50º Aniversario del 20-N. «No pretendo deslegitimar el sistema democrático. Es, sin duda, el menos malo de los conocidos, como decía Churchill. Pero me parece urgente repensarlo, cuestionarlo, abrirlo. Porque si la democracia se limita a contar votos y a obedecer a la mayoría, entonces estamos dejando fuera a quienes piensan distinto, a quienes no tienen fuerza numérica pero sí argumentos, sensibilidad, propuestas… Y eso, en el fondo, es una forma de dictadura»

MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 20 de noviembre de 2025). La dictadura de las mayorías. A propósito de la noticia publicada sobre el Pleno del Ayuntamiento de Majadahonda: «La mayoría absoluta del PP rechaza todas las mociones de la Oposición con el apoyo de Vox”. Siempre me ha inquietado esa frase que se repite como un mantra: “Vivimos en democracia”. Se pronuncia con alivio, con orgullo, como si fuera garantía de justicia, de libertad, de equilibrio. Pero cuanto más observo el funcionamiento real de nuestras sociedades, más me asalta una duda incómoda: ¿y si la democracia, tal como la practicamos, no fuera más que una forma sofisticada de imposición? ¿Y si, en el fondo, se tratara de la dictadura de las mayorías? No lo digo desde el cinismo ni desde la nostalgia de sistemas autoritarios. Lo digo desde la preocupación por una paradoja que parece invisible: en nombre de la democracia, se aprueban leyes que afectan a todos, aunque muchos no las compartan; se imponen normas que excluyen sensibilidades minoritarias; se decide el rumbo de una nación por el simple hecho de que “más gente votó por esto”. Como si la mayoría no pudiera estar equivocada. Como si el número de votos fuera sinónimo de verdad. La historia está llena de ejemplos que deberían hacernos reflexionar. Mayorías que avalaron guerras injustas, que negaron derechos a minorías, que aplaudieron líderes nefastos… Mayorías que, por miedo, por ignorancia o por comodidad, prefirieron el orden a la justicia, la tradición a la dignidad, el prejuicio a la empatía. ¿Dónde queda entonces la conciencia individual, la disidencia razonada, la voz que no encaja en el coro?.

Miguel Sanchíz

ME PREOCUPA QUE LA DEMOCRACIA SE HAYA CONVERTIDO EN UN RITUAL MÁS QUE EN UNA REFLEXIÓN. Votamos cada cuatro años, como quien cumple con una liturgia, y luego delegamos todo en representantes que, en muchos casos, legislan según intereses partidistas o cálculos electorales. La participación vecinal se reduce a una papeleta, y el debate público se ahoga en trincheras ideológicas. ¿Es eso libertad? ¿Es eso pluralismo? No pretendo deslegitimar el sistema democrático. Es, sin duda, el menos malo de los conocidos, como decía Churchill. Pero me parece urgente repensarlo, cuestionarlo, abrirlo. Porque si la democracia se limita a contar votos y a obedecer a la mayoría, entonces estamos dejando fuera a quienes piensan distinto, a quienes no tienen fuerza numérica pero sí argumentos, sensibilidad, propuestas. Y eso, en el fondo, es una forma de dictadura.

Debate en TV: «PP-Vox se ven en un gobierno de coalición», como el que gobernó la ciudad entre los años 2019-23 y el actual portavoz de Vox lo confirma: «efectivamente, eso sería una buena solución para Majadahonda». Ambos partidos disponen de 19 concejales de los 25

LA VERDADERA DEMOCRACIA DEBERÍA SER MUCHO MÁS QUE UNA SUMA DE VOLUNTADES. Debería ser un espacio de escucha, de negociación, de respeto profundo por la diversidad. Debería proteger a las minorías, no solo tolerarlas. Debería fomentar el pensamiento crítico, no solo la obediencia al consenso. Debería permitir que cada ciudadano se sienta parte activa, no simple espectador de decisiones ajenas. Como Miguel Sanchiz, como ciudadano, como observador inquieto, me rebelo contra la idea de que la mayoría siempre tiene razón. Porque la razón no se mide en votos, sino en argumentos. Y porque la justicia no se alcanza por aritmética, sino por ética. Quizá sea hora de dejar de repetir que vivimos en democracia y empezar a preguntarnos qué tipo de democracia queremos vivir. Una que impone o una que incluye. Una que silencia o una que escucha. Una que cuenta cabezas o una que cuenta corazones. Muchas veces, la mayoría se ha equivocado: «¡A Barrabas!».

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