VICENTE ARAGUAS. (10 de octubre de 2024). Mañanita en el Cerro. Me gusta el fútbol el domingo por la mañana. Me encanta ir a un campo manejable como el nuestro (tiempo –lluvioso– habrá para quejarnos de la (des)cubierta). Cuando era un chaval, en el viejo Inferniño, recuerdo ferrolano para nota, había tribuna cubierta, descubierta y general pura y dura, con entrada reducida para niños y militares sin graduación. Por eso cuando venían equipos vascos, la mili obligada traía muchos marineros de esa procedencia, la general se llenaba de “lepantos”, el gorro circular corriente en la Armadas, que se blandían ante el Indauchu, Baracaldo, Basconia y por ahí seguido. Ese gorro que yo también lucía, portaba en su interior, forrado con plástico, una estampa de la Vírgen del Carmen, o bien la foto de la novia o de la madre (no, el “amor de madre” en el antebrazo aún tardaría en aparecer). Siempre hubo una tradición de jugadores vascos en el Racing de Ferrol. En el Rayo nuestro apenas si se han visto. Sí, en cambio, equipos como el Amorebieta, Real Unión de Irún, Bilbao Athletic, Baracaldo, Arenas de Guecho, para darle lustre o pisto al campo al que me encanta ir a la hora del “Angelus”.
FALTA AQUEL OLOR A PANCETA, “panenka” en checo, como el famoso jugador del penalti “a su manera”, que inundaba las mañanas dominicales en el Cerro. Sin más homilías que las del “trencilla”, ¿quién entenderá hoy semejante palabra?, o de algún jugador excepcional en nuestras filas. ¿Cómo olvidar la cabalgada de Juan Cruz, hoy en el Osasuna, ante el Cartagena, justo en el último suspiro, que nos valió el ascenso a Segunda División? Era un domingo a las 12 de la mañana, aquel partido, digo, y estuvimos un año en la categoría de plata, dicen. Ganamos la ilusión de vernos en lo alto, perdimos la cubierta ajaimada. Y en ello seguimos, y me pregunto quién se está quedando con el queso, como en el libro de marras. Porque el fútbol, una vez que el “colegiado” (otra palabra arcaica) silbatea el final del discurso, es comedero o feria de vanidades. Donde los palcos, y ahora disparo por lo alto que el de aquí es pequeñito, son antro de negocios, tipo “La escopeta nacional”. Miáu para todos ellos.
A NOSOTROS, LOS AFICIONADOS DISCRETOS, al cabo los que sostenemos el punto romántico del noble deporte, nos queda el fútbol de los domingos, cuando como este 29 de setiembre, nos congregamos la sagrada congregación rayista/ majariega. Con tanta chavalería en el fondo que da a Colmenar Viejo (si no fuera por los toldos publicitarios). Y era tan hermosa la mañana de domingo, que convertía la sesión matinal en un auténtico día de campo. Lástima de resultado, cuyo análisis dejo a los que saben más que yo de técnicas, tácticas y demás esdrújulas futboleras. A mí me atrae la parte sentimental, que me lleva de nuevo al Rayo de los noventa, hoy citaré tan solo a Santorcaz, arquero sublime y a David Ballester, pierna de seda, corazón de hierro. Y a toda la hinchada que ante mí, en mi corazón, desfila llena de colorido. Esta vez eché mano de dos amigos, fieles rayistas, Manolo Hernández, con quien suelo aparecer en las fotos, y Milen Zahov, búlgaro de origen, majariego de convicción y residencia. Colchonero, también, con quien comparto sentimientos múltiples, todo es mundo, y discrepancias políticas de alto nivel. Pero el fútbol como la religión están para unir. Y lo demás son macanas. Porque Milen sabe que ojalá quiere decir “¡Dios lo quiera!”, y ese Dios no es sino Alá, ateniéndonos a la etimología del término. Así que alabemos el fútbol. Si es en el Cerro del Espino, mejor, naturalmente. Y venga esa cubierta, que esto es ya vergüenza.