ALBERTO ELVIRA. “La poesía también tiene derecho a la ficción”. Así de claro se mostró en su visita a Majadahonda el poeta canario Pedro Flores, que reunió a cerca de una veintena de personas en la librería Altazor (C/ Altozano 5), que por el límite de espacio, supuso un aforo casi completo. Un ejemplo de lo dicho, con el que quiso ilustrar a los allí presentes, emana de uno de sus poemas, que versa sobre el alzhéimer de su padre: “Cuando recito este poema la gente se queda un poco… Me preguntan por mi padre y les digo que en realidad no tiene alzhéimer, pero si se me ocurre alguna idea, ¿por qué no plasmarla en una poesía?”, aseguró.
Flores, nacido en 1968 en La Palma de Gran Canaria, y con treinta años a las espaldas de escritura, estableció un símil entre el poeta y el científico que echa la mirada atrás en el cénit de su carrera. Entendiendo en las palabras de Pedro Flores que la cúspide de un poeta es poder escribir, publicar y, por qué no, intentar vivir de ello, el científico ha de vivir, al igual que su correligionario, un historial de fracasos hasta llegar al ‘¡Eureka!’ final. Tomando la frase de Edison con la que respondió la pregunta de un periodista que insistió en los más de mil fracasos que obtuvo antes de dar con la creación de la bombilla –“no fracasé, descubrí más de mil maneras de no hacer una bombilla” –, Flores expuso su teoría: “Un científico estudia, investiga, experimenta con hámsteres y cuando da con el ‘¡Eureka!’, echa la mirada atrás y sólo ve hámsteres muertos. Pues a mí con mi poesía me pasa algo parecido, no sé si renegaré de algo que escribí, cuando ahora leo poemas escritos hace años… no sé, echas la mirada atrás y ves cuántos fracasos”; algo que puede, inconscientemente, ligar con la afición, temprana y amateur, al boxeo: “Me cabe el honor de ser el tipo que mejor se cae a la lona”, una imagen que se corresponde a la que entra por los ojos a través de Hollywood, la del boxeador fracasado.
En una mesa repleta de algunas de sus mejores obras, presentadas por Paco, el buque insignia de la librería Altazor –junto a África– y por su tocayo, un seguidor convencido de la poesía de Pedro Flores y el nexo entre el poeta y este templo de la literatura, el canario mantuvo una agradable lectura de algunos de sus mejores versos mientras intercalaba su percepciones y modos de entender este género, siempre alejado de la pedantería y manteniendo un tono cercano y, cuando tocaba, bromista.
Su poesía evoca constantemente a sensaciones, experiencias, ideas vinculadas a escenas reales o inventadas, a la historia, a la calle, permitiéndose trasladar al lector desde el puerto de Osaka a Baton Rouge, haciendo una parada de rigor para dar un trago de mescal en la Tijuana más literaria. Una poesía narrativa con un tono, si cabe, callejero y con un trasfondo ético y filosófico que pretende entender y cuestionar la estampa que corresponda. En cualquier caso, insiste, su intención es “visibilizar a la generación de mis abuelos, de mis padres. Ahora que se habla tanto de crisis quiero plasmar que yo ya he vivido eso a través de mis padres y mi abuelos.
Cesare Pavese
Flores no dejó escapar la oportunidad de trasladar su óptica sobre el poeta del siglo XXI. “El poeta debe leer poesía”, argumentó, con el objetivo de adquirir “una memoria que no le haga caer en los mismos errores” y modos de hacer del pasado, de ahí que homenajee en algunos de sus poemas a quienes le ilustraron con sus versos, como es el caso de Cesare Pavese –poeta que se suicidó– al que dedica su “A mí lo que de verdad me asusta de la muerte (…) es que no tengan amor tus ojos”. Por último, y tras la intervención de algunos de los asistentes, esta tarde de poesía canaria y majariega echó el telón con una degustación de un vino y un queso canario y, cómo no, con una charla que se prolongó.
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