
El poeta de Orihuela, Miguel Hernández escribió un poema espléndido con alusiones genitales que no dejan de asombrar a día de hoy. Por ejemplo: “Ante tu puerta se formó un tumulto/ de breves pantalones/ donde bailan los príapos su bulto/ sin otros eslabones, que los de sus esclavas relaciones», el cual recuerda el canto racial (música de “Guanatanamera”): “¡Échale huevos, Rayito, échale huevos!»
VICENTE ARAGUAS. (Majadahonda, 14 de septiembre de 2025). Desde el córner: Elegía al Guardameta. Orihuela, ciudad recoleta, sede episcopal, Alicante, pero también, casi, Murcia, es un lugar sumamente agradable, con la playa de Guardamar de Segura como referencia balnearia. En Orihuela me he perdido (y encontrado) unas cuantas veces. Y allí volveré cuando el Rayo Majadahonda deba remontar la segunda vuelta de una liga que se anuncia prometedora. Mis estancias oriolanas no deja de tener pretexto (y texto y contexto) en torno a su hijo más importante: el inmenso Miguel Hernandez cuya estatua nos recibe según salimos de la estación de ferrocarril. Ironía pero también justicia poética porque por ella transitó, idas y vueltas, aquel muchacho privilegiado de mente, rico de alma, pobre de sustentos, quien huyendo del furor de los vencedores en una guerra civil recién acabada regresó a Orihuela, con lo que quedaba de los suyos, para ser denunciado por aquel polizonte: “¡Ha vuelto ese cabrón!” Luego, lo sabido, las “Nanas de la cebolla” y la muerte en la prisión de Alicante.
AL AIRE DE LA VISITA DEL ORIHUELA, bueno será recordar que Miguel Hernández jugó de extremo en un equipo local llamado “La Repartiora”, jugador discreto, se supone, que lo suyo eran otras alturas, otras extremidades. Aficionado al fútbol, gran novedad en unos años, veinte, treinta, donde comenzaba a brotar la pasión futbolera, el poeta dedicó una “Elegía al guardameta”, relativa pues el guardameta aquel no murió por causa del impacto contra el poste; Manuel Soler “Manolín”, resultó herido pero -afortunadamente- San Pedro, como portero del cielo quedó al margen. Porque como dejo dicho Hernández, en el citado poema, 1931: “En el alpiste verde del sosiego,/ de tiza galardonado/ para siempre quedó fuera del juego/ sampedro el apostado/ en su puerta del cáñamo anudado.” Sí, poesía un poco a lo gongorino, que el autodidacta que nos cuentan no era tal (en gran parte gracias a Ramón Sijé, plaza en el centro de Orihuela, cuya propia elegía, debida a Miguel, ya se está anunciando aquí).
EL EQUIPO ORIOLANO QUE VIENE AL CERRO ya no es aquel de “Manolín”. Aprendo que el actual es de 1993, y uno anterior, de 1944. Lejos, pues, del arco cronólogico del poema en cuestión, que recupero de un libro estupendo de Julián García Candau, “Ëpica y lírica del fútbol” (Alianza Editorial). Y en el que, igualmente, se halla la “Oda a Platko”, de Rafael Alberti, dirigida a aquel portero húngaro del Barça, quien se lució en la final de la Copa del Rey, 1928, entre el F. C. Barcelona y la Real Sociedad.
UN POEMA SOBRE EL ORIHUELA Y UN CÁNTICO DE LA AFICIÓN DEL RAYO MAJADAHONDA. Pero eso para otro día que hoy toca hablar del guardavallas que encabeza el poema de Miguel Hernández con esta dedicatoria: “A Lolo Sampedro, joven en la portería del cielo de Orihuela.” Un poema espléndido con alusiones genitales que no dejan de asombrar a día de hoy. Por ejemplo: “Ante tu puerta se formó un tumulto/ de breves pantalones/ donde bailan los príapos su bulto/ sin otros eslabones que los de sus esclavas relaciones.” Que recuerda el canto racial (música de “Guanatanamera”): “¡Échale huevos, Rayito, échale huevos!”. Y que se completa, el poema, digo, y para que las chicas tengan también arte y parte: “Fue un plongeon mortal. Con ¡cuánto tino!/ y efecto, tu cabeza/ dio al poste. Como un sexo femenino,/ abrió la ligereza/ del golpe una granada de tristeza.” Viene a Majadahonda el Orihuela, y con él, la sombra altísima de Miguel Hernández. ¡Bienvenidos!”
Me parece, que se te han olvidado estos datos:
Una vez finalizada la guerra regresó a Orihuela, donde fue delatado y detenido. Condenado a muerte, se le conmutó luego la pena por la de cadena perpetua. Después de pasar por varias prisiones, falleció en el penal de Alicante, víctima de una tuberculosis el 28 de marzo de 1942 a los treinta y un años.
¿Perdón? En aquel regreso a Orihuela y la denuncia correspondiente, recién terminada la guerra, sintenticé lo que tú amplías y está en cualquier manual. De olvido, nada, amigo Majariego. Como yo. Un abrazo.