Entre España y México hay un lazo que no se corta ni con siglos ni con mares. En Majadahonda esta relación se ve acentuada con el hecho de que el propietario del club de fútbol de referencia en la ciudad, que es el Rayo Majadahonda, es propiedad del joven empresario mexicano Javier Ruiz Poo, lo que hace que esta carta simbólica —más maternal que deportiva o política— evoque el valor de la gratitud, esa virtud de las almas nobles que saben reconocer lo recibido sin pedir cuentas al amor que las engendró. La carta se redacta a propósito de ese reciente desencuentro diplomático entre España y Mexico

MIGUEL SANCHIZ. (Majadahonda, 6 de noviembre de 2025). Desde Majadahonda, con amor: Carta de la Madre España a su bien amado hijo mayor, México. Entre España y México hay un lazo que no se corta ni con siglos ni con mares. En Majadahonda esta relación se ve acentuada con el hecho de que el propietario del club de fútbol de referencia en la ciudad, que es el Rayo Majadahonda, es propiedad del joven empresario mexicano Javier Ruiz Poo, lo que hace que esta carta simbólica —más maternal que deportiva o política— evoque el valor de la gratitud, esa virtud de las almas nobles que saben reconocer lo recibido sin pedir cuentas al amor que las engendró. La carta, que se redacta a propósito de ese reciente desencuentro diplomático entre España y Mexico, dice así: «Hijo querido: Te escribo desde esta orilla del mar donde tantas veces zarparon naves que llevaban esperanza y regreso. No te escribo para mirar atrás con reproche, sino para recordarte —como hace una madre cuando su hijo se extravía un poco entre los ruidos del mundo— que la gratitud es la forma más alta de la memoria. Tú y yo compartimos una sangre mezclada de lágrimas y canciones, de fe y de asombro. Cuando te tuve entre mis brazos, te di lo mejor que sabía dar: una lengua capaz de nombrar la belleza, un derecho que reconocía la dignidad del hombre, un amor por los libros y por las campanas que llaman a misa y a la escuela. Te di universidades, hospitales, caminos y templos donde lo divino y lo humano se abrazaron en piedra. Te dejé maestros que enseñaron a tus hijos a leer, y misioneros que grabaron con ternura las palabras de tus pueblos originarios para que no se perdieran en el viento. Te envié arquitectos, juristas, poetas, marineros y santos. No para someterte, sino para construir contigo una casa común donde cupieran el cielo y la tierra».

Miguel Sanchiz y sus Encuentros con la Historia

«FUE DESDE TU SUELO DONDE EL ESPAÑOL APRENDIÓ A SER CANCIÓN, A SER TERNURA Y CORAJE; donde la Virgen de Guadalupe —madre mestiza— nos miró a todos con los mismos ojos. Allí florecieron la pintura, la música, la platería y la poesía que aún hoy asombran al mundo. Y en tu alma se encendió esa mezcla de devoción y bravura que te hace único. Nada de esto pretende ser deuda, hijo mío. Las madres no cobran lo que dan; lo entregan porque aman. Pero sí esperan que sus hijos no olviden. La ingratitud no hiere por falta de reconocimiento, sino porque borra la verdad compartida. No hay madre perfecta ni hijo sin cicatrices. Los siglos nos enseñaron que el amor se mantiene no pidiendo cuentas, sino honrando el origen. Yo no te pido que me celebres, solo que recuerdes lo mucho que caminamos juntos: los pueblos que fundamos, las leyes que protegieron a los débiles, los oficios que florecieron entre nuestras manos, los caminos que unieron mares y montañas».

«CUANDO PRONUNCIAS MI LENGUA, CUANDO SUENA UNA GUITARRA EN TUS PLAZAS, CUANDO TUS NIÑOS REZAN O RÍEN, ALLÍ ESTOY YO, VIVA EN TU VOZ Y EN TU ESPÍRITU. Y también tú en el mío, porque de todos mis hijos fuiste el más generoso en devolverme arte, color y pasión. Por eso, querido México, no me pidas que baje la cabeza. Levántala conmigo. Mírame con gratitud, como se mira a quien sembró contigo sin esperar cosecha. Y si alguna vez el mundo intenta separarnos con palabras de agravio, recordemos que lo nuestro no fue una transacción, sino una herencia: una historia de amor y de creación que, con sus claros y sombras, sigue latiendo en nuestras dos orillas. Porque juntos volamos un mismo cielo, poblado de plegarias y de estrellas. Allí, donde el sol nos une antes de despedirse, aún se oye tu voz llamándome “madre”, y la mía respondiendo, con ternura y orgullo: “hijo mío, México querido”. Desde Majadahonda, con amor, tu Madre España.

 

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