
«Cruce de caminos, como la vida misma. Esa que me tiene absorto esta mañana entre el limón y la buganvilla, productos ambos de nuestro huerto, que aquí la tierra es sumamente fértil, tanto como un amor bien sembrado. Lejano el tiempo en que mi abuelo Vicente plantaba maíz a lo grande. Y los llamados “japoneses”, especie de claudios bien vistosos. Ahora tenemos limoneros, perales, manzanos, un castaño glorioso, que planté el año 11, y es mi gloria mayor. Esta casa de Toeleira, 34, tan fresca en estos veranos de calor infrecuente, frescura de estar entre huerta y ribera»
VICENTE ARAGUAS. (9 de agosto de 2025). Tierra de Neda. Me decía un sepulturero, aquí, en Santa María de Neda (A Coruña), en cuyo camposanto, –palabra más hermosa que cementerio, ¡dónde va a parar!–, está mi último reducto/morada, que nada de prender las cenizas en el aire del monte o sumergirlas en río o mar. Que siempre conviene un lugar para ellas, por pequeño que sea, adonde puedan dirigirse los recuerdos, no sé. La verdad es que la vida va tan de prisa, como los muertos, y conviene asentar un poco el ánimo. Y volver al lugar que siempre es aún y todavía. Neda, fondo de la Ría de Ferrol, donde desemboca el Río Grande de Xuvia (sin río no hay ría, ya se sabe), astilleros previos a los dieciochescos que Fernando VI y sus ministros ilustrados dieron en ubicar en Ferroliño (que así le decimos muchos los que de aquí venimos). Ah, pero antes de ese antes de Neda salieron los buques de madera que en 1601 zarparon hacia Irlanda para librar en apoyo de los rebeldes irlandeses la Batalla de Kinsale. Pienso en ello mientras recorro el paseo marítimo de Neda, Camino Inglés, aunque el oficial (gran disparate) vaya por la carretera, al otro lado Narón, y ante mí, en este momento, el islote de la Repunta, en mis ensoñaciones de infancia de Cuco de Abril, toda una señora isla. Y en algún momento llegué a compararla con un solo de John Coltrane.
EL CAMINO INGLÉS DE MIS AMORES CUMPLE EN NEDA SU PRIMERA ETAPA. Y en Neda, donde se halla, en este momento disfruto de ella, mi casa natal. Toeleira, 34. En un lugar que se llamaba Portazgo, casi en la confluencia de dos carreteras: la que sube al Norte, más Norte todavía, Oviedo, pongamos, y la que lleva a Coruña, sur, por lo tanto. Cruce de caminos, como la vida misma. Esa que me tiene absorto esta mañana entre el limón y la buganvilla, productos ambos de nuestro huerto, que aquí la tierra es sumamente fértil, tanto como un amor bien sembrado. Lejano el tiempo en que mi abuelo Vicente plantaba maíz a lo grande. Y los llamados “japoneses”, especie de claudios bien vistosos. Ahora tenemos limoneros, perales, manzanos, un castaño glorioso, que planté el año 11, y es mi gloria mayor. Esta casa de Toeleira, 34, tan fresca en estos veranos de calor infrecuente, frescura de estar entre huerta y ribera.
ESCRIBO AHORA MIRANDO POR LA VENTANA DE MI CUARTO HACIA EL TENDAL ENTRE LIMONEROS, Y LA FIGURA IMPRECISA DE MI MADRE, también nacida en Xuvia-Neda, perdida entre las sombras del recuerdo: este año hubiese cumplido los cien, los últimos vagó en el reino de las sombras, a lomos del caballo negro del Alzheimer, que tan bien poetizara José Ignacio Cadenas. Escribo últimamente lo que será mi memoria, y la suya, en un libro titulado “Mi madre en Pisa”, manera de poner una barrera al tiempo, o dragarlo. Neda es un municipio pequeño, unos 23 quilómetros cuadrados, para un territorio tan bucólico que ha ido perdiendo población (diez mil en 1950, hoy, la mitad) atrapado entre otros “concellos” decididamente industriales. El Camino Inglés debiera estimular el necesario impulso. Ancos, con dese mirador priviegiado, y A Louseira son las cumbres de vuelo de altanería, mientras la Fervenza, en gallego, cascada, donde el agua hierve, del Belelle (el otro río nuestro) da un toque cargado de belleza, a modo de cola de novia, al paisaje bien llamativo, Donde se ve, a lo Juan Ramón Jiménez, el sonido de los alisos, en la orilla del Belelle, cuando se cimbrean animados por el viento, casi nunca espectáculo, apenas brisa que florece a la gente. Neda. Mi Vida.
Precioso texto que me ha dado a conocer Neda con ojos puros, como si hubiese vivido alli mi infancia.
Muchas gracias. Con su glosa ha hecho mi día. Neda, en lo que yo pueda ser su eco, tan feliz.
Yo acabo de llegar de Neda, he pasado 20 días en un molino,mejor imposible, unas excursiones fantásticas, muy buena comida.