
«Antonio Flores y Amy Winehouse, almas y cuerpos gemelos en una lucha sin frutos contra los fondos bajos de la vida que empuja, arrastra, no cede ante la estupefacción más íntima, tan solitaria como una procesión de cofrades, tan solos, tan solos, como estar muriendo desde el nacimiento, todo tan definitivamente solitario»
VICENTE ARAGUAS. (Majadahonda, 24 de diciembre de 2025). Cuento de Navidad. Flores para Antonio; esas que -inevitable- le poníamos a Antoñito los espectadores de “Flores para Antonio”, el docudrama que pasaban este domingo en el Zoco de Majadahonda. Cine de los domingos para el sentimiento del niño aquel que iba al cine en el descanso dominical, el único, en la ciudad de la lluvia, donde el agua había depositado verdín en la levita del marqués con gaviota en la cabeza, siempre, siempre. Dentro de la plaza esta estatua, ribeteada por palmeras, y en su borde el buzón que aún persiste. El buzón que albergaba las primeras cartas de amor de un muchacho tan ingenuo como los pinzones o los pardillos o esa paloma buchona que –amparada en su tamaño– cree mandar en las otras cuando son los gorriones, los más listos del barrio, los que se apoderan de los comistrajos caídos del combate de las palomeras que compiten con las palmeras en verticalidad y fracasan. Claro.
SALIMOS DEL CINE Y HAY MUJERES QUE EN LA SALIDA SECAN LOS LAGRIMALES que han trabajado durante la proyección de una película lacrimosa, porque no tiene el punto ácido la belleza cruel de “Amy”. Antonio Flores y Amy Winehouse, almas y cuerpos gemelos en una lucha sin frutos contra los fondos bajos de la vida que empuja, arrastra, no cede ante la estupefacción más íntima, tan solitaria como una procesión de cofrades, tan solos, tan solos, como estar muriendo desde el nacimiento, todo tan definitivamente solitario. Sí. Salimos, salgo, y a la altura del colegio que se llamaba San Luis Gonzaga y ahora no sé qué cosa se llama, reparo en un diálogo al aire. Al aire cosmopolita como nuestra ciudad, que aun siéndolo, conserva bajo las etiquetas el resabio del pueblo aquel que era «Majalahonda» para nuestros clásicos que por aquí pasaron.
«NI BAILA NI CANTA PERO POR FAVOR, NO SE LA PIERDAN», una mujer joven le dice a otra, más madura pero tampoco tanto. «¡Qué cosas! ¿Será cierto eso?» –responde la segunda. Adivinando que hablan de Lola Flores, tan presente en el docudrama en cuestión, me dirijo a ellas sin ser invitado, pero también sin miedo a que me pregunten si alguien me ha dado vela en este entierro, ya se sabe. «En realidad esa anécdota es más falsa que el pelo de Simeone» –aseguro. «No me diga» –dice la dama madura “ma non troppo”. «Sí. Ya comprenderán que un periódico americano, como al que le atribuyen el cuento, no iba a decir semejante tontería». –insisto. «¿Y la película le gustó?» –inquiere la joven con sonrisa acogedora que viene de unos ojos de un verde aceitunero, decididamente hermoso. «No está mal. Un poco blanda, como es natural, al estar contada desde un punto de vista familiar, ¿no?».

«Cuando preguntado en el café qué le había parecido la Flores, a quien acababa de ver debutando en un tablao, fue y dijo: “acabo de ver al Cristo de Velázquez cabreado».
AHORA BIEN, SOBRE LOLA, Y ESTA SÍ PARECE VERÍDICA, ME ENCANTA LA RESPUESTA DE CÉSAR GONZÁLEZ RUANO, cuando preguntado en el café qué le había parecido la Flores, a quien acababa de ver debutando en un tablao, fue y dijo: “acabo de ver al Cristo de Velázquez cabreado». Definitivo, sí. La tarde en la Majada viene de gris invierno. Con nubes poniendo un tono borreguil o de chal nebuloso. Hacia Portugal comienza a marcharse ese punto rojizo del sol que se va poniendo allá abajo, pasado Puerta de Hierro. «¡Como me gustan estos cines!», musita la muchacha de los ojos bonitos. «¿Y eso, hija?». «Mamá, fue en una de esas salas donde me besaron por primera vez». «¿Qué me dices?». «Bueno, alguna vez tenías que saberlo», –dice la mujer joven con esa sonrisa que parece estar anunciando una carcajada. Les digo que “¡Feliz Navidad!”. Y ellas me devuelven el buen deseo. La chica añade un “¡Hasta siempre, amigo!”. Y la tarde es ya una cortina melancólica un tanto desflecada por el tiempo que hace ya de casi todo.






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