lo hizo a causa de un repentino y voraz cáncer de vejiga con solo 58 años este sábado 7 de enero (2023) en el Hospital Puerta de Hierro (Majadahonda) y fue enterrado el domingo. Ayudó a contar bien «el gesto noble de un amigo, el profesor Jesús Neira, quien intercedió en Majadahonda por una mujer que estaba siendo maltratada en público y terminó en coma de un puñetazo del agresor. Fue en 2008 y Javier supo narrar desde la proximidad la valentía y empatía del amigo, cuya familia confió en él para trasladar lo ocurrido a los medios», recuerda el periodista Ildefonso Olmedo. Dos días antes, el 5 de enero, fallecía de de un derrame cerebral a la edad de 86 años Gaspar Ariño (1936-2023), abogado de prestigio, diputado entre 1989 y 1993 del PP, doctor y catedrático de derecho administrativo. Fue en Pozuelo donde vivía, y muy especialmente vinculado a la Parroquia de Santa María de Caná, aunque poseía un antiguo chalet de otros tiempos en Majadahonda, «donde tenía más y más libros que iba con frecuencia a consultar para la redacción de los distintos trabajos que tenía en marcha habitualmente», según revela Ignacio Camuñas, ex ministro de UCD para las Relaciones con las Cortes (1977-1979).
ILDEFONSO OLMEDO (El Mundo). Se nos ha muerto, como del rayo, Javier Castro-Villacañas, a quien tanto apreciábamos. Era uno de los nuestros. Abogado, escritor y periodista, llegó a El Mundo, por la puerta de su suplemento «Crónica», para ayudarnos a contar bien el gesto noble de un amigo, el profesor Jesús Neira, quien intercedió (en Majadahonda) por una mujer que estaba siendo maltratada en público y terminó en coma de un puñetazo del agresor. Fue en 2008 y Javier supo narrar desde la proximidad la valentía y empatía del amigo, cuya familia confió en él para trasladar lo ocurrido a los medios. Desde entonces ya nunca dejó de colaborar. Siempre sin miedos al poder, tan republicano como fue, de lo que dan fe sus libros sobre la monarquía. Ahora preparaba uno de Felipe VI; con el padre había sido implacable.
Cándido y curioso a la vez, Castro-Villacañas ha vivido repleto de inquietudes intelectuales que trascendían sus estudios de Derecho y Periodismo. Ha sido un hombre de bien, y de amigos. Tenía sólo 58 años y muchas ganas de seguir adelante. Hace sólo dos semanas confirmaba una cita con su ‘familia’ de Crónica, el suplemento al que tanto dio. Siempre con buenos propósitos y dispuesto al reto de contar lo aún no contado. «Esperarme mejor para febrero… que estoy jodido en el Puerta de Hierro…», prometía días atrás, convencido de que «saldré de esta». Pero su voz de despedida, dolorosa para quien la oía como un rayo, anunciaba a sus amigos hace pocas horas que le había llegado el momento del adiós sereno. El cáncer era fulminante. Hijo de un falangista culto, era nieto de un coronel republicano exiliado…y ambas personalidades marcaron su vida. Republicano convencido fue crítico con la monarquía y detestaba el racismo de la extrema derecha. Un amigo le retrata así: «Alegre, socarrón, vividor, decia que el periodismo le había permitido ser nocturno… Su lugar favorito era la salida de las bandas de la plaza de todos de Pamplona el 7 de julio». Su mujer es chilena y sus dos hijos de las dos orillas, «que parecen salidos de la Constitución de Cádiz, españoles de ambos lados del océano», escribía hace nada un amigo.
JAVIER ESTEBAN (El Español). Siendo adolescente, Javier quedó impresionado por los acontecimientos de la Transición y por la percepción que estos sucesos producían en su familia. La familia de Javier representaba bien las paradojas de la Guerra Civil. Hijo de Antonio Castro-Villacañas, periodista y hombre de leyes que ostentó diversos cargos en el régimen franquista y sobrino de escritores y militantes de Falange, era también nieto del coronel republicano José Pérez Martínez, mano derecha del general Miaja en la defensa de Madrid. Su encuentro en el año 94 con el pensador y abogado Antonio García-Trevijano haría que Castro-Villacañas se apasionara por las ideas de la república constitucional y de la democracia. Eso le permitió hacer otra lectura de la Transición, dotándole de herramientas de análisis y racionalizando su visión emotiva sobre el régimen del 78.
En aquellos años, Javier colaboró con Trevijano, primero organizando en el paraninfo la presentación del El Discurso de la República y luego expandiendo estas ideas con gran éxito por colegios mayores de media España a través de las llamadas Noches de la República. A pesar de la influencia de estas ideas críticas con el régimen político del 78 entre profesores, jueces, sindicalistas, estudiantes y políticos de izquierdas, Trevijano no pudo generar un movimiento político con una mínima influencia después de la llegada del Partido Popular de Aznar al poder. Al mismo tiempo, Javier se formaba en círculos intelectuales con el politólogo Dalmacio Negro, el profesor Neira y otros colegas. Dio clases como profesor asociado de Derecho Constitucional en la Universidad Camilo José Cela. Fue Javier quien denunció personalmente a los médicos de la Comunidad de Madrid por negligencias médicas en el caso Neira y quien puso cara en los medios a la tragedia de Jesús Neira, que fue agredido por defender a una mujer víctima de violencia de género. Si tuviéramos que resumir las ideas de Javier Castro-Villacañas diríamos que para Javier el Régimen del 78 representa un sistema oligárquico de partidos sin verdadera separación de poderes ni mandato representativo popular, y por ello fuente de corrupción sin límites.
EDUARDO GARCÍA SERRANO (ÑTV). Javier Castro Villacañas se ha ido, el cáncer se nos lo ha llevado al puesto que tiene allí. Hoy su recuerdo arroja sobre mí las melancolías de su ausencia y el ejemplo de su valor, de su cordura y de su entereza, que no se disolvieron en el pozo de sufrimiento en el que el cáncer arroja a sus víctimas. En el trance final Javier les decía a sus médicos: “Sé que me muero. Sé que hay Otra Vida. He sido muy feliz en esta. Tranquilos”. Así se despidió Javier porque sabía que “si morir es menester se muere con un buen nombre, que más vale dejar de ser que dejar de ser un hombre”. En ningún momento su voz anunció lágrimas.
IGNACIO CAMUÑAS (El Debate). Muy de mañana, el día de Reyes recibí la tristísima noticia del fallecimiento de mi querido y admirado amigo Gaspar Ariño. Su hija, en el tanatorio donde acudí por la tarde, me comentaba que su padre se había marchado de esta vida tal y como siempre le había gustado. Muy de repente, sin molestar ni ser gravoso a nadie. Creemos que no debió sufrir y que el Señor se lo ha llevado con Él para que se encuentre también con su querida esposa María, a quien adoraba. Siempre que nos veíamos últimamente pude comprobar que su voz se volvía temblorosa y sus ojos se humedecían al recordar a su compañera del alma a la que admiraba profundamente. Mi amistad con Gaspar no era muy antigua pero sí fue muy sincera y profunda. Yo sabía de él como es lógico por ser una persona muy ilustre de la Universidad española y un acreditado abogado, amén de un hombre muy comprometido con la vida pública de nuestro país. Pero hasta muy entrado ya el presente siglo, esto es a principios del año 2000, no habíamos coincidido prácticamente más que pocas veces. Fue en Pozuelo, donde ambos vivíamos, y muy especialmente en la Parroquia de Santa María de Caná, a la que solíamos acudir ambos para asistir a Misa, donde entablé una profunda amistad que ha perdurado hasta el último momento. Para el martes 10 de este mes habíamos convenido en mantener un almuerzo con un grupo de amigos que estamos comenzando a debatir y estudiar una serie de temas que esperamos puedan servir en un futuro para ayudar a sacar al país del atolladero en que se encuentra.
Cuando puse en marcha el Foro de la Sociedad Civil tuve el privilegio de poder contar con él como Vicepresidente, en compañía de otros tres ilustres españoles, Agustín Muñoz Grandes, Juan Antonio Sagardoy y Manuel Lagares, que componían así el Comité Ejecutivo de dicha plataforma de estudios y debates. Ariño ha sido siempre una persona modesta, poco dada al relumbrón pero que atesoraba multitud de conocimientos y experiencias. Era, por otra parte, un lector empedernido. Hace unos días en su propio domicilio pude comprobar la extensión de su biblioteca, repleta de volúmenes del mayor interés, pero aún me decía que poseía un antiguo chalet de otros tiempos en Majadahonda donde tenía más y más libros que iba con frecuencia a consultar para la redacción de los distintos trabajos que tenía en marcha habitualmente.
Tuve la satisfacción y el honor de prologar un libro de enorme interés que realizó hace unos años con un título muy evocador: «Regenerar la Democracia y Reconstruir el Estado«. Mis largas conversaciones con él versaban con frecuencia sobre los distintos problemas que acucian en la hora presente a nuestro país. Siempre estábamos, por lo general, muy de acuerdo en todas las cuestiones que abordábamos, aunque mantuvimos permanentes discusiones sobre la valoración que ambos hacíamos del Estado Autonómico tal y como lo establece nuestra Constitución. Ariño era más benévolo que yo a la hora de enjuiciar los pros y los contras del sistema autonómico al que yo criticaba, sin embargo, severamente. Recuerdo que él me decía que para un hombre de provincias tener la Administración más a mano sin tener que viajar a Madrid para resolver cualquier gestión, comportaba una enorme ventaja. A mí su razonamiento me parecía entendible pero siempre le rebatía argumentando que los perjuicios que el Estado Autonómico ha ocasionado a nuestro país no se han visto compensados, en manera alguna, por los riesgos que nos ha causado su implantación y mantenimiento. En mí deja un recuerdo imborrable y un vacío difícil de superar. Descansa en paz, querido Gaspar.